Capítulo 39 | Almas afines

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NICOLE

Hacía demasiados años que Nicole no pisaba Mystic Hollow. Siempre buscaba excusas para no volver a ese lugar. Esos bosques, ese hogar ahora tan lejano, solo provocaba que la nostalgia inundara todos sus sentidos. Los recuerdos más bonitos y felices de su vida.

Y también los más tristes.

Cuando aparcó el coche en las inmediaciones del Caserón no pudo evitar que su mirada se fijase en la fachada blanca de esa casa, en las piedras que escondían los secretos y recuerdos de toda una estirpe familiar. Una parte de ella se encogió con dolor, apartando los retazos de una juventud que ya no tenía y de una vida que ya no era suya.

Observó el portón de madera abierto y suspiró, consciente de que su hermano se encontraba dentro. Hacía más de dos horas que la había llamado y le había pedido ayuda. Nicole no tuvo que preguntar, ya que una parte de ella intuía lo que había hecho. Se acercó a la casa y se asomó dentro, despacio. Percibió enseguida la línea de ceniza en el suelo y la presencia de su hermano, sentado en las escaleras.

Se dio cuenta de que estaba llorando, absorto y en silencio, con la mirada fija en las grietas del suelo.

—Hey... —murmuró, despacio—. ¿Qué haces ahí?

Connor levantó la mirada, ligeramente sorprendido y avergonzado. Se pasó una mano por los ojos con rapidez. Había perdido la noción del tiempo.

Nicole movió con un suave gesto de la mano la ceniza, esparciéndola en el aire y rompiendo el conjuro. Se extrañó al encontrar ese tipo de magia allí. Y mucho más al saber que esa magia había sido lo suficientemente fuerte como para mantener realmente a Connor atrapado.

—¿Qué ha pasado? —Nicole se acercó a él y se sentó a su lado—. ¿Has avisado a alguien más?

—No, yo... —negó, con la voz ronca—. Solo le he dicho a Katie que estaba aquí.

—¿Qué has hecho, Connor? —preguntó de nuevo, analizando con una rápida mirada cada recoveco de ese salón. No había signos de pelea.

—Nikki... —empezó, sintiendo que las palabras no salían—. Lo he... lo he destrozado, todo...

Nicole acarició con cariño su espalda, como cuando era un niño y ella le consolaba por cualquier berrinche.

—La he mordido, Nikki... —las lágrimas le recorrían las mejillas con auténtico dolor y angustia—. Pensé... pensé que lo... que lo podría evitar, pero no pude...

Connor apoyó los codos en sus rodillas y se pasó los dedos por el pelo con desesperación. Sentía que algo se había desgarrado dentro de él. Experimentaba una sensación de pérdida que no podía siquiera verbalizar, que no entendía. Era algo que se encontraba fuera de su control.

—¿A quién has mordido? —preguntó Nicole con firmeza en la voz—. ¿A quién, Connor?

—Conocí a una chica... —Connor tembló sin poder mirarle a la cara, sin querer ver la decepción en los ojos de su hermana—. Ella no es... Ella no es de La Glimera, es una híbrida.

Nicole sintió que el corazón se le encogía en el pecho al escucharle y le apoyó en su hombro, rodeándole con uno de sus brazos. Cada vez que se encontraba cerca de él no podía evitar sorprenderse de todo lo que ya había crecido. Ella ya no podía deshacer sus travesuras.

—¿Te pidió ella que la mordieses?

Connor negó con la cabeza, apartándose las últimas lagrimas con el dorso de la mano, sintiendo la cercanía y el abrazo de su hermana reconfortarle. Cuando las primeras luces del alba rompieron el cielo esa mañana, Connor la llamó directamente. No solo necesitaba que otra bruja deshiciese ese conjuro, que ni el paso del tiempo había deshecho. También necesitaba hablar con Nicole, porque quizá una parte de ella pudiese ayudarle.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora