EXTRA | Puesta de largo

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La Navidad había llegado a La Glimera con absoluto esplendor. Los jardines permanecían repletos de nieve, cada recoveco del palacio se encontraba inmerso en colores cálidos y los adornos, los villancicos y el champán daban la bienvenida a centeneres de invitados.

A Connor Blackwood nunca le había gustado especialmente la Navidad. Esas fechas le suponían asistir a interminables eventos sociales, un derroche de ostentosidad y energía. Si lo pensaba detenidamente, siempre había sido una excusa más para comer, beber, salir de fiesta hasta horas intempestivas o conocer nuevas jovencitas aristócratas.

Aquella Navidad, sin embargo, era ligeramente diferente. No lo reconocería nunca y su actitud y posición continuaba acérrima, erguida y ligeramente intimidante, situado junto a las escaleras de mármol de la mansión, pero su fuero interno compartía el mismo espíritu festivo de sus sobrinas.

—Si no fuera porque te conocen por el Grinch, juraría que estoy escuchándote tararear.

Connor chasqueó la lengua, encontrando la perspicaz mirada de su hermana mayor sobre él.

—Solo estoy haciéndole los coros a tus hijas.

—Oh, vamos, reconócelo —intervino Katherine, situada a su lado, cruzada de brazos.

—¿Reconocer el qué?

—Desde que estás enamorado te has convertido en un chow chow.

—Kathe... —comenzó a decir, molesto.

—¿Dónde ha quedado el lobo feroz? —Nicole la animó, divertida.

—¿Desde cuándo vosotras os lleváis bien?

Connor observó a sus dos hermanas reír por primera vez en muchos días y él suspiró. Su orgullo le pedía continuar con la discusión, pero él decidió otorgarles aquel pequeño triunfo. Además, aquella noche su preocupación era otra.

—Por favor, comportaos —les pidió su madre, Madison Blackwood, entre dientes, antes de mirar a su hijo y suavizar la expresión—. Tranquilo, seguro que vendrá.

Nunca se había considerado un hombre inseguro, pero desde hacía dos meses dudaba de todas y cada una de las concepciones que tenía sobre sí mismo. Grace había entrado en su vida como un huracán, revolviéndola por completo, llevándole a límites físicos y emocionales que aún desconocía.

Y ahora se sentía nervioso por esperarla en Nochebuena, como si fuese un quinceañero con su primera cita.

Maldita sea, sus hermanas tenían razón.

Aquella cuestión tampoco la verbalizaría nunca, así que cuadró sus hombros con seguridad y continuó con el festival de sonrisas impostadas, ademanes elegantes y leves inclinaciones de cabeza. El protocolo de aquella noche había sido diseñado con esmero y los altos representantes de las cuatro casas reales daban la bienvenida, uno a uno, a todos los invitados.

—No te preocupes, va a venir —Katherine se inclinó hacia él.

Connor rodó los ojos, armándose de paciencia. Lo peor de la Navidad no eran las reuniones sociales, era tener que pasar tiempo en público con su hermana pequeña.

—Kath...

—Aunque igual no le hace tanta gracia tu sorpresa.

—Katie...

—A estas alturas, se pensará que tenemos un fetiche con las máscaras.

—¡Katherine! —esta vez fue Nicole quien llamó su atención.

—Pero va a venir —Katherine se mordió el labio, pensativa, ignorando a su hermana—. Me he encargado de ello.

—¿Qué has hecho? —Connor clavó su mirada en ella.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora