Capítulo 33: El corazón pierde la fe

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Los días siguientes a su partida fueron los más oscuros. No salí de mi habitación después de la cremación y de despedir sus cenizas que fueron llevadas a Chile por Víctor; pues su más grande deseo era que fueran esparcidas en una playa de aquel país al igual que las de sus padres.

Mis amigos me buscaron, me llamaron, pero no quería salir. Sólo quería estar solo, escuchar música y sacar toda la tristeza que me invadía en las noches y no me dejaba dormir. Si cerraba los ojos, estaba ella. Si los abría, me la imaginaba a mi lado.

En casa se preocuparon demasiado, pero entendieron mi sentir y dejaron que viviera mi duelo de la manera en que yo lo decidiera.

A mi celular llegaban textos que decían: "Miguel, estamos contigo. Si nos necesitas, llámanos" por parte de Diego o algunos como: "Ella se fue feliz por estar a tu lado; debes estarlo porque ya no sufrió más" de parte de Jessica.

Lo cierto es que a pesar de sentir el apoyo de mis amigos, nada era igual. Me sentí como si me hubieran arrancando una parte del corazón que ya no volvería a funcionar jamás.

Por horas, escuché a esos rebeldes que siempre estaban conmigo en los mejores y peores momentos. Por días, pensé en mandar todo al demonio, en ya no luchar por nada por lo que Sheryl había trabajado a mi lado. Sin embargo, escucharlos y recordar lo que ella me decía, fue lo que poco a poco logró que ese duelo se transformara en una tranquilidad que crecía en partes mínimas diariamente. Nunca la iba a olvidar; solo tendría que aprender a vivir sin ella.

Una tarde, decidí salir de mi encierro y caminar por las calles de la colonia hasta que encontré La última nota, que cada día contaba con más aceptación por parte de la gente. Necesitaba tomar algo y escuchar música en un lugar tranquilo, así que no lo pensé y entré.

Pedí una cerveza y puse algunas canciones en la rockola. Mi melancolía estaba a tope y Sálvame me pareció la mejor opción para acompañarme.

Al sentarme en una mesa en uno de los extremos del lugar (que se notaba vacío a esa hora), sólo éramos mi cerveza, la música y mi tristeza.

No sé cuántas veces repetí la canción. No quería que alguien la quitara. Las lágrimas caían por mi rostro al perder la mirada en la botella y dar tragos pequeños.

De pronto, alguien se dirigió a mí y aunque no hice caso, la voz de una chica se escuchó a mi lado:

—Hola, Miguel...

Poco a poco levanté la vista y distinguí a una chica delgada, con un rostro conocido que era difícil ver gracias a una gorra azul que además, ocultaba su larga cabellera rizada.

—¿Brenda?

Ella asintió dibujando una ligera sonrisa.

—Me dijeron que estás aquí desde hace un buen rato. ¿Estás bien?

Yo me sentía incómodo. Hacía tiempo que no la veía y no iba a contarle nada de mi vida.

—Sí. Sólo estoy tomando una cerveza. Espero no te moleste...

—No tiene porqué —dijo amable—. Puedes venir cuando quieras; hace mucho no lo hacías. ¿Qué ha sido de ti? He llegado a verte pero nunca me acerco, siempre vas acompañado de tu novia.

Lógicamente, Brenda ignoraba lo que su pregunta provocaba en mi corazón. Estaba muy vulnerable y respondí tajante:

—Ella ya no está aquí.... —la miré con seriedad—. ¿Tienes alguna otra pregunta?

Recuerdos en mi habitaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora