Dazai

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No soy una buena persona, nunca lo he sido, y problablemente nunca llegaré a serlo.

No me gusta que la gente crea que lo soy, ni tampoco me gusta que esperen que lo sea. Tal vez era la única cosa que no me gustaba de Odasaku, la misma que detesto en Chuuya. Esperando que sea alguien decente en la mafia. En la puta mafia, ¿qué se cree?

Al menos Odasaku sabía cuan igual me daba hacer el bien o el mal. Pero, Chuuya, él sólo me miraba con sus malditos ojos azules brillando con la esperanza en que recapacite, en que cumpla sus expectativas, su estúpida fantasia.

Demonios, realmente me detesta, ¿no?

Y aún así notaba como ambos poseedores de bellos ojos azules me veían como al niño abandonado a quien debían de cuidar.

Por la mañana me obligue a abrir los ojos aún cuando el sol pegaba de lleno en mi cara. Bostezando, me senté en la cama, sintiendo un ligero dolor de cabeza.

Miré a los lados buscando una cabellera naranja, pero no la encontré. Justo en ese momento me di cuenta de mi cambio de ropa y de como mis vendas estaban ligeramente humedas. Suspiré aliviado de que Chuuya no las haya quitado.

Me levanté de la cama, y arrastrando los pies, caminé hasta la sala donde encontré a cierto enano dormido en el sillón, con una botella de vino vacía tirada en el suelo. Levanté la botella y tan silencioso como pude prepare café. 

—Su puta madre...—lo escuché murmurar, lo cual no me sorprendió, tenía previsto que se levantara de malhumor y que empezara a maldecir a todo aquel que respire.

Le eché al cafe las tres cucharadas de azucar que sabía que a Chuuya le gustaban y junto a la aspirina que tomé del cajon de medicamentos —que tenía prohibido abrir— se lo llevé a la sala listo para el reclamo que me soltaria por enfermarme y por obligarlo a cuidarme.

Dejé el cafe y la aspirina en la mesa y me senté, esperando.

Y me sorprendí cuando el reclamo no llegó. En cambio, recibí una mirada analítica, como si tuviera pintada la cara y tratara de hallarle forma a los garabatos sin sentido.

—¿Qué?—pregunté, sin mostrar lo incómodo que me ponía tener a esos ojos azules siguiendo cada movimiento que hacia.

—Nada.—susurró, y tomó la aspirina con ayuda de su café.

Al ver las ojeras en su cara, pude haberme regodeado en lo bien que dormí yo, pero me intrigaba más la expresión triste que tenía. Con suspiros trató de deshacerse de esa expresión múltiples veces, la mayoría fallidas.

—¿Quieres salir hoy?—me preguntó en voz baja, lo que me causaba más curiosidad.

—Claro, ¿a dónde?—respondí. Si quería averiguar que había pasado con Chuuya, tendría que pasar tiempo con él. De todos modos, no quería ir a trabajar.

—A una heladería estaría bien, me duele la garganta.—dijo, pasando sus dedos por debajo de su gargantilla, acariciando su cuello.

—Okay.—contesté, sin pasar por alto el dato.

Prendí la televisión, dejandolo en un canal que ambos disfrutábamos. No presté atención al programa, me pasé la mañana recopilando recuerdos que podrían ayudarme a darle una explicación al extraño comportamiento de Chuuya. No conseguí mucho, solo recuerdé a Chuuya dandome agua y un fuerte dolor en todo mi cuerpo.

No sé que hice, ni que dije, pero definitivamente hice algo. Fue a la conclusión que pude llegar. Y lo que sea que habré hecho ha sido, por mucho, peor de lo que comúnmente hago.

Not Enough || SoukokuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora