Capítulo 36 | Condiciones

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EMMET

Emmet Stirling nunca pensó que su día fuese a mejorar gracias a los errores de Connor Blackwood. Cuando despertó aquella mañana en La Glimera, había sentido de nuevo el peso de la culpa y el remordimiento caer sobre sus hombros. La sensación ahogada en su pecho, intacta, sin ser capaz de encontrar la manera de mitigarla.

Emmet había vivido en hospicios y en enjambres de demonios. Había sobrevivido a guerras y torturas de todo tipo. Y pese a ello, esos días habían sido de los peores de su vida. Cuando pensó que podría vivir con el odio de Katherine Blackwood, se equivocaba por completo.

Y aunque nunca la había tenido, no como él quisiera, la echaba de menos. Añoraba la vitalidad y perspicacia de sus ojos verdes, la inocencia de su sonrisa, su olor a vainilla. Añoraba todo de ella, incluso su tozudez, su competitividad y sus enfados. Ahora, daría lo que fuera por ser participe de ellos y no recibir tan solo silencio. 

Esa mañana se había apoyado en la puerta de su Cadillac Escalade y la había esperado, con una mezcla de calma e impaciencia. El día anterior no había salido de La Glimera, porque ella tampoco lo había hecho. No había tenido nuevas noticias de Francesca, pero era plenamente consciente de la volatilidad de esa mujer y no permitiría que Katherine fuese una víctima más en sus manos.

Cuando pensó que Katie tampoco iría ese día a clase, la vio salir por la puerta principal. Emmet sintió su cuerpo tensarse, reaccionando ante su presencia. Ahogó una maldición y se esforzó por mantener la compostura. Katherine llego hasta él, con una ligera inquietud.

—¿Hoy tampoco vas a clase? —Emmet frunció el ceño, al ver que iba vestida con unos vaqueros y un suéter rojo bajo el abrigo.

—Mis padres me han dado permiso —Katie se encogió de hombros y jugó con las manos, evitando su mirada—. Además, se han ido a una reunión.

—Por supuesto.

—¿Eso lleva retintín? —Katherine le miró ahora, a la defensiva.

Emmet no pudo evitar reírse. Aunque le detestase, debía reconocer que la mueca enfadada, orgullosa y dubitativa del rostro de Katie era ciertamente divertida.

—¿Qué es lo que quieres decirme que no te atreves?

—No le encuentro la gracia.

—Yo sí, mucho —reconoció Emmet con una suave sonrisa. Sabía que andaba en un hilo constante con ella, pero provocarla siempre había sido demasiado apetecible—. Está demasiado guapa esta mañana, señorita Blackwood.

Katherine levantó la mirada al instante y Emmet pudo ver el rubor nacer en su rostro, iluminar levemente sus mejillas. Aquello era nuevo. Katherine nunca había reaccionado así ante un cumplido suyo. Una mezcla de orgullo y tristeza empezó a abrirse pasó en su interior, pero apartó con rapidez esas emociones.

—¿Es que tú también me vas a pedir un favor?

—Ah, es un favor —adivinó Emmet, divertido.

—No te he dicho que sea un favor —Katherine empezó a ponerse nerviosa.

—¿Entonces es una orden?

—Eres un imbécil, Stirling —dijo ahora Katie, alzando las cejas.

—Lo sé, Kath —Emmet se inclinó ligeramente hacia ella, lo suficiente para percibir su característico aroma a vainilla—. Podrías castigarme, si quisieras.

—Desde luego que podría —Katie le miró directa, de pronto orgullosa.

Emmet tuvo que disimular el relámpago de placer que recorrió su cuerpo ante esa imagen. Se removió inquieto, apoyado en el coche, evitando que su excitación fuese visible.

Cuando fuiste mía (LA GLIMERA #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora