Capítulo 52 | Nuestro principio

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GRACE

Cuando Grace puso pie en el bloque de edificios donde vivía Connor Blackwood, la noche ya había caído, fría y oscura sobre sus hombros. En su interior, un sinfín de emociones le encogían el estómago. Le dolían las extremidades, cada roce era un suplicio y no soportaba la sensación de vacío que se antojaba en lo más profundo de su vientre.

Era algo mucho más allá del deseo irrefrenable que sentía cada vez que pensaba en él. Se imaginó que la urgencia de ese anhelo se debía a la marca, a haberle visto ese mismo día o a la luna llena que iluminaba esa noche, pero su intuición le decía que algo había cambiado.

Aquella sensación de necesidad tan salvaje y primitiva se había instaurado en su cuerpo en cuanto tomó una decisión.

"Yo soy la Nalla de Connor Blackwood. Y eso jamás podrás quitármelo".

Ni Francesca ni mil demonios como ella podrían arrebatarle esa unión.

Y ahora, su cuerpo la estaba reclamando.

Le ardía hasta la parte más íntima de su ser.

Grace entró en el apartamento de Connor por la puerta principal. Lo hizo sigilosa, haciendo uso de su magia, como la ladrona que siempre había sido. Dejó que la puerta se cerrará en silencio tras su espalda y aspiró el aroma a sándalo, obligándose a mitigar el jadeo que luchó por salir de sus labios, anticipándola.

Escuchó el sonido de la ducha en la planta superior del loft y se quitó los tacones. Todavía vestía la ropa uniformada que había tenido que llevar al Consejo de Estado y se sentía encorsetada. Si realmente pudiese introducir cambios en La Glimera, el uso de vaqueros y converse sería una de sus primeras decisiones.

Se desabrochó el abrigo y se mordió los labios, traviesa, mientras daba un lento paseo por la casa de soltero de Connor. La conocía muy bien, porque ningún mobiliario había quedado virgen durante los dos días que pasó allí, junto a él, en un limbo temporal e íntimo de sexo y placer.

Unos días donde no solo le entregó su propia virginidad, sino todo lo que ella era, había sido y sería siempre.

Suya.

Pensó en cuánto se había equivocado entonces, manchando sus recuerdos de tristeza, imaginando a Connor uniéndose a una loba que estuviese a su altura cuando él siempre había sido de ella.

Y cuánto se había equivocado todos los días durante el último mes, apartándole de su lado, permitiendo que sus dudas y sus miedos construyesen un dique entre ambos, hasta hacerle dudar de su propio Cáriad.

Como un relámpago, intuitiva, la mirada de Grace se clavó en la mesa del comedor y la angustia le carcomió las entrañas. Estaba repleta de libros de magia, hechicería y mitología, algunos pergaminos y papeles con letras indescifrables. Supo que Connor estaba tratando de averiguar cómo otorgarle lo que él pensaba que era su último deseo.

—Tranquilízate —se dijo a sí misma, en un susurro—. No lo ha roto, no habrá sido capaz.

Grace sabía que Connor era un hombre inteligente, leal y honorable. Sin embargo, también era impulsivo y temperamental, tanto como lo era ella. Y eso la asustaba, porque la posibilidad de que hubiese roto la indescifrable magia que les unía como almas afines, ahora se tornaba real.

Cogió un libro tras otro, mientras las manos le temblaban, las letras se le emborronaban y los latidos de su corazón le martilleaban los oídos, haciéndole daño. La ansiedad le nubló la mente y no fue capaz de leer más allá de lobos, uniones, lunas y marcas.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora