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Las tiendas no están vacías, más bien rebosan de gente. El centro comercial es lo suficientemente grande para ser de varios pisos y contar con más o menos una gran cantidad de boutiques perfectas para la ropa que Ann habitúa comprar. 

No había caído en la cuenta de lo mucho que me gusta observar vitrinas. Recorrer el centro comercial es relajante. Ann siempre me estuvo exigiendo que saliera con ella de compras pero nunca se me pasó por la cabeza la idea de que fuera tan interesante.

El tiempo se nos pasa volando mientras vamos de tienda en tienda votando por distintos tipos de zapatos y de ropa exclusiva. No importa que la mayoría de la vestimenta se quede tras el mirador, no es como si tuviese mucho dinero para comprarlo todo, pero poder apreciarla, de alguna manera me tranquiliza. 

Ann compró varios atuendos, todos con un estampado floreado de distintos colores. Voy a extrañar esa obsesión extraña que tiene mi madrastra con respecto a las flores.

Compró, también, unos lindos botines para mí, como un adelanto de mi regalo de graduación. De resto, nos hemos pasado casi toda la tarde buscando los vestidos perfectos para la fiesta: algo no tan exhibicionista, aunque tampoco tan recatado. 

—¿Ves esa tienda de allá? —indica ella, alzando una de sus manos, de la que cuelgan bolsas de ropa, hacia la boutique al final del pasillo. 

La inspecciono con atención. Los maniquíes desfilan con bonitos vestidos de marca y de estampados atractivos.

Uno verde, de perfecta falda, cuello en V y espalda descubierta llama mi atención. El escote es pronunciado a la altura del pecho, pero no tan extravagante como la mayoría. El verde no es opaco, es esmeralda, con un sutil brillo en el borde. Es perfecto. Creo que combina muy bien con mis ojos. 

—Bueno, vamos, ¿no? —. Me jala ella, para acercarnos a la tienda—. Ese blanco con estampado de flores negras está bellísimo, ¿no te parece? 

Continúo observando el vestido verde de la esquina con fascinación exagerada. 

—¿Qué dices? ¿Me lo pruebo o no me lo pruebo? El precio es un tanto excesivo... —escucho que dice, admirando su vestido, encantada. 

Me vuelvo hacia ella. —Es bonito. Nada pierdes probándotelo. 

Ella se encoge de hombros y le hace saber a la vendedora que quiere probárselo. 

Acerco mi mano hasta el vestido verde que cuelga en el maniquí y la deslizo percibiendo la textura de la tela. Es suave y es preciosa. Lo que más me gusta es la cantidad de pequeños diamantes que recorren un camino desde el hombro hasta la orilla de la falda. Ojalá pudiera pagarlo, se ve tan costoso. 

—¿Le gusta este? —me pregunta una chica de anteojos que usa el uniforme de la tienda. 

La observo unos segundos antes de responderle. —Sí, pero se ve que no puedo pagarlo. 

—¿Por qué no se lo prueba? —me dice sujetando el vestido por el cuello del maniquí. 

—No sé. No quiero perder el tiempo con uno que no compraré. 

Ella sonríe. —Ya. Vamos a hacer una cosa. Usted se lo prueba, veremos lo hermoso que seguramente le quedará y después hablaremos sobre el precio, ¿qué opina? 

Dudo. —Mmm... 

—Su tez es pálida, sólo quiero comprobar si combina con ese color de piel. No perderá el tiempo porque se probará el vestido y me ayudará a venderlo. 

—¿Cómo? —pregunto yo.

—Ya verá —me dice, adelantándose hasta el mostrador—. Le daré el vestido y usted irá a los vestidores. 

Custodio© [¡Completa!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora