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—¿Qué haces aquí? —inquiero, mirándole directamente a los ojos. Sólo esto me faltaba.

—¿Te sorprende? —. Su voz es agria como el vinagre y su cuerpo arroja arrogancia mientras desfila por mi sala.

Cierro la puerta tras ella y mi mirada estudia su cuerpo de Barbie, criticando su aspecto tan exhibicionista, aunque la venda que envuelve su pantorrilla izquierda intenta darle un toque neutral. Al menos no es un yeso.

—¿Qué haces aquí, Chelsea? —repito, cruzándome de brazos. 

Mi cuerpo se tensa ante su presencia de niña rica y poco agradable. 

—Creo que tú y yo dejamos un asunto pendiente en el instituto. 

Alzo una ceja, mientras la fulmino con mis ojos. —No quedó nada pendiente entre nosotras. Tú te partiste la pierna o lo que sea y yo regresé a mi casa. 

—Exacto, partiste mi pierna. No sé cómo lo hiciste pero me empujaste, perra.

—Cuidado con el vocabulario, recuerda donde estás —escupo, mientras ella me voltea sus ojos cristalinos y recorre mi casa, examinándola con molesta aversión.

—¿Qué?, ¿saldrá tu mami de la cocina a defenderte? —se burla dejando el bolso Louis Vuitton en el sofá cama de mi sala. 

—¿Cuál es tu problema? 

—Tú, zorra entrometida. Tenías que meterte entre James y yo otra vez. Ahí anda como un perro faldero sin hacer nada más que hablar de ti. Me tiene harta —murmura, exasperada—. Llevo planificando su fiesta de cumpleaños desde antes de conocerlo. He arreglado bebida, música, comida, decoración, entre otras muchas cosas para que ahora el mismísimo cumpleañero no quiera asistir. Tiene el estúpido capricho de que si no te invito no asistirá. 

—Ese no es mi problema. Convéncelo, estoy segura que no dudará en complacerte —digo, encogiéndome de hombros. Lo que me faltaba, ahora esta loca quiere culparme a mí por las decisiones que toma James.

—No quiere escucharme. Estoy insistiendo e insistiendo, pero no quiere una fiesta de cumpleaños, no sin ti. Está empeñado en no perder el tiempo en ninguna parte, hablando de ti como si hablara de un Dios. 

—¿Qué se supone que haga al respecto? Si no quiere ir, déjalo en paz, es su decisión a fin de cuentas.

—¿Y organizar todo ese alboroto por nada? No, linda, así no son las cosas. Tú vas a convencerlo. Vas a hablar con él y le dirás que tiene que asistir a su fiesta. Tienes que hacerlo. Así tengas que ir.

—¿Qué te hace pensar que saldré corriendo y cumpliré tus deseos? —murmuro, sonriendo por la situación. Chelsea es graciosa.

—Tú no eres normal. Ese día en el instituto cuando me empujaste sin siquiera tocarme entendí que estaba tratando con alguien diferente.

»Así que me tomé la molestia de investigar a fondo... indagué lo suficiente como para saberme de memoria tu vida completa. Sé lo que haces, cuándo lo haces y cómo lo haces. Te han sucedido suficientes cosas extrañas para agregarle tu intento de agredirme ese día en la escuela. Si no quieres que todo el mundo se entere de tu brujería o lo que sea que haces es mejor que me hagas caso.

—Tú no puedes hacer nada en mi contra. No tienes pruebas.

—Oh, sí, sí las tengo —asegura, tomando su bolso devuelta. Saca unas fotos impresas y las tira en el mueble con brusquedad logrando que se desparramen. Son una muy buena cantidad de fotografías, la mayoría se riega por el piso. 

Me acerco a ellas, con el ceño fruncido, atisbando más o menos de qué se tratan.

Algunas evidencian claramente el accidente de hace unas semanas con el autobús: cómo el vehículo se eleva por los aires justo antes de chocar contra mí. Y está mi cara en la foto. Aparezco evitándolo, escapando, corriendo; son muchas tomas. Las restantes demuestran a Chelsea siendo arrojada hace días en el instituto. ¿Cómo tomaron las fotos?, ¿cómo es que pudo conseguirlas?, no tengo ni la menor idea, pero se presencia muy bien la forma en la que salió despedida, la haya tocado o no. Y lo del autobús se presencia de tal forma que pareciese mi culpa.

Custodio© [¡Completa!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora