Capítulo 2 | Halloween

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FRANCESCA

Francesca se había preparado a conciencia para esa noche. Su plan podría decirse que comenzó hacía exactamente un año, en el último Halloween. Aún se acordaba de la noche tan desagradable que pasó con Grace trabajando en el Hysteria, un local underground de la ciudad donde ponían copas prácticamente todas las noches de la semana. Bueno, para ser francos, Grace ponía copas prácticamente todas las noches de la semana. Ella se pasaba a veces, cuando no había posibilidad ninguna de cargarle el turno a otro sin dejar de llevarse ella las propinas. Si seguía trabajando allí era porque, increíblemente, Michael Oronov, el sanguinario licántropo dueño de ese local, le tenía verdadero pánico.

A primera vista, nadie en su sano juicio podría tenerle miedo a Francesca Eastwood. Frannie era la chica más angelical que alguien podría encontrar en la faz de la tierra. Parecía, literalmente, un ángel. Su pelo rubio resplandecía, como si estuviese hecho de oro, y los ojos verdeazulados destellaban a su antojo. Su piel parecía de porcelana. Toda ella era una muñeca a medida para cualquier hombre. Esa era la segunda razón por la que Michael Oronov no la despedía. Sin duda, Francesca era una de las razones principales por las que muchos seres acudían a Hysteria cada noche. Siempre que no abriese la boca y nadie la molestara, claro.

Aquella noche, hace justo un año, ella estaba trabajando en ese apestoso pero lujoso local donde prácticamente solo acudían licántropos, ángeles o demonios. Si alguna vez había entrado por error un humano, estaba muy segura de que no había vuelto a salir. Recordaba apoyarse en la barra, moviendo ligeramente su pie y los zapatos de aguja de seiscientos dólares que había decidido ponerse esa noche, cuando vio entrar a tres miembros de La Hermandad en el establecimiento. Casi pudo sentir la congoja y placer a partes iguales que desprendió Michael Oronov al saber cuánto dinero podría dejarse la aristocracia en su local.

Francesca se fijó bien en los licántropos que entraron. Eran grandes, muy grandes, debía reconocer. Parecían dioses esculpidos al antojo de mujeres como ella que adoraban el sexo solo para sentir placer. Recordaba haber seguido todos sus movimientos con detalle. Y aunque sabía que Grace jamás en su vida, ni siendo torturada, lo reconocería, ella también les estaba estudiando. Y fue en ese instante cuando la idea traviesa y emocionante cruzó en su mente. 

Fue ella la que decidió llevarles la botella de champán a la mesa, la que les acercó las copas, la que les saludó y finalmente la que fue invitada a sentarse con ellos para amenizarles la noche. Coqueteó con claro descaro, se dejó ver, sin por supuesto dejarse tocar. Aunque muchos compañeros, tanto mujeres como hombres, sí decidían hacerlo, ella jamás se acostaba con un cliente. Mucho menos por dinero. Pero sí se dejó mirar y permitió algún abrazo y alguna caricia entre esos hombres hambrientos de lujuria y ya afectados del alcohol, porque en ese intervalo de tiempo Francesca robó las carteras de los tres.

Así fue como consiguió las direcciones de sus viviendas. Lo demás, duró unos meses, pero fue relativamente sencillo. Algunos chantajes a chicas de compañía y pasar muchos días desapercibida mientras les seguía. De sus lujosos hogares hasta los centros de entrenamiento, de centros de entrenamiento a lujosos restaurantes, de lujosos restaurantes a lujosos prostíbulos. Empezaba a pensar que La Hermandad no hacía otra cosa, que realmente no trabajaban, hasta que la encontró. Encontró La Glimera. Sabía que para lo que muchos sería algo imposible, ya que aquel lugar repleto de magia estaba más salvaguardado que el Pentágono, a ella no le había resultado muy complicado de encontrar. No sabía si había tenido un golpe de suerte, o si finalmente sus ansias internas de diversión se habían visto finalmente recompensadas por su demonio interior.

En cualquier caso, allí estaba ahora, un año después, sentada en el asiento trasero del Lamborghini que le había cogido prestado al multimillonario de ese mes. El coche estaba aparcado en una calle paralela, alineado junto a otros vehículos igual de lujosos de donde salían invitados enfundados en atractivos trajes de fiesta y encaje, todos ellos ataviados con máscaras venecianas. Si Francesca fuese una licántropa podría oler a la perfección la pureza de toda esa sangre. Como no lo era, solo podía pensar en cuántos diamantes sería capaz de encontrar en aquella mansión y cuartel general a partes iguales, antes de que la fiesta terminase.

—Olev, por favor, espéranos en este mismo sitio cuando la fiesta acabe —dijo Frannie, acercándose al chófer con un deje de diversión en la voz—. Quizá te traigamos algún entremés.

Grace le lanzó una mirada. Olev, el chófer del multimillonario de turno que estaba con Francesca había accedido a llevarlas hasta aquel lugar. Probablemente pensaba que estaba llevando a dos prostitutas de lujo a una orgía secreta con máscaras de por medio. Jamás en su vida podría imaginar que había grandes posibilidades de que no saliese con vida aquella noche. Teniendo en cuenta lo que habían tardado en llegar a ese recóndito y lujoso palacio, Olev era el único humano en treinta kilómetros a la redonda.

—Bájate un poco el escote —le ordenó a Grace, bajándoselo ella misma antes de colocarse el antifaz en los ojos.

Francesca había querido acudir a la fiesta del color de la sangre, literalmente. Grace había optado por el color negro, en un burdo intento de no llamar la atención, ya que los ojos de ambas estaban en su forma natural y originaria, los de Frannie totalmente rojos, y los de Grace de color violeta.

—No sé en que momento te dije que esto era una buena idea —murmuró Grace tras salir del coche, andando junto con Frannie por la calle empedrada que les dirigía a las grandes puertas de La Glimera.

—Vamos, reconócelo, esto es lo más placentero que has hecho en mucho tiempo —susurró Francesca con diversión justo cuando ambas cruzaron la puerta y pudieron sentir el campo de magia que protegía esa fortaleza en sus propias carnes—. Hemos escuchado historias de estas fiestas desde hace años, por fin estamos en una de ellas.

Francesca sonrió al percibir el júbilo que sintió Grace en ese momento, y entonces levantó la mirada. Aquella mansión era probablemente lo más imponente que había visto en su vida, y su vida había sido larga. El camino empedrado se dividía en dos, rodeando una inmensa fuente que bien podría ser una piscina donde se reflejaba la luna en todo su esplendor. Tras ella, las inmensas puertas de roble de la mansión permanecían abiertas y ya se podía percibir la música y los murmullos que se colaban al exterior. La fachada, de tonos grisáceos, era lo más impactante. Parecía que todas sus piedras habían sido talladas a mano con runas antiguas, en los más de tres o cuatro pisos que englobaba cada una de sus áreas. 

Dos escaleras exteriores subían a los balcones del primer piso, cuyas ventanas y puertas también permanecían abiertas. Y a los laterales, aun siendo de noche, podía observar los extensos jardines de rosaledas. No era capaz de ver, ni siquiera de imaginarse, la extensión real de esa edificación. Sin duda, todas las historias que había escuchado sobre ese lugar eran ciertas.

—Ahora vamos a divertirnos y, con suerte, salir vivas antes de que acabe la fiesta —sentenció en un susurró Francesca, cogiendo a Grace por el brazo como si fuese su acompañante cuando, por fin, pisaron el suelo de mármol blanco de la mansión.

🖤🖤🖤

¡Hola!

Nuestras chicas ya han puesto un pie en La Glimera.

¿Se divertirán esa noche o surgirá algún problemilla?, ¿Francesca habrá planeado algo más?

Continúa para averiguarlo y gracias por estar aquí. 

 

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Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora