Veintisiete

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El domingo la pareja se marchó temprano y Yona le agradeció a todos los cielos porque ya no se podía mantener en pie.

Habían pasado todo el sábado yendo de un lado a otro conociendo lugares bonitos de la ciudad, donde habían terminado comiendo en una cadena de comida rápida que hacían una pasta que estaba para chuparse los dedos. Yona en todo el tiempo intentó centrarse en el presente y no pensar mucho en Hak y todo el remolino que la hacía sentir; pero cuando salía de sus pensamientos -imágenes de Hak sonriéndole, abrazándola por la noche, besando a Ayame en los labios en la fiesta-, miraba a su alrededor y se encontraba con su querido primo diciéndole algo a Lili, admirando una cerámica de hace varios siglos en el museo de la localidad, y se daba cuenta de cómo a ambos les brillaba los ojos cuando estos se encontraban.

Y no supo cómo no salió corriendo de allí.

Para la cena, volvieron a la casa y esta vez tuvieron compañía. Mundok y Ai se les unieron y Tae-Yeon, quién había vuelto también del cumpleaños, amenizó la comida con su constante charla. Lo único digno de mención que hubo en la cena fue cuando el pequeño preguntó por Hak pero fue el hombre quién lo despachó diciendo que pasaría el fin de semana fuera; Yona se preguntó qué escusa le habría dado al abuelo para pasar la noche fuera de forma tan repentina y si en realidad él se lo había creído.

Estuvieron en el salón viendo una película -Yona prácticamente arrastró al pequeño Tae-Yeon para que se les uniera, aunque de forma no muy obvia- y con la parejita a un lado del sofá, ella se arrebujó en el otro con el niño, con la cabeza de él apoyada en su pecho. No recordaría de que iba la película, ni cuál habían visto, porque ella no le prestó la más mínima atención. Aunque sentía la mente y el cuerpo completamente exhausta después de estar casi 48 horas sin pegar ojo, sus pensamientos iban a mil por hora. No dejaba de darle vuelta a cómo había cambiado ella, su vida, después de la noche anterior y lo mucho que odiaba a Hak, la forma en la que la hacía sentir. Esta vez dio rienda suelta a sus sentimientos y mientras no hacía otra cosa que maldecir al muchacho en su mente, apenas reparó en la forma en la que la pareja se abrazaba a unos pocos metros de ella.

De nuevo, esa noche no durmió y la cama le resultó demasiado grande, demasiado... fría. Dando vueltas de un lado para otro, cuando los rayos del sol se asomaban por la ventana, ella se encontró en el lugar que usualmente ocupaba Hak, el cual, después de dos días sin él, tan solo quedaba un ligero y casi imperceptible rastro de su aroma impregnado en la almohada.

Yona parpadeó repetidas veces para las lágrimas no se le escaparan.

No, no lloraría de nuevo.

Tuvo que hacer un gran esfuerzo para levantarse esa mañana y agradeció la presencia de Ai para que hiciera el desayuno de ella. Se sorprendió cuando, al bajar, se encontró con Soo Won y Lili ya despiertos y vestidos, charlando en el comedor con Ai.

Había pasado casi 10 minutos arreglándose para que no se le notaban las marcadas ojeras con las que había amanecido, no quería que Soo Won -tan observador y perceptivo como siempre- se diera cuenta y preguntara por cosas que no quería -ni sabía- responder. Pero, aunque el exterior era algo que podía maquillarse, el interior, en cambio, seguía siendo el mismo y apenas pronunció más de dos palabras en todo el desayuno mientras jugueteaba con la comida y se obligaba a tragar algo.

Después de una pequeña sobremesa, Soo Won anunció que debían irse, ya que no querían llegar muy tarde.

Y vinieron las despedidas.

Yona las recordaría como algo difuso. Siempre había el sentido el momento en el que su querido primo debía marcharse después de sus visitas como una desgracia, odiaba verlo irse y pensar que pasaría tiempo antes de volver a verlo cara a cara, se preguntaba si podría aguantar la angustia de la separación, si cuando se volvieran todo sería como antes; pero, ese día, ella lo vivió en una bruma en la que apenas se dio cuenta de las cosas. Sabía que Lili le había sonreído, abrazado y dicho lo bien que se lo había pasado, lo mucho que le gustaría volver a repetirlo; sabía que su amado Soo Won la había sostenido en sus brazos más tiempo de lo que había durado un abrazo normal y ella no se había puesto a hiperventilar; sabía que le dijo algo pero no escuchó bien las palabras, así que se limitó a sonreírle lo mejor que pudo y asentir con la cabeza; sabía que, por primera vez en toda su vida, deseaba que Soo Won se marchara lo más rápido posible y no quería postergarlo con patéticas escusas como había hecho las veces anteriores.

Cuando se hubieron marchado, Yona se encerró en su habitación y no volvió a salir en todo el día. Se disculpó con Ai diciéndole que se sentía un poco mal cuando esta le dijo que la comida estaba hecha y Tae-Yeon salió sin hacer ruido cuando entró por la tarde en su habitación para preguntarle una cosa y la vio en la cama, con las cortinas echadas y las luces apagadas. Para la noche, Ai la obligó a tomarse una sopa caliente porque no podía estar todo el día sin comer y Yona le prometió que si mañana no mejoraba podrían ir al médico. La mujer no se quedó muy conforme, pero terminó marchándose y dejándola sola después de hacerle prometer que la llamaría si sentía peor; aunque ella ya se veía llevándola al hospital a toda leche cuando la viera al día siguiente después de tres días sin poder dormir. En ese momento, descubrió, no sin cierta sorpresa esperable, lo mucho que había dependido y dependía de Hak.

Yona permaneció en la cama, sin moverse apenas, y sintió su corazón a punto de escapársele del pecho cuando escuchó, en algún momento de la noche, el sonido de un coche estacionándose en la calle. Minutos después, la puerta principal se abrió y unos pasos subieron las escaleras. Lo escuchó entrar en su habitación y Yona luchó contra el deseo de ir a él y gritarle hasta quedarse a fónica, de echarle en cara lo cobarde que había sido largándose de aquella manera, de reprocharle el haberla de dejado sola después todo lo que había pasado, de culparle por lo que había estado sintiendo estos días. Pero su cuerpo no respondía y no se movió, si quiera cuando oyó como él salía al pasillo, ni cuando supo que se había detenido delante de su puerta.

La puerta de su habitación se abrió lentamente y Yona sintió una familiar sensación de gratitud y anhelo recorrerle por las venas. Durante las primeras veces había sido ella la que se había escabullido a la cama de él para que durmieran juntos; pero, un día, se dio cuenta que a lo mejor lo único que hacía era molestar a Hak con sus tonterías y que debía parar. Esa noche se quedó en su habitación dando vuelta sin poder conciliar el sueño, y fue él el que apareció casi ya por madrugada. Ella recordaba cómo se giró a verlo, lo rápido que iba su corazón, el cosquilleo que notaba en su estómago. Hak se metió entre las sabanas sin dudarlo y le susurró: «¿Qué te ha pasado esta noche, princesa? He estado esperándote, ya no puedo dormir sin tus molestos ronquidos de fondo». Y la abrazó, atrayéndola a su pecho. Yona quiso protestar, pero se encontraba demasiado a gusto como para romper la paz del momento, así que se limitó a decir: «Duerme y calla», mientras se acurrucaba contra su calidez

Ahora, bastantes años después, él no dijo nada mientras se tumbaba bajo las sábanas. Ella tampoco lo hizo, se encontraba demasiado abrumada pensando en la forma que su cuerpo había reaccionado: cómo su corazón parecía haber enloquecido, su estómago se había convertido en una central eléctrica y su pecho no hacía más que lanzar dolorosas punzadas.

Notó su cálida mano rozándole el cuerpo y, con un suave pero firme tirón, pegó la espalda de ella a su pecho, pasando una de sus manos por las caderas. Yona se sintió igual que si hubiera estado mucho tiempo expuesta a un vendaval, tiritando y abrazándose para no morir de hipotermia, y de pronto entraba en una cálida y segura casa, se sentaba frente una chimenea y lentamente su cuerpo iba entibiándose por el fuego.

—Lo siento— le susurró él al oído.

Ella no dijo nada, no pudo. Se giró hacia él y se pegó hasta que no pudiera haber aire entre sus cuerpos. Él la estrechó con fuerzas y una de sus manos se entremetió en su cabello mientras ella lloraba, escondiendo su rostro en el hueco de su cuello, en ese espacio que era solamente para ella.

Escuchó a Hak susurrarle «lo siento» una y otra vez, sosteniéndola con dulzura y cariño, acariciando su cabello, deslizando su mano de arriba abajo por la espalda, sus pies entrelazándose en un movimiento natural.

Y fue entonces cuando lo supo. Todas las preguntas que habían estado carcomiéndole la cabeza en estos días tuvieron una respuesta y Yona quiso pegarse por lo estúpida que había sido, por lo cegada que había estado todo este tiempo.

Amaba a Hak y lo había hecho desde siempre. 

Ocaso (Akatsuki No Yona)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora