𝐂𝐚𝐩𝐢𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐈

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Sirius Black

''Si juegas con el gato, podría rasguñarte''.

Agosto, 1993

Era en el Caldero Chorreante que dos mujeres de edad avanzada tomaban jerez como desayuno. Con ese titular, era lo único que podían hacer para calmar sus nervios y el temor que se apoderaba de sus cuerpos con cada minuto.

Sirius Black, el asesino, había escapado de Azkaban. En la portada estaba su foto, y sí que estaba demacrado; su cabello largo no brillaba como antes, mucho menos sus ojos, que estaban apagados y profundamente oscuros, dándole escalofríos a cualquiera que mirase aquella fotografía.

Una de las señoras, la que tenía el ejemplar de El Profeta en manos, aclaró su garganta antes de leer en voz alta:

''El Ministerio de Magia confirmó ayer que Sirius Black, tal vez el más malvado recluso que haya albergado la fortaleza de Azkaban, aún no ha sido capturado. «Estamos haciendo todo lo que está en nuestra mano para volver a apresarlo, y rogamos a la comunidad mágica que mantenga la calma», ha declarado esta misma mañana el ministro de Magia Cornelius Fudge. ''

— Dios mío. Siento que me está mirando fijamente. ¿Puedes dejar eso de lado, Margaret, por favor? —farfulló haciéndole fondo al vaso.

Levantó su mano pidiendo una tercera ronda.

— Mira, piel de gallina —dijo Margaret mostrando su antebrazo, precisamente, con los vellos erizados—. ¿Piensas que esto tendrá que ver con... con aquella chica? La que nunca atraparon. —murmuró.

— Espero que no. Aquella loca era fiel a...

— Lo sé, y por eso me preocupa. Me preocupa el alza de sus seguidores. La suya —la otra mujer pegó una exclamación, agarrándose el pecho con una mano.

— No vuelvas a repetirlo.

— Decían que ella era el cerebro de muchas de sus hazañas.

Un hombre, en la mesa de junto, golpeó la madera.

— No era más que una mocosa con necesidad de atención —dijo con severidad.

— ¡Traicionar a su propio hermano! ¿Quién sería capaz de semejante...?

— La mismísima admiradora y amante de los hermanos Black.

— De uno al otro, como si... ¡AY! —gritó cuando el animal que se había colado a la taberna le mordió una de sus piernas. La señora lo pateó con todas sus fuerzas, obligándolo a salir de allí, el hombre lo sacó a la fuerza, dejándolo en las calles del Callejón Diagon.

La foto de Sirius Black con sus advertencias estaba pegada en cada vidriera o poste, volando con el viento y yaciendo por los suelos.

Esa misma noche, Harry Potter llegaría al Callejón Diagon en el Autobús Noctambulo, y tendría su charla con Cornelius Fudge en el Caldero Chorreante. Allí, Harry, también pasaría sus últimas dos semanas de vacaciones con la única regla de no salir ni irse muy lejos. Sirius Black estaba suelto y era un peligro para Potter, aunque... claro, él aún no conocía la historia.

Disfrutó cada día. En el último de estos, se encontró con Hermione Granger y Ron Weasley en una heladería; ellos también se hospedarían en el Caldero Chorreante, e irían todos juntos a la estación de King's Cross para tomar juntos el expreso que los llevaría a Hogwarts.

— Tengo diez galeones —comentó Hermione mirando su monedero—. En septiembre es mi cumpleaños, y mis padres ya me dieron el dinero para un regalo.

El diario de J. Potter » Sirius & Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora