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Se "mudaron" a la tarde siguiente. Papá y Jane fueron a la ciudad por la mañana y compraron un cargamento de latas y ropa de cama. Jane también compró algunos vestidos de guinga y delantales. Sabía que ninguna de las ropas que le había comprado la abuela le serviría en Lantern Hill. Y se coló en una librería sin que papá lo supiera y compró un libro de cocina para principiantes. Mamá le había dado un dólar cuando se fue y no iba a correr ningún riesgo.
Llamaron para ver a la tía Irene, pero ésta no estaba, y Jane tenía sus propias razones para alegrarse por ello, pero se las guardó para sí misma. Después de la cena, ataron el baúl y la maleta de Jane a los patines y se fueron a Lantern Hill. La señora Meade les dio una caja de rosquillas, tres hojas de pan, un trozo de mantequilla con un dibujo de hojas de trébol, un tarro de crema, un pastel de pasas y tres bacalaos secos. -Pon uno en remojo esta noche y hazlo a la parrilla para tu desayuno por la mañana -le dijo a Jane.
La casa seguía allí. Jane tenía miedo de que se la robaran por la noche. Le parecía tan deseable que no podía imaginar que nadie más no la quisiera. Lo sintió mucho por la tía Matilda Jollie, que había tenido que morir y dejarla. Era difícil creer que, incluso en las mansiones doradas, la tía Matilda Jollie no echara de menos la casa de Lantern Hill.
-Déjame abrir la puerta, por favor, papá.
Estaba temblando de alegría cuando cruzó el umbral.
-Esto... esto es un hogar -dijo Jane-. Un hogar... algo que nunca antes había conocido. Estuvo más cerca de llorar que nunca en su vida. Recorrieron la casa como un par de niños. Había tres habitaciones en el piso de arriba... una bastante grande al norte, que Jane decidió de inmediato que debía ser la de su padre.
-¿No te gustaría a ti, espíritu alegre? La ventana da al golfo.
-No, quiero esta pequeña y querida del fondo. Quiero una pequeña habitación, papá. Y la otra estará bien como habitación de invitados.
-¿Necesitamos una habitación de invitados, Jane? Permíteme recordarte que la medida de la libertad de cualquier persona es lo que puede prescindir.
-Oh, pero por supuesto que necesitamos una habitación de invitados, papá. -A Jane le hizo mucha gracia la idea-. Tendremos compañía de vez en cuando, ¿no?
-No hay una cama en ella.
-Oh, conseguiremos una en algún sitio. Papá, la casa se alegra de vernos... se alegra de volver a ser habitada. Las sillas sólo quieren que alguien se siente en ellas.
-¡Pequeña sentimentalista! -se burló papá.
Pero había una risa comprensiva detrás de sus ojos. La casa estaba sorprendentemente limpia. Jane se enteraría más tarde de que, en cuanto supieron que la casa de la tía Matilda Jollie estaba vendida, la señora Jimmy John y Miranda Jimmy John habían venido, se habían metido por una de las ventanas de la cocina y le habían dado a todo el lugar una limpieza holandesa de arriba a abajo. Jane casi lamentaba que la casa estuviera limpia. Le hubiera gustado limpiarla. Quería hacer todo por ella.
-"Soy tan mala como la tía Gertrude", pensó.
Y un pequeño atisbo de comprensión de la tía Gertrude llegó a ella.
No había nada más que hacer que poner los colchones y la ropa en las camas, las latas en el armario de la cocina y la mantequilla y la nata en la bodega. Papá colgó el bacalao de la señora Meade en los clavos detrás de la estufa de la cocina.
-Tendremos salchichas para cenar decía Jane.
-Janekin -dijo papá, agarrándose el pelo con consternación-, he olvidado comprar una sartén.
-Oh, hay una sartén de hierro en el fondo del armario -dijo Jane con serenidad-. Y una olla de tres patas añadió triunfante.
No había nada en la casa que Jane no conociera ya. Papá había encendido un fuego en la estufa y lo había alimentado con un poco de leña de la tía Matilda Jollie, mientras Jane lo vigilaba. Nunca había visto hacer fuego en una estufa, pero quería saber cómo hacerlo ella misma la próxima vez. La estufa se tambaleaba un poco sobre una de sus patas, pero Jane encontró un trozo de piedra plana en el patio que encajaba muy bien debajo de ella y todo quedó en orden. Papá fue a casa de los Jimmy Johns para pedir un cubo de agua -había que limpiar el pozo antes de poder utilizarlo- y Jane puso la mesa con un mantel rojo y blanco como el de la señora Meade y la vajilla que papá había conseguido en el cinco y diez. Salió al descuidado jardín y recogió un ramo de corazones sangrantes y lirios de junio para el centro. No había nada que las sostuviera, pero Jane encontró una vieja lata oxidada en algún lugar, la envolvió con un pañuelo de seda verde que había sacado de su baúl -era un pañuelo de seda muy caro que le había regalado la tía Minnie- y dispuso las flores en él. Cortó y untó el pan con mantequilla, preparó el té y frió las salchichas. Nunca había hecho nada parecido, pero no había vigilado a Mary por nada.
-Es bueno volver a tener las piernas bajo mi propia mesa -dijo papá, cuando se sentaron a cenar. -"Supongo", pensó Jane con malicia, "que si la abuela me viera comiendo en la cocina -y gustando- diría que son mis bajos gustos".
En voz alta todo lo que dijo fue... pero casi estalla de orgullo al decirlo... -¿Cómo tomas el té, papá?
Había una maraña de rayos de sol en el suelo blanco y desnudo. Podían ver el bosque de arces a través de la ventana del este, el golfo y el estanque y las dunas por el norte, el puerto por el oeste. Soplaban vientos de mares salados. Las golondrinas revoloteaban en el aire del atardecer. Todo lo que miraba pertenecía a papá y a ella. Ella era la dueña de esta casa... no había derecho a discutirlo. Podía hacer lo que quisiera sin excusarse por nada. El recuerdo de aquella primera comida junto a papá en casa de la tía Matilda Jollie iba a ser "una cosa hermosa y una alegría para siempre".
Papá estaba muy alegre. Le hablaba como si fuera mayor. Jane sentía pena por quien no tuviera a su padre.
Papá quería ayudarla a lavar los platos, pero Jane no quiso. ¿No iba a ser ella el ama de llaves? Ella sabía cómo lavaba los platos Mary. Siempre había querido lavar los platos... debía ser muy divertido dejar los platos sucios limpios. Papá había comprado una bandeja para lavar los platos aquel día, pero ninguno de los dos había pensado en paños de cocina. Jane sacó de su baúl dos calzoncillos nuevos y los corto de par en par.
Al atardecer, Jane y papá bajaron a la orilla exterior... como iban a hacer casi todas las noches de aquel verano encantado. A lo largo de la plateada y curvada arena corría una plateada y curvada ola. Un tenue barco de vela blanca pasaba a la deriva por la barra de las dunas sombrías. La luz giratoria del otro lado del canal les guiñaba el ojo. Un gran cabo de oro y púrpura se extendía tras él. Al atardecer, aquel cabo se convirtió en un lugar misterioso para Jane. ¿Qué había más allá? "¿Mares mágicos en tierras de hadas abandonadas?" Jane no recordaba dónde había oído o leído esa frase, pero de repente cobró vida para ella.
Papá fumaba una pipa... a la que llamaba su "Viejo Despreciable"... y no decía nada. Jane se sentó a su lado a la sombra de los huesos de una vieja vasija y no dijo nada. No había necesidad de decir nada.
Cuando volvieron a la casa descubrieron que, aunque papá había conseguido tres lámparas, se había olvidado de conseguir aceite de carbón para ellas o gasolina para su lámpara de estudio.
-Bueno, supongo que podemos ir a la cama a oscuras por una vez.
No fue necesario. La infatigable Jane recordó que había visto un trozo de una vieja vela de sebo en el cajón del armario. Lo cortó en dos, metió los trozos en los cuellos de dos viejas botellas de cristal, igualmente rescatadas del armario, y ¿qué más se puede pedir?
Jane miró su pequeña habitación, con el corazón hinchado de satisfacción. Todavía no había en ella más que la cama de carrete y una mesita; el techo estaba manchado de viejas goteras y el suelo era ligeramente irregular. Pero ésta era la primera habitación que le pertenecía, en la que nunca tendría que sentir que alguien la espiaba a través del ojo de la cerradura. Se desnudó, apagó la vela y miró por la ventana, desde la que casi podría haber tocado la cima de la empinada colina. La luna había salido y ya había hecho su magia con el paisaje. A una milla de distancia brillaban las luces del pequeño pueblo de Lantern Corners. A la derecha de la ventana, un joven abedul parecía estar de puntillas intentando asomarse a la colina. Sombras suaves y aterciopeladas se movían entre los helechos.
-"Voy a fingir que ésta es una ventana mágica", pensó Jane, "y alguna vez, cuando mire por ella, veré un espectáculo maravilloso. Veré a mamá subiendo por ese camino en busca de las luces de Lantern Hill".
Papá había escogido un buen colchón, y Jane estaba cansada hasta los huesos después de su agotador día. Pero qué bonito era tumbarse en aquella cómoda camita de carrete -ni Jane ni los Jimmy Johns sabían que a la tía Matilda Jollie un coleccionista le había ofrecido cincuenta dólares por aquella cama- y contemplar la luz de la luna que moteaba las paredes con hojas de abedul y saber que papá estaba justo al otro lado del pequeño "rellano", y que en el exterior había colinas libres, campos amplios y abiertos donde podías correr por donde quisieras, sin que nadie se atreviera a asustarte, barrancos de abetos y sombrías dunas de arena, en lugar de una valla de hierro y puertas cerradas. Y qué silencioso era todo: sin bocinazos, sin luces deslumbrantes. Jane había empujado la ventana para abrirla y entraba el aroma del helecho. También un extraño y suave sonido lejano: el gemido del mar. La noche parecía estar llena de él. Jane lo oyó y algo en lo más profundo de su ser respondió a él con un estremecimiento entre la angustia y el éxtasis. ¿Por qué llamaba el mar? ¿Cuál era su dolor secreto?
Jane estaba a punto de dormirse cuando un terrible recuerdo le atravesó la mente. Había olvidado poner el bacalao en remojo.
Dos minutos después, el bacalao estaba en remojo.

JANE DE LANTERN HILLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora