Capítulo 41 | Nuestra Grace

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CASSIDY

Cassidy era una mujer de mundo. En sus trescientos años, había vivido en incontables ciudades, países y continentes. Había sobrevivido a guerras, viajado de todas las formas posibles y amado como pensó que nunca podría amar a nadie. Y en toda esa vida, nada la había preparado para superar el inexplicable y desgarrador dolor de perder a un hijo.

Un dolor antinatural, inhumano.

El día que le arrancaron a su hija de sus propios brazos, de su hogar, fue el día que también se perdió a sí misma. La tristeza y desesperanza, abrumadora, la acompañó sin descanso durante años. Todavía lo hacía, en un duelo que no era capaz de cerrar, porque nunca podría perder la esperanza de encontrarla.

Esa era la única luz y guía en una vida que ya no tenía sentido para ella. Y aferrándose a esa posibilidad, Cassidy se hizo la promesa de no abandonar jamás el lugar en el que Grace nació, el hogar que debió haber sido suyo. Nunca abandonaría Mystic Hollow, no sin Grace junto a ella.

Y esa promesa, ese juramento hacia sí misma y hacia su hija, solo le provocó más dolor, más pérdida. La distancia con Noah y su separación con Jordan, que no pudieron soportar quedarse en esa casa, no después de la desgracia que destrozó sus vidas. Ella, sin embargo, no podía abandonarla. Si lo hacía, la traicionaría. Al cerrar esa puerta, estaría abandonando a Grace tras ella.

La soledad había regido su vida desde entonces. Durante años, solo salía de casa para caminar por los bosques. Paseos en los que permitía que los recuerdos de una vida que ya no tenía volviesen a ella. El calor de su Naalum a su lado, la alegría de su hijo, la seguridad de sus hermanos y de su grupo de amigos. De su familia. Por unos instantes, apenas unas horas, su mente retrocedía en el tiempo y se salvaguardaba en un lugar menos doloroso, junto a ellos.

Y en esos instantes, se permitía soñar despierta. En la esfera de su alma y su corazón que le pertenecían a Grace, creaba recuerdos que no tenía y que nunca podría tener.

El dulce olor de su bebé en sus brazos, cada mañana.

Sus primeros pasos, torpes, junto a ella.

Su risa, envuelta en la pura inocencia de la niñez.

Una niñez que realmente no tenía rostro, no tenía voz. No tenia nada más que lo que debió haber sido y nunca fue.

Cuando se cumplieron diez años de su desaparición, Cassidy fue capaz de reunir el valor suficiente para transformar ese dolor en algo más. En un intento desesperado, se convirtió en asistente social y comenzó su búsqueda inconsciente, ayudando a niños y adolescentes que debían tener la misma edad de su hija. En cada uno de los rostros que había conocido a lo largo de los años, había buscado retazos de ella. Era la única forma de sentirla cerca, aun teniéndola tan lejos.

Ahora, apoyada en la puerta de su coche, en el aparcamiento de una gasolinera a las afueras de Chicago, esperaba a Bethany. Un nuevo rostro, una nueva adolescente que encontraba y que necesitaba ayuda. Sin embargo, Cassidy sentía que en esta ocasión era distinto. Algo dentro de ella se removía, se trenzaba, impidiéndola respirar.

No estaba siendo racional, era consciente de ello, pero su intuición no le permitía serlo. Por primera vez en diecisiete años, sentía que la cercanía de Grace era real. Lo sentía en sus entrañas, en su alma, porque su parte más primitiva, su naturaleza de loba, reconocía a esa niña como a su cachorro.

Las manos le temblaron y los ojos se le llenaron de lágrimas, sin ser capaz de tomar una decisión, observando el móvil en sus manos. Necesitaba llamarle. Y si no podía contárselo, si no encontraba el valor, al menos escucharía su voz.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora