13-La muerte de Noah Stone.

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Tanto Nathan como yo diseñamos nuestros respectivos dormitorios sin que escatimásemos dinero en la decoración

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Tanto Nathan como yo diseñamos nuestros respectivos dormitorios sin que escatimásemos dinero en la decoración. No en vano nuestras casas se localizan en Belgravia, el barrio más exclusivo de Londres. Sin embargo, comparados con la alcoba de Willem Van de Walle parecen pocilgas.

     Domina el centro una cama circular —similar a una pista de patinaje—, sobre la que pende un espejo del mismo aspecto y tamaño. El cobertor en tono azul eléctrico encaja a la perfección con las decenas de almohadones que se destacan encima y que han sido acomodados con esmero.

     Pero esto no es lo que más atrae mi atención. A la habitación —que tiene forma de elipse— la rodea un acuario que va desde el suelo hasta el techo, dentro del cual se mecen los corales vivos, las anémonas, los caballitos de mar, los pulpos. Y donde nadan infinidad de peces cuyos nombres desconozco, presumo que tropicales por el colorido. Reprimo con esfuerzo las ganas incontrolables que me embargan de cantar Under the sea  ante el aroma del salitre y de las algas, pues siento que me salen agallas y una cola enorme de sirena. Me entran unos deseos irresistibles de tirarme dentro y de ponerme a bucear. Es más, concordaréis conmigo que con la peluca pelirroja que usé en la misión de Brooklyn pasaría por Ariel. Tengo la sensación de que el propietario de la mansión se ha inspirado en el Dubai Aquarium  al construirla y de que no ha dejado ningún detalle a la ligera con la finalidad de movilizar el alma de quien la contempla.

—¡Impresionante! —Me impacta de verdad, no preciso mentir—. ¡Nunca he visto una maravilla igual a esta!

—¿Te refieres a la habitación o a mí? —La sonrisa me resulta vanidosa, si su semblante fuese más dulce se parecería mucho al actor Channing Tatum—. Es una broma. ¿Verdad que te gusta el efecto que produce, como si nos sumergiéramos en el interior del océano?

     Se me acerca, y, cuando intenta desprenderme el vestido, le doy un fuerte golpe en la mano.

—¡Aquí dirijo yo! —lo regaño y alzo la voz—. Tú solo obedece. ¿Te acuerdas de que hablamos de esto en nuestra primera cita en el bar?

     Parece sorprendido al principio, pero se nota que el cambio le agrada porque enseguida me pregunta:

—¿Y hay alguna regla?

—Tres reglas. —Le quito la corbata y la tiro lejos, asqueada—. La primera es que me dejes imponer el ritmo y tú limítate a seguir mis instrucciones.

     Lo empujo hacia atrás con fuerza. El marchante cae sobre el lecho, de espaldas, todavía impactado. ¿Se habrá pensado que exageraba cuando le comentaba que con él me gustaría hacer de dominatrix? Porque no se convence de lo que sucede.

—La segunda regla es que me dejes hacer todo lo que yo quiera contigo. —Me trepo encima de él.

—¿Y la tercera? —Parece un pequeño en una tienda de golosinas.

—Que hables lo menos posible, cielo. El sexo es muy importante para mí y no hay necesidad de chácharas insustanciales. —Le desprendo la camisa—. No escucharé tus tonterías ni tus mentiras cochinas ni me reiré de tus chistes malos.

La médium del periódico #1: The Voice of London (éxito Wattpad WEBTOON Studios).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora