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Cuatro meses después. 

2:33 a. m. 

—¡Estás ebrio! 

Me detengo en el primer peldaño de las escaleras de mi casa para mirar sobre mi hombro. Mi respiración está acelerada, agitando mi pecho en un compás irregular. 

¡Maldita sea! 

 —¡Aléjate de mí, por favor! —suplico, antes de ingresar a mi habitación y cerrar la puerta con llave. 

Viene detrás porque puedo oír claramente sus pisadas erráticas. No sé si está tomado, drogado o fingiendo demencia, pero sé que no se rendirá hasta llegar a mí. No puedo creer que lo vuelva a hacer. Es la tercera vez en cuatro meses. 

Sus manos en la manija alertan mi cuerpo, empujando a mi corazón para que bombee con velocidad. ¡Esto es tan desesperante! 

Mi situación no es muy afortunada que digamos. No tengo nada en la habitación que me pueda servir para defenderme. Ni un bate de béisbol, ni un palo de golf, o cualquier artefacto puntiagudo que me ayude a escapar de él. Mis ojos recorren el cuarto con velocidad buscando lo que sea que pueda salvarme, cualquier cosa, pero lo único que logro es atormentarme más. Mis manos tiemblan, y el corazón no deja de bombearme en el cuello, del puro pánico. 

—¡Déjame en paz, James! —grito, intentando despertar a quien sea que esté en mi casa. Pero no parece haber nadie, porque nadie viene en mi ayuda. 

La manija de la puerta se agita con violencia, apunto de ceder, aunque aún no lo hace. Eso me da unos segundos para concentrarme.

Me muevo hacia mi cama, desbaratando las sábanas en busca de mi teléfono.

Las sábanas caen al piso, mientras remuevo las almohadas. Mis movimientos son bruscos y poco precisos porque mi cama queda hecha un desastre, y aún así, no aparece mi teléfono. 

Levanto los ojos hacia todas partes en su búsqueda. La ventana está cerrada y la única poca luz que ilumina mi alcoba es la que se cuela desde el baño por la abertura de la puerta. La oscuridad no me ayuda en absoluto. James se acerca cada vez más a tumbar la puerta y yo no consigo el puto teléfono. 

Me siento mareada, algo me oprime el pecho. 

Corro hacia el clóset y rebusco entre toda la ropa, haciendo un desastre. Empujo los libros y demás objetos que se ubican en la estantería, logrando que la mayoría caiga al suelo. Entre unos auriculares viejos y unos dulces de menta, en una repisa, se encuentra el jodido teléfono, descansando tranquilamente sobre mi cartera. Hubiese pensado antes en buscarlo ahí, y no tendría por qué haber destruido mi alcoba. 

Lo alcanzo, casi resbalándome en el intento gracias a toda la ropa regada en el piso, y corro hacia el otro extremo de la puerta, al otro lado de la habitación. Lo enciendo, con mis dedos temblorosos y abro el registro de llamadas. Le marco a Ann, mi madrastra.

Uno, dos, tres, cuatro, son los timbres de la llamada y los segundos que se lleva James intentando abrir la puerta, cada uno acercándole a conseguirlo. 

—Vamos, Ann... contesta el teléfono —susurro, nerviosa—. ¡Mierda!, está fuera de cobertura. 

No sé dónde está a las dos de la mañana, pero ni ella ni mi papá se encuentran en casa. Justo esta noche. 

Reviso el registro de llamadas, demasiado nerviosa para hacerlo con rapidez. El sonido de la manija agitándose, me inquieta. No creo que aguante por un minuto más. James entrará por esa puerta y abusará de mí, golpeándome como lo ha hecho en ocasiones anteriores. Ya no puedo más, no quiero. 

No sé a quién más llamar. No tengo el número de mi papá, aunque tampoco lo llamaría a él, ni soñando. No tengo amigos, porque desde que salgo con James todos en el instituto me odian. Y de los amigos de James, que son los únicos que a veces me hablan, sólo tengo el número de dos. 

Le marco a Jason. Pero me cae la contestadora de golpe. ¿Por qué demonios nadie puede atenderme el puto teléfono ahora? Necesito ayuda. ¡Alguien que conteste el jodido teléfono!, ¿para qué diablos tienen uno si no lo van a atender? 

El otro número que tengo es el de Dom Brian, pero nunca lo llamaría. Él y yo nos odiamos a muerte, ¿por qué sería tan gentil de ayudarme en esta situación, si estoy segura que se regocija cada vez que se me arruina la vida?

Uno, dos, tres golpes a la puerta.

—¡Katherineeee! —me grita, con una voz que suena demasiado ronca como para que esté de a broma. James siempre ha sido autoritario, la clase de novio tóxico que jamás quisieras tener—. ¡Sé que me escuchas! ¡Abreee la puertaaa!

Me muevo inquieta de un lado a otro. Me tiemblan las piernas y mi respiración es cada vez más irregular. ¿Qué hago?, no puedo seguir dándole vueltas, se me acaba el tiempo; tengo el teléfono y tengo el número. Tengo que llamarlo. 

Cuando hundo el botón de marcar, James logra romper el pomo y entra a la habitación. Pego un grito en cuanto lo veo, retrocediendo todo lo que me permite el espacio. El teléfono está timbrando, puedo escuchar los timbres, repicando en mis oídos como el único sonido que puede salvarme. 

James empieza a caminar hacia mí. Sus movimientos son bruscos y muy deficientes, como si estuviera completamente borracho; la poca luz brilla en sus ojos rodeados de ojeras, están rojos. Se ve demacrado y consumido. 

—Veeeen para acá, nenaa —balbucea señalándome con su dedo—. ¡Jodeeer!

—Se debe estar acabando el mundo, enanita —contesta Dom, con voz ronca, como si hubiese estado dormido—. Si sabes que son casi las tres de la mañana, ¿verdad? 

—¡Dom, ayúdame!... Estamos en mi casa... James... 

James me empuja, logrando que el teléfono se estrelle contra el suelo, apagándose en el acto. Luego, él se acerca hacia mí, tomándome por lo brazos. 

—¡Eres un imbécil! ¡Aléjate de mí!

Me obliga a besarlo, mientras destroza mi camisa, para poner sus manos sobre mí.

Casi vomito, hiede a alcohol a morir, tan asqueroso que me produce arcadas. Me repugna su toque, me siento asqueada, definitivamente podrida. 

 —¡Suéltame! —grito, dando un puntapié a su entrepierna, lo más fuerte que pueden luchar mis extremidades.

Por unos segundos pierde el control, dejándome por completo. 

Lo observo, chillando de dolor, y lo rodeo para escapar. Sin embargo, con uno de sus rugidos mortales, se recompone veloz, y me toma del brazo para estamparme una cachetada; con eso, me tambaleo, resbalándome y mi frente se estrelle contra la punta de la cama, produciéndome un punzante dolor; siento cómo se empapa mi frente del viscoso líquido oscuro.

Suelto el aire, atorada, escupiendo maldiciones, mientras él continúa golpeándome. Destrozándome en el suelo. 

 «Asqueroso». 

—¡Por favor! —logro decirle. 

Toso una vez más, entrando en el punto de la inconciencia, donde todo se ve borroso, y el dolor es lejano. Creo que no aguantaré un segundo más sin desmayarme. La cabeza me palpita histérica, y me arde el pecho. Los sonidos están reducidos a un eco defectuoso, y la oscuridad empieza a consumirme. 

Un golpe, otro golpe. ¿Es que nunca se detendrá?

Toso, escucho que grito, y que vuelvo a toser. O al menos creo que lo hago.

¿Qué es eso?

Parpadeo, intentando captar los movimientos a mi alrededor, ¿quién es él?

Una luz. Una refulgente y atractiva luz me rodea, me ciega, me envuelve.

Luego, sólo paz. Todo se acaba. Cesan los golpes, los sonidos, los quejidos, todo finaliza. Sólo veo luz. Como el sol, cadente y segura. Es la luz de alguien, algo me ilumina el rostro, pero no puedo seguirle, porque estoy casi dormida. El cuerpo me cosquillea, una electricidad placentera me recorre la espalda. Y el dolor termina. Y cierro mis ojos. 

Custodio© [¡Completa!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora