31

76 17 0
                                    

Mi mundo se detiene por completo. 

No puedo moverme, no puedo respirar, no puedo hacer nada. 

Ann cae de rodillas en un estruendo que hiere mis oídos. Analizo con espanto su espalda y el filo de la espada surgiendo de ella. 

La espada de la muerte la ha atravesado desde su estómago, perforando su torso y, así, hasta el otro lado. 

Dios

Dom se paraliza con los ojos muy abiertos, mirando lo que sucede. Yo aún no puedo moverme porque estoy viviendo un sueño, algo surreal, me es imposible creer o procesar lo que está pasando. Hiram, en cambio, se mantiene estático, retorcido en el suelo, con una sonrisa en los labios y, a través de ella, susurra:

—Justo lo que esperaba.

Antes de moverme hacia Ann, ella ladea su rostro para mirarme. 

Sus ojos me transmiten muchas emociones: desde afecto y seguridad hasta sufrimiento. No puedo creer que lo estoy presenciando; es ver pasar toda su vida a través de sus ojos.

Cuando era pequeña, pensaba que no tenía otro propósito que vivir con Hiram, que lo que sea que yo hubiese hecho antes o alguna vez me había condenado a estar junto a él, que era un castigo. Día y noche me dije que Dios no existía, que no podía existir si me estaba pasando esto. ¿Cómo un ser como él podría permitir cada cosa que me pasaba, cada maltrato de mi padre, cada uno de sus golpes? Que lo que vivía a cada instante me lo merecía pero... cuando Ann llegó hizo que todo lo que era, todo en lo que Hiram me había convertido se esfumara. Fue ver la luz al final del túnel; cuando te dicen que después del arcoíris habrá oro: ella lo fue todo y ahora no es nada. Dios me la ha quitado también.

Poco a poco, su cuerpo se torna pálido e inerte y, finalmente, toda ella explota en mil pedacitos que se desintegran con el viento.

La espada cae sola en el suelo causando un sordo estallido. El peor y más vacío de los estallidos.

—¡NOO! —grito lo más fuerte que me dan mis pulmones. 

Mi voz resuena por toda la iglesia logrando que el suelo tiemble. Lo veo pasar tan rápido y caótico en frente de mí. Todas las paredes se agitan, todo se sacude. Estoy creando un huracán que destroza todo aquello que se mantenía intacto.

La sala se zarandea. 

—¡¡¡No!!! —chillo otra vez. Lágrimas empapan mis mejillas, mientras me arrodillo en donde hace unos segundos se encontraba ella. 

Bajo la cabeza, intentando mirar el suelo pero las lágrimas nublan mi vista. Todo lo que me rodea debe ser destrucción y desgracia.

Grito desesperadamente creando un tornado mucho más potente que arrasa con toda la iglesia en sí, convirtiéndola en un cúmulo de escombros, dañando el techo desde adentro y tirando abajo todos los cimientos, paredes y columnas. 

Ondas de fuego violeta son despedidas desde mi cuerpo, impactando contra todo aquello que se encuentren. 

—¡¡¡Ann!!! —bramo, con una voz muy chillona que sale desde lo más profundo de mi alma—. ¡Ann!  

No puedo pensar en gritar, en llorar o en lo que hago de manera automática, todo aquello que veo es dolor. 

De pronto, lo único que me importa es partir el planeta, convertir el mundo en cenizas. El fuego en mi interior busca la forma de surgir, de hacer acto de presencia a través de mi cuerpo, pero el dolor... el verdadero dolor se lo impide. 

El vacío dentro de mí es frío, incalculable —no sólo por la fuerte y helada brisa de San Francisco que se me enreda en el cabello—, va más allá de cualquier cosa, algo que jamás en mi vida había sentido. 

Custodio© [¡Completa!]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora