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Despierto muy temprano en mitad del salón, junto con todos los almohadones como cama.

La estancia es un desastre. Pedazos rotos del jarrón chino de Ann se encuentran regados por el suelo; los portarretratos esparcidos por la alfombra horrenda, hechos añicos; los cojines de los sillones, desencajados; la cena, aún sin acabar, servida en la mesa, pudriéndose.

No puedo creer lo mucho que me esforcé por dejar la casa lo más impecable posible el día anterior y, luego, hubiese causado este huracán como si nada.

Todo es un absoluto desastre, incluyéndome. 

Lloré toda la noche hasta quedarme dormida, todavía siento mis mejillas pegajosas. La garganta me escoce porque siento una sed tremenda. Me duele el cuello y la espalda por la posición en la que dormí; dos días seguidos durmiendo en el sofá cama de esta sala, «genial por mi columna». 

Ann no se ha despertado, al parecer, o ya lo ha hecho y no quiere salir. No la culpo. Anoche estaba verdaderamente furiosa, la herí y, sin embargo, ella no tiene la culpa de nada más que ser amiga de ese idiota. No debí descargar mi rabia con ella. Yo nunca la quise empujar y estoy segura que lo sabe, sólo que me está probando para darme una cucharada de mi propia medicina. Y eso es lo que me digo, lo merezco. Merezco su distancia. Ayer, ella sólo estaba preocupada por mí y me salí de mis casillas, perdí el control, debí evitarlo. Lo peor de toda esta situación es que permanezco enojada. Aunque tenga todo el control de la situación, me hierve la sangre. 

Mierda, en serio que odio a Dom Brian de la misma forma en la que me atrae, y eso quiere decir que lo odio mucho.

Estoy cansada de hacer lo que él quiere. Le di su espacio con James porque me lo pidió, porque por una vez quería dejarlo hacer su trabajo, le entendí, y creí que al menos por un segundo podíamos ser personas normales, hasta amigos... pero me equivoqué como una estúpida. 

Nunca él y yo podremos llegar a ser algo más que conocidos, nunca. 

Me levanto, estirándome y acto seguido, camino hacia la cocina arrastrando los pies. El dolor emocional no se compara al físico ni un poco. Por dentro, siento que podría explotar, como si mil voltios de energía me sacudieran. Percibo cada una de mis células chillando de dolor, exigiendo paz. Todo dentro de mí grita, y es capaz de destrozar un avión o un edificio. 

Bebo el agua, apreciando el líquido frío bajar por mi garganta hasta mi estómago, llenándome. La garganta me ardía y lloraba de sed. Mi boca aún reseca intenta tragar toda el agua que es posible.

Cuando voy por el tercer vaso, Ann se aparece en la estancia con un atuendo cómodo y floreado, precioso para salir; no tengo idea de adónde va, y tampoco le voy a preguntar.

No me mira ni una sola vez; yo, en cambio, le sigo sus movimientos con precisión, anticipando sus pasos. Se prepara unas tostadas, mientras bebe leche de cabra del envase; su favorita. 

Sus movimientos no son gráciles, lo que no es propio de ella; parece que lleva prisa. No se ha fijado ni una sola vez en mí.

Sé que debo dar el primer paso y pedirle disculpas, pero no me muevo. Me mantengo justo en el mismo lugar observándola de reojo. Si me atrevo a hablarle, no sé cómo terminaría la conversación y aún no me siento lo suficientemente tranquila para discutir. Sigo furiosa.

Saca el pan de la tostadora para envolverlo en papel aluminio, junto con servilletas. «No va a comer aquí, interesante». Devuelve su leche de cabra a la nevera, obteniendo unas frutas que parece picará y guardará para tampoco comérselas aquí.

Custodio© [¡Completa!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora