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Cuando tenía dieciséis años, Donghyuck había pensado que el mundo se le había venido encima, queriendo escapar de alguna u otra manera de aquella estúpida realidad que le recordaba una y otra vez sus errores.

Debió saber que su vida sería un caos desde que su madre había echado a su padre porque éste la había engañado con otra mujer, él solo tenía ocho años como para entender aquello, y aún así cuando lo entendió jamás volvió a buscarlo, y su padre tampoco había vuelto por él.

Siempre se preguntó el porqué su madre era tan exigente con él, pero luego comprendió que simplemente ella era así. Entonces sus ganas de fastidiarla habían comenzado.

Primero se reveló contra ella, le contestaba de mal modo haciendo que lo castigará, y si, le dolía pero de alguna forma se había acostumbrado tanto a los castigos que ya ni siquiera sentía dolor.

El creía que su madre siempre era una persona perfecta y que parecía no tener sentimientos, jamás recuerda haber sentido aquella calidad maternal o alguna sonrisa orgullosa, esta siempre se encargaba de exigirle más y más, que de a poco se había encerrado en una burbuja al tratar de ser perfecto y buen hijo.

Se había obsesionado tanto con ello que había olvidado como realmente sentirse vivo, que estar en esa burbuja llena de estrés, ansiedad y miedo, se había vuelto su vida cotidiana, simplemente se olvidó de las cosas divertidas.

Y a los mismos dieciséis había tratado de romper esa burbuja, primero había bajado sus calificaciones y después se comenzó a escapar de casa para asistir a fiestas, y allí conoció un poco de libertad, porque lo único que estaba buscando era escapar de sus demonios, estaba tan agotado, solo quería vivir una vida vida normal.

Pero se dio cuenta que jamás podría escapar de sus demonios cuando su madre lo había atrapado subiendo las escaleras un poco borracho, casi había enloquecido, le había gritado y lo había llevado a su habitación donde le había sacado a fuerzas su camiseta, llorando y gritando lo decepcionada que estaba de haber tenido un hijo como él, le había pegado un par de latigazos en la espalda.

Esa fue la primera vez que había querido desaparecer.

Estos le habían dejado un par de marcas en su espalda, pero para él no eran solo marcas, sino que eran un constante recordatorio de que no podía volver a fallar.

Con el tiempo trato de olvidar aquel día, su madre al día siguiente le había pedido disculpas, pero de alguna u otra forma muy en el fondo sentía que no eran sinceras y que se lo merecía. Y si, había cambiado, se había vuelto reservado y trataba de ser perfecto para tratar de enorgullecer a su madre.

Pero los demonios en su cabeza crecían cada vez más, y trataba de aferrarse a la idea de un futuro donde fuera libre y sin demonios persiguiéndolo para seguir viviendo. Tal vez él dependía de la fantasía para soportar la realidad.

Donghyuck solo quería hacer desaparecer esas sensaciones de ansiedad y miedo de su cuerpo, porque habían personas que solamente sentían estos por momentos, pero a diferencia de esas personas, él vivía con aquellas sensaciones todos los días. Luchaba todos los días contra sí mismo, y estaba cansado.

Ya no quería seguir sintiéndose como un títere que trataba de ser humano.

Estaba cansado de luchar, sin Mark no tenía sentido.

Se había acostumbrado tanto a que sus demonios se mantuvieran alejados, que cuando volvieron, ya no sabía cómo controlarlos.

Prefería perderse a sí mismo antes que seguir viviendo y saber que no sería del todo feliz. Tal vez es por eso que le había tenido miedo a la libertad, porque esta hacía que enfrentara su realidad, y el no era lo suficientemente fuerte para enfrentar su realidad.

Había vuelto a la celda dentro de su cabeza, y ya no había nadie quien le ayudara, porque él mismo se había cansado de intentar escapar. Jamás se liberaría de sí mismo.

Miró por última vez el montón de pastillas que tenía en su mano y la carta dirigida a quien sin saber le había traído paz y le había enseñado cómo era sentirse realmente vivo.

Y entonces tomó las pastillas y se recostó en su cama esperando a que lo inevitable sucediera. De algún modo se iba tranquilo, porque había intentado luchar, por primera vez, en verdad lo había intentado.

Cerró los ojos sintiendo al fin la tranquilidad que tanto había buscado, llegar lentamente a él.

Deseando solo una última cosa antes de que su vida acabara, renacer como el ave fénix, para que sus esperanzas carbonizadas y sueños quemados pudieran tener alguna mínima chispa que pudiera hacerlos volver con más fuerza.




Me estoy enamorando de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora