Capítulo 45 | Lirios

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NOAH

Aquella mañana de noviembre era ligeramente cálida, apacible, en una de las galerías interiores de La Glimera. Noah esperaba en silencio, fijando su mirada en los jardines y la extensión de los bosques, anaranjados en esa época del año. Hacía mucho tiempo que no pisaba ese palacio y contaba los minutos para poder volver a marcharse.

De todos los lugares que conocía, de todos los sitios turbulentos que había tenido que pisar como parte de su trabajo, ninguno le causaba tanto rechazo como esa institución. Detestaba cada columna, cada cuadro, cada pasillo y cada salón. Detestaba cada ademán elegante, ostentoso, en cada recoveco del palacio. Detestaba las apariencias y los engaños que envolvían aquellas paredes.

Y detestaba cuando se referían a él como un Woodworth, la estirpe de licántropos centenarias de la que provenía su madre. Sentía auténtico rencor y rechazo hacia ellos, los principales instauradores de las políticas tecnocráticas de La Glimera. Sus tíos eran hombres de poder, influyentes, miembros de exclusividad en el consejo de Estado, donde solo trataban de instaurar un gobierno teocrático.

Si todavía estaba en ese lugar, era por Grace.

Intentó alejar esos pensamientos de él cuando se dio cuenta de que no estaba solo. Una niña de apenas cuatro años se colaba por una de las puertecitas interiores que daban a esa parte de la mansión, manejándose torpemente con un ramo de lirios. En cuanto puso sus ojos azules en él, se quedó petrificada, completamente segura de que la habían descubierto en su primera y gran travesura del día.

Noah sonrió, por primera vez en semanas, inclinándose ligeramente hacia ella. Supo que era Lillian, la hija menor de Nicole, aunque hacía mucho tiempo que no la veía. Al menos, no fuera de las fotografías que él intentaba no ver.

—No me chivaré.

—¿De qué? —Lillian se apoyó en un pie y después en el otro, observándole con curiosidad—. Son mías.

—¿Los lirios? —Noah se fijó en ella, divertido—. Diría que tu abuela tiene unos muy parecidos en el invernadero.

—¿Eres amigo de mi abuela? —Lillian se aferró a los lirios con la mano, con los tallos aún húmedos de haberlos arrancado, indecisa.

—Soy amigo de tu madre —contestó, con una suave sonrisa—. Me llamo Noah. Tú debes ser Lillian.

—Lilly... —respondió, bajando la mirada a las flores. Reconoció ese nombre por haberlo escuchado en casa—. ¿Te vas a chivar a mamá?

—¿Hay algo de lo que deba chivarme?

Lilly escondió una sonrisa y negó con la cabeza. Más segura, se atrevió a andar hasta él, sentándose en el sillón de mimbre que había a su lado.

—Son para mamá... —le contó, como si fuese un secreto—. Está triste.

—¿Está triste? —Noah trató de que la preocupación no se notase en su voz, sin poder evitar fijarse en el rostro de la niña, tan dulce. Sus ojos eran azules, diferentes al color verde característico de los Blackwood, pero el resto de ella era Nikki.

—Los lirios son sus flores favoritas —dijo Lilly con orgullo al saberlo, sin soltarlas—. Por eso me llamo así.

—Lo sé, le van a gustar... —dijo Noah con una tierna sonrisa, recordando todas las veces que él le había regalado esas mismas flores, de distintos colores, siempre intentando sorprenderla en un juego que se creó entre los dos—. ¿Me dejas ayudarte?

—¿En qué? —Lilly le miró de nuevo con el ceño ligeramente fruncido.

—En limpiar los tallos —le indicó, señalándole las flores—. Están manchados de tierra aún, ¿lo ves?

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora