Capítulo 34 | Perdóname

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FRANCESCA

Cuando sus ojos encontraron los de Alexia en esa habitación, las dos mantuvieron silencio. No había nada que pudiesen decir para verbalizar la atrocidad que Callum Waldorf había hecho con ella. Francesca lo había pedido, lo había suplicado. Cada latigazo, cada golpe, cada humillación. No había querido parar y no había obtenido ningún placer de ello.

Ahora solo quedaba el dolor, uno que no era tan solo físico.

Alexia lo sabía, siempre lo había sabido.

Y ahora estaba allí, como siempre había estado.

Francesca apoyó ambas manos en la cama y dejó que las lagrimas recorriesen sus mejillas. Cerró los ojos. Cuando pensó que no podía ser real, que Alexia no estaba allí, no después del dolor que ella misma le había causado, sintió el peso liviano de su cuerpo sentarse a su lado.

Lo siento.

Francesca no fue capaz de hablar. No tuvo el valor de levantar la cabeza, de mirarla a los ojos.

Perdóname.

Alexia agarró su mano, despacio, y observó las marcas enrojecidas por las cuerdas en su muñeca.

—Frannie... —dijo en voz baja, sin saber qué hacer.

—No deberías haber venido —susurró Francesca, sin mirarla, la voz salió ronca de ella. Le dolía la garganta.

Alexia permaneció en silencio demasiado tiempo. Supo que estaba mirando su cuerpo, analizando la gravedad de las heridas. Finalmente, se levantó de la cama y salió de la habitación. Solo entonces alzó la mirada, clavándola en la puerta. Un incontrolable miedo se acomodó en su cuerpo, pensando que Alexia se iría, que ella la había echado.

Escuchó el sonido de la bañera llenarse y el corazón de Francesca se calmó unos instantes. Las manos le temblaron. Pocas veces en su vida se había sentido tan nerviosa, tan frágil como en ese momento.

—Apóyate en mi —la voz de Alexia sonó de nuevo en la habitación. Frannie bajó la mirada—. Despacio.

Alexia la sostuvo entre sus brazos, con cuidado de no tocar las heridas de su espalda. Sintió las piernas pesadas, entumecidas mientras la guiaba hasta el baño. Ella misma se había duchado en la habitación del hotel y también cuando llegó a su apartamento, pero no era suficiente. No podía eliminar todos los restos de aquella noche y Alexia lo sabía.

Francesca se apoyó en el marco de la puerta, apenas unos segundos, mientras Alexia se agachaba para comprobar la temperatura del agua. Observó sus ojeras, marcadas, y su delgadez. Sin la distancia y frialdad que mostró la última vez que se vieron, sin la ropa elegante, sin las apariencias ni el maquillaje, Alexia era la sombra de que lo que una vez había sido. De lo que fue con ella.

No podía soportar verla.

No ayudándola.

No allí.

—No deberías restar aquí —dijo Francesca en voz baja—. No deberías haber venido.

—Ya es tarde para eso.

Francesca sintió un miedo atroz a que ella experimentase tan solo una parte de lo que Callum Waldorf le había hecho durante horas. Ninguna de las dos podría soportarlo.

—Alexia, vete —Francesca reunió el valor para mirarla—. No necesito que me ayudes.

—Necesitas que alguien lo haga. Ahora mismo solo estoy yo, lo siento —con tranquilidad y firmeza, Alexia le devolvió la mirada, directa—. Si prefieres que te mande para poder ayudarte, que te dé ordenes o que te trate mal, lo haré.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora