Capítulo 31 | Eres una Blackwood

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KATHERINE

Katherine Blackwood no había querido salir de La Glimera esa mañana, e increíblemente sus padres se lo habían permitido. Y es que el sueño de cualquier adolescente de no ir al instituto, no salir de su habitación y no ver a nadie, resultaba ser una gran alarma tratándose de Katie. Sin duda, no se encontraba bien.

Entrada la mañana y tras intentar dormir algunas horas más, Katherine recorría los pasillos interiores del palacio de La Glimera hacia el jardín, sorteando las zonas comunes y cualquier salón donde fuese posible encontrarse con un miembro de La Hermandad. Aunque no quisiese pensar en ello, estaba evitando ver a Emmet. Se sentía avergonzada, pequeña e increíblemente nerviosa a su lado. Su cuerpo se tensaba ante su presencia y perdía cierto control sobre sí misma, como no le había sucedido antes.

Los pasillos a esa hora estaban tranquilos y silenciosos. Todo el mundo tenía cosas que hacer, menos ella. Se sintió extraña, porque precisamente ella siempre estaba haciendo algo. Era innato en su forma de ser, en su manera de enfrentarse y exponerse al mundo. Nunca había sido una cobarde, no hasta ese momento.

Katherine sintió de nuevo la presión en el pecho, ahogándola, quitándole el aire. Las palabras de Gregory pidiéndole matrimonio resonaron en su cabeza. Tuvo ganas de vomitar. No había sido capaz de verbalizarlo, de contárselo a nadie, porque decirlo en voz alta lo haría mucho más real, más firme, y ella debería tomar una decisión.

"Tú eres lo único bueno que tengo en mi vida, Katie".

Katherine salió a los jardines del palacio y sintió el frío de noviembre envolverla. Intentó tranquilizarse.

"Vamos a pasar toda la vida juntos. Esto es lo que queremos, Katie".

"Sin ti Katie yo no soy nada, no puedes dejarme así".

El eco de los recuerdos le causó una gran tristeza. Ella era su salvavidas y eso Katie lo sabía. Sabía el daño que le infringía a Gregory su padre desde que perdió a su madre hacía cinco años. Sabía de su soledad en esa casa, de su tristeza.

Cuando alcanzó las puertas del invernadero de su madre, las lágrimas le surcaban el rostro con angustia. Nunca pedía ayuda a sus padres. Era demasiado independiente y orgullosa para ello. Y nunca había tenido la necesidad, no hasta ese momento.

La humedad del invernadero la envolvió al instante y sintió que se mareaba. De vez en cuando solía pasar allí tiempo con su madre y con su hermana mayor, Nicole, mientras intentaban enseñarle a utilizar su magia, a sacar a relucir esa parte de su doble naturaleza. A Katie no le gustaba. El olor concentrado de las flores y el calor la hacían sentirse acorralada, incómoda. Y no ser capaz de controlar bien su magia pese a tener ya diecisiete años hacía que se sintiese pequeña.

—¿Mamá? —llamó Katherine con la voz rota, buscándola entre los pasillos repletos de plantas y flores exóticas—. ¿Mamá?

Madison Blackwood ocupaba su silla habitual en la mesa de trabajo, utilizando el mortero, practicando sus habilidades de magia mientras leía un antiguo libro de pócimas. En cuanto escuchó a su hija, dejó a un lado el cuenco y se dio la vuelta, con una suave sonrisa. La había estado esperando.

—Pensé que ibas a venir antes... —dijo Madison con cariño. Se levantó de la silla e intentó quitarse el delantal, pero no le dio tiempo. Katie se acercó a ella al instante y la abrazó con necesidad, rompiendo a llorar en sus brazos.

Hasta ese momento, Madison no sintió una preocupación real. No había pasado por alto lo poco que comía Katie últimamente, ni las marcadas ojeras en una mirada ahora apagada y triste. Más allá de eso, supo que era grave porque de todos sus hijos, Katherine nunca les había pedido ayuda, ni a ella ni a Darren. Se mostraba tan fuerte, era tan independiente, tan activa y vivaz, que muchas veces debían recordarse que Katie solo era una niña.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora