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Matt nunca se fue. 

Han pasado exactamente ciento quince minutos y Ann todavía no sale de su habitación. No tengo idea de qué tanto hablan. Matthew empezó a conversar sobre no sé qué cosa hace ya bastante rato, antes de que decidiera dejar el emparedado por la mitad, incapaz de terminármelo todo con esta angustia. Luego, esperó en la sala a que me duchara y me vistiera para continuar hablando de lo mismo. 

Estoy aburrida e impaciente. No puedo esperar más. Me levanto del sillón, dejando a Matt con la palabra en la boca y camino hacia la habitación de Ann, al final del pasillo. Antes de siquiera acercarme dos pasos más, ella sale por su puerta, bañada, peinada, maquillada y muy bien vestida. 

Espera... ¿Ella estuvo todo este tiempo alistándose? ¿Me hizo esperar casi dos horas sólo para esto? ¿Qué pasó con Dom?, ¿no habló con él? 

—Kate, ¿qué...? —empieza, pero la retengo con una ademán de manos. 

Ya va, necesito procesarlo. 

—¿Tú estabas duchándote? —cuestiono, después de chasquear la lengua. 

—Sí —. Me dedica una mirada confundida antes de bajar a inspeccionar su atuendo—. No necesitamos bañarnos pero es una actividad humana que me... ¿Por qué?, ¿huelo mal? 

Resoplo. 

—No, no hueles mal. Es sólo que... ¿quién tarda dos horas alistándose?¿A dónde vas? 

Ella le da un vistazo a Matt por encima de mi hombro, asegurándose que está lo suficientemente lejos para no escucharnos. 

—Estuve hablando con Dom —susurra—. Voy al Claro. Parece ser que él tiene problemas con La Corte. Debo irme, te cuento después.

Asiento, volviéndome hacia Matt para darle paso a ella. Mi mejor amigo está sentado en el sillón, tal cual lo dejé. No se ha movido ni un solo milímetro. 

«Ay, no, hay algo que no va nada bien». 

—Ann —llamo en un hilo de voz. No dejo de mirar a Matt que permanece congelado en mitad del diván, con el brazo en el aire a punto de acariciar su cabello. No está pálido, ni enrojecido, lo que sé es que no se mueve, no respira, no parpadea, no hace nada... como si hubiesen detenido el tiempo. 

Ann le echa un vistazo antes de volver su mirada hacia mí. Su cara presenta una completa mueca de estupefacción. 

—Kate, por todos los Luceros... —dice despacio, quitándose la cartera de los hombros. Me evalúa con extrema sutileza, como si yo fuese capaz de volverme loca—. ¿Qué hiciste? 

«¿¡Qué hice!?». ¿¡Cómo que qué hice!? 

—¡¿Por qué demonios no se mueve?! —bramo yo, apuntándolo con el dedo—. ¿No has sido tú? 

Ella niega con la cabeza. —No. Yo no puedo hacer eso, tampoco he visto jamás que un ser de luz pueda hacerlo. 

—¿Pero entonces qué...? ¿Se murió? 

Ella da un paso hacia él, estudiándolo. —Está... paralizado, creo. No sé... es como si... creo que congelaste su tiempo. 

Frunzo el ceño, escéptica 

—¿Qué? 

—Sí, parece eso. Detuviste el curso de su existencia —afirma más convencida. 

¿Ah?

¿¡Qué carajos!? 

—¿Cómo es eso posible? ¿Yo?, yo no hice nada —rebato, boquiabierta. 

Custodio© [¡Completa!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora