Epílogo

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La decoración del instituto se basa en una cortina negra que cuelga tras el escenario y algunas rosas azabaches regadas por el jardín. La preparatoria sigue de luto por James y es lo mínimo que pueden hacer. Perder a uno de sus estudiantes de una forma tan trágica, que sólo Dom y yo conocemos, es deprimente.

La policía —conformada por Luceros—, les hizo creer a todos que James había muerto por sobredosis. Sé que mentirle a su familia así descaradamente, a sus amigos, a sus compañeros era una deshonra a su memoria. Sin embargo, los seres de luz no pudieron hacer nada más; tienen prohibido exponer su existencia a cualquier ser humano. Conque yo lo supiese ya era mucho; es más, ellos todavía están decidiendo qué hacer conmigo, mientras que Dom me custodia. 

Camino por el corredor del instituto junto a él. Los pasillos de este lugar aún estando llenos se sienten vacíos. Todos expresan la pérdida de James. Los semblantes no son los mismos. Por ejemplo, su club de fanáticas, conformado por unas cuarenta chicas y varios chicos, está en completa depresión. Han colgado, por toda la escuela, carteles y memorias de James. Su obituario está por todos lados, recordándonos su partida. No me imagino cómo se debe sentir el instituto con respecto a esto. 

No he visto a Chelsea, ni a ninguna de sus amigas todavía. Tampoco quiero hacerlo. Si la miro a los ojos, si le devuelvo siquiera la mirada a esos ojos grises que, sé, están destrozados, no aguantaré, me derrumbaré por completo. La tristeza que debe sentir esa chica es incomparable con la que yo puedo sentir hacia James. Aunque, nadie aquí tiene idea de cómo me siento, del peso que cargo en mi espalda.

Todos están más silenciosos que de costumbre. Nadie hace alboroto ni escándalo. Los profesores están callados, los alumnos sumergidos en sus pensamientos y los representantes comparten entre susurros sus condolencias. Lo prefiero así. Estos días, a solas en el apartamento de Dom, me han enseñado que el silencio vale más que una palabra, que un suspiro. El silencio es la mejor forma de comprender el dolor, por eso es que nadie habla. 

—Por aquí, señorita Wells —murmura mi profesora de historia, señalándome uno de los asientos de la tercera fila. Luego, se dirige a Dom—. Joven Brian, de este lado, por favor. 

Él me mira. —Te veo en el estrado. 

Asiento en su dirección, regalándole una sonrisa de boca cerrada y me siento en el puesto indicado. La profesora ubica a Dom, dos filas más atrás. 

Me vuelvo hacia adelante viendo cómo el director termina de acomodar algunos papeles. Mi certificado está ahí, entre ellos, junto con mi birrete. No puedo siquiera pensar en eso sin que mis ojos se cristalicen. Cómo me hubiese encantado tener a Ann cerca para aplaudirme. 

Miro hacia varios lados, estudiando el área. Algunos representantes les dan la buena suerte a sus hijos y otros los abrazan. Ver esos gestos de amor y sentir el vacío en mi pecho hace que me estremezca. Yo sé que Ann estaría orgullosa de mí, pero no puedo evitar pensar cómo sería todo diferente si ella estuviera. Cómo me abrazaría con fuerza, y me diría: «Lo lograste, cariño. Te felicito. Estás graduada y todo, a pesar de ser una borrachita». Sonrío, pensando eso. Sí, si ella estuviese aquí todo sería diferente. 

Alguien toma asiento a mi lado y se aclara la garganta. 

Me vuelvo hacia ella. Sus ojos, su nariz y sus pómulos están rojos cual rubí. Aún tiene las mejillas empapadas de lágrimas y los orbes aguados sobre unas ojeras. Su labio inferior, humedecido, tiembla ligeramente en un tic nervioso, a punto del colapso. Su respiración es irregular, rasposa; además, su cabello está recogido en un moño malhecho que deja escapar algunas fibras oscuras anudadas. No trae maquillaje y parece no haber dormido en días. 

Custodio© [¡Completa!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora