Catorce

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Yona lo encontró apoyado en la pared del gimnasio, con los pies cruzados, las manos metidas en los bolsillos y el pelo -todavía húmedo- cayéndole por la frente, impidiendo ver esos ojos que observaban el suelo casi con desinterés.

Llegó a su altura sin que él hubiera dado muestra de que estaba al tanto de su presencia, aunque sabía que la había escuchado llegar. El silencio que se formó entre ellos fue tan denso y pesado como una capa de humo sobre ellos, causando que Yona tuviera la sensación de estar ahogándose.

—Felicidades por el partido— susurró en algún momento, sin saber muy bien cómo romper el mutismo.

—Gracias— respondió él y alzó sus ojos, clavado sus ojos en los de ella con firmeza— Pero dudo que me hayas llamado para venir aquí por eso, ¿verdad?

Yona sintió como el aire escapaba de sus pulmones y su pecho se apretujaba dolorosamente. Su mirada estaba lejos de ser la dulce y divertida que lo caracterizaba, aquella que la molestaba a todas horas; ahora lo único que Yona encontraba en ella era la más fría y pura indiferencia, como una daga hecha de escarcha que iba directo a su corazón ya hecho pedazos.

—Yo...—escondió sus ojos en el suelo y dejó de su cabello formara una cortina natural contra ese ataque directo—Hak, yo... He sido una tonta— el cristal agrietado que eran sus sentimientos terminó por romperse y las lágrimas que había estado conteniendo todo este tiempo -y que se había obligado a no liberar- escaparon finalmente— Yo no sabía... no quería... pero él... He sido...

Lloraba mientras hablaba, hablaba mientras lloraba y no era capaz de hacer bien ni una cosa ni la otra.

Soy patética, pensaba mientras intentaba enjuagarse las lágrimas de sus mejillas. Soy patética, y todo en lo que podía pensar era que necesitaba a Hak. Aunque lo único que vaya a conseguir es que él termine por burlarse de mí.

Hak la observó, con su cuerpo completamente paralizado, como si su mente se le hubiera escapado de su interior con un suspiro y vagara a la deriva por el mundo. La vio allí, tan sola y perdida, que ese familiar sentimiento que se adueñaba de él cada vez que la veía comenzó a inundarla.

Maldita sea, no puedo enfardarme contigo, no puedo. Te odio y te amo, y nunca sabrás lo loco que me vuelves.

—Princesa...

Primero un pie, después el otro; cuando se quiso dar cuenta, había llegado a ella y la había estrechado entre sus brazos, notando que este se amoldaba perfectamente al suyo, como si hubieran sido hecho para estar juntos.

Pero tú de eso no te das cuenta.

Los dedos de ella se aferraron a la parte de atrás de su sudadera -como tantas veces había hecho- y lo hacía con tanta fuerza que Hak dudaba que pudieran quitarse después. Lloraba y no parecía importarle mojar su ropa o arrugarla. Lloraba al igual que todas las veces en las que terminaba quedándose dormida en sus brazos. Lloraba y no solo lo hacía con el cuerpo, sino también con el alma.

—Hak, duele— le decía, como si necesitase exteriorizar sus sentimientos, hacerlos más real; como si él no fuerza capaz de darse cuenta— Duele mucho.

¿Qué si dolía? Pues claro que dolía. Igual que un corazón arrancado de cuajo, que un puñal que se clavaba en el costado una y otra vez o quedarse sin oxígeno y sentir que te ahogas...

—Lo sé, princesa..., créeme que lo sé...

El tiempo se detuvo un momento que se alargó hasta la eternidad y las estrellas fueron las únicas espectadoras silenciosas de la imagen de un muchacho sosteniendo a lo más valioso de su vida en sus brazos.

Llorando porque le habían roto el corazón.

Ocaso (Akatsuki No Yona)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora