Capítulo 49 | Hogar

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GRACE

Un mes después

Grace no estaba acostumbrada a utilizar un apellido. Y ahora, tumbada en la cama de su nueva habitación, en casa de sus padres, no podía dejar de mirar el carnet de identidad que contenía sus datos reales.

Grace Andrews.

Se trataba de una habitación acogedora, en tonos lila. Una estantería blanca ocupaba toda una de sus paredes, repleta de libros de magia y arte. Frente a ella, una gran ventana dejaba pasar la luz cálida de la mañana, con vistas al jardín trasero de la casa victoriana que sus padres habían comprado a las afueras de Chicago y que ahora era su nuevo hogar.

Nunca pensó que se adaptaría tan rápido a esa casa, ni al calor intrínseco de su familia, pero así había sido. Y desde que sus barreras se rompieron y sus padres la cobijaron entre sus brazos, Grace no se había apartado de ellos.

No era posible recuperar su niñez, ni ninguno de los diecisiete años de vida que le habían arrebatado, pero sí podían darse la oportunidad de conocerse y ser, poco a poco, la familia que siempre debió haber sido.

La gata negra de Cassidy maulló, sacándola de su ensimismamiento. Grace no pudo dejar de pensar en cómo aquel animal la seguía a todas partes, compartiendo el miedo de su familia a que volviese a desaparecer.

—Buenos días, Bonnie.

Se levantó de la cama y se desperezó, cogiendo a la gata en brazos mientras echaba un vistazo al jardín y al paisaje de la primera nevada de aquel otoño. Apoyó la frente en el cristal y pensó en cómo serían los jardines del palacio de La Glimera helados. En tan solo unas horas, pisaría de nuevo aquel edificio y sus entrañas volvían a encogerse ante la idea.

Grace decidió apartar aquella inquietud de su mente, salió con sigilo de su habitación y se sentó en el último peldaño de las escaleras, echando un vistazo a la cocina de estilo americano en los cinco minutos que empleaba todas las mañanas para observar a sus padres sin ser vista.

El olor a café recién hecho y huevos hizo rugir a su estómago de pura gula, porque era imposible que tuviese hambre después de toda la comida que su familia le hacía comer día tras día. No podía quejarse de ello, porque por primera vez en su vida su aspecto era saludable y no había vuelto a encontrarse débil.

—Has vuelto a echar demasiada mantequilla.

—A Grace le gustan así —repuso Cassidy, con una escondida sonrisa.

—A ti te gustan así —Jordan se apoyó en la encimera, junto a ella, y besó con suavidad el arco de su cuello.

Cassidy cerró los ojos ante el beso y se volvió hacia él, acunando su rostro en su mano mientras susurraba algo en su oído. Unas palabras que a ella le hicieron sonreír y a Jordan enrojecer, antes de inclinarse y capturar sus labios con dulzura y amor.

Un amor que había permanecido intacto todos esos años, pese al distanciamiento y la soledad que ambos se impusieron.

A Grace se le ensanchaba el corazón de felicidad cuando les encontraba así, enamorados como dos adolescentes, dándose de nuevo una oportunidad para ser la familia que nunca debió romperse.

Y en momentos como ese, no podía enorgullecerse más de las dos personas que tenía como padres.

Jordan tenía una personalidad increíblemente genuina, curiosa y perspicaz. Todas las noches hablaban durante horas, hasta que caía la madrugada y la curiosidad también inherente en Grace se colmaba por ese día.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora