Treinta y uno

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 —¡Hasta mañana, chicos! — sacudió la mano Zeno, segundos antes de meter la cabeza en el coche de Kija.

Yona observó el coche del peliblanco, con sus cinco plazas ocupadas, pasar por donde estaban ellos y los despidió con un movimiento de mano mientras salían del aparcamiento del Awa.

Silencio.

¿Puede abrirse el suelo y absorberme? Me haría un grandísimo favor.

—¿Nos vamos ya o estamos esperando a que venga un meteorito y caiga sobre nosotros? — murmuró Hak, apoyando un brazo en el techo del coche y con la puerta del piloto abierta.

—Yo, eh, no...— respondió ella.

Inspiró hondo para reunir fuerzas y abrió la puerta del copiloto mientras él también se sentaba. Cuando se cerraron las puertas del coche y, en un acto automático, Hak accionó el seguro de este, Yona sintió como si la hubieran aprisionado las extremidades con unas cadenas que cada vez se apretaban más y más a su alrededor.

¿Por qué demonios se sentía así?

El viaje en el coche transcurrió en completo silencio y ni siquiera la música amenizó la tensión que se notaba en el ambiente; el camino de esa mañana al instinto había sido una fiesta de risas comparado con ese momento. Ella se dedicó a observar por la ventana como si allí pudiera encontrar la solución de los misterios del universo mientras contaba los minutos que quedaban para llegar; y Hak no apartó la mirada ni un instante de la carretera.

La casa se encontraba a oscuras cuando Hak aparcó y Yona atisbó la hora en el reloj que había en el salpicadero. Las doce y diez. El muchacho apagó el motor y la canción se calló en mitad del estribillo, pero ninguno reparó en ello. Él no se movió más allá de sus manos y cuando Yona intentó abrir la puerta, esta no cedió. Su corazón se detuvo un instante mientras intentaba inútilmente que se abriera. Pero el seguro estaba echado y Hak no lo había quitado.

Ni parecía tener la intención de hacerlo.

No. No.

Todavía no estoy preparada.

—¿Hasta cuándo va a durar esto? — la dura voz de él, a sus espaldas, la sorprendió. Rezó porque él no escuchara lo rápido que estaba yendo su corazón.

—¿El qué? — luchó por hacerse la indiferente— Hak, abre la puerta.

—No. Vamos a hablar.

«—¿Tienes miedo? ¿Pero de qué?

—No... no lo sé.»

—Creo que no tenemos nada de lo que hablar— hizo un nuevo intento que, como supuso, terminó en fracaso. De verdad, un minuto más allí metida y terminaría golpeando las ventanas mientras gritaba pidiendo auxilio— Mañana hay clase y yo tengo sueño, así que si me disculpas...

—No, no lo hago. Porque ni tú ni yo vamos a salir de aquí hasta que no hablemos de...—Yona tragó saliva. No estoy preparada para esto, repitió en su cabeza—. Tenemos que hablar de este... fin de semana.

Ella no se movió, pensando, ilusamente, que si no lo veía no era real, pero el latir frenético de su corazón y el nudo de su estómago que la dejaba casi sin respirar le hacía ver que no importaba lo que hiciera... estaba ocurriendo.

—Prin... Yona— susurró Hak con voz suave y sintió una mano en su brazo. Se tensó como las cuerdas de un violín y él rápidamente la soltó; agradeciendo por primera vez que no lo estuviera mirando por la mueca de dolor que se formó en su semblante— Tú... no digas nada si no quieres, pero, escúchame al menos un momento. Un minuto. No te pido más— hubo un tenso silencio que fue cortado por un suspiro de alivio que salió de los labios del chico cuando vio como ella no se movía, aguardando, expectante y nerviosa; todavía sin atreverse a mirarlo a los ojos— Sé que ya te lo dicho, pero me gustaría... volver a disculparme. No debí... irme de esa manera.

Ocaso (Akatsuki No Yona)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora