Capítulo 40

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40. Una promesa y un juego de baile


—¡Hola mis amores! —exclamé con alegría.

Miles de canes se acercaron con sus colitas moviéndolas muy feliz. Unos sonreían mostrando sus dientes y otros con su hocico cerrado. Los perritos siempre iban ser mis animales favoritos.

—¿Cómo estás grandulón? —acaricie uno de manchitas, este se levantó y quedo de dos metros apoyando sus patas en mis hombros y pasando su gran lengua por mi cara ensuciando mis lentes—. ¡Oh Snoopy! ¿Mejor guardo los lentes no? —este ladro así que me los saque guardando en el delantal rojo.

El jefe de Jonathan no había podido asistir el día de hoy así que le pidió que atendiera a la clientela por el tema de las vacunas, y las demás cosas; y si necesitaba ayuda con los demás animales que trajera a alguien ya que la peluquera tampoco iba a poder venir. Cuando me preguntó si podía, sin pensarlo acepte ¿Qué mejor que estar con muchos perritos? Aunque claro, la idea de limpiar sus popos era lo único que no me gustaba mucho.

Estaba en su hotel para perros. En este lugar estaban los perros rescatados en distintas circunstancias que después podían adoptarlos. Otros eran los perros de familias que salían de vacaciones; y no podían llevarlos. Qué triste era cuando no podías llevar a toda la familia contigo.

La habitación era inmensa de color crema, tenían muchos juguetes, fotografías de ellos y casas con sus respectivos nombres. También tenían un gran patio y lo lindo de todo, es que todos se llevaban muy bien. Nunca pensé que esta veterinaria fuera tan de lujo, siempre venía a esta con Rabito porque era la que quedaba más cerca de mi antigua casa, claro, ahora quedaba muy lejos. Cuando entre a esta sección casi se me cayó la mandíbula de la impresión.

Mientras los más pequeños jugaban con mis pantuflas fui tomando los platos de todos. Distintos tamaños, formas y colores tenían. En una mesa que estaba en la esquina los fui dejando para luego colocar las porciones. Cuando estuve lista me dirigí a cada una de sus respectivas casas, por alrededor estas tenían pequeñas rejas. Tenía que dejarlos ahí dentro porque algunos terminaban antes de comer y querían quitarles a los demás; y ahí si se armaba una guerra.

Cuando termine de dejarles a todos su almuerzo me dedique a la parte fea: limpiar sus popos. Algunas eran muy grandes como de vaca, y otras no.  

Luego me fui con los michis. No, nunca serían de mi agrado, pero tampoco los iba a mirar feo, algunos eran más cariñosos que otros. Hice lo mismo que con mis amigos lo canes. 

Después de asearme manos y rostro me dirigí a los animales más exóticos ¡Eso sí me daba miedo! ¡Había arañas, serpientes, lagartijas y otros más! Con cuidado entre a esa habitación.

—Oscuro y tenebroso —murmuré como de película de terror mirando con cuidado la habitación. 

Recordé que eso le dije una vez a Jones.

Este era el único lugar que si odiaba con todo mi pequeño ser.

—¡Bu!

—¡Ahhh! —salte del susto dando la vuelta encontrándome con el chico, este rio—. ¡Eso no se hace Tarado! —chille golpeando con mi pie el suelo.

Su rostro de divertido lo cambió a uno serio—Espera.

—¿Qué? —pregunté con temor.

—No te asustes, pero uno se salió de la jaula —posicionó sus manos en frente de mi calmándome.

Mi final ahora si había llegado ¿y como moriste? Pues me trago una serpiente.

—¡No, no, no! ¡Sálvame! —grité con desespero trepándome hacia él cómo koala cerrando los ojos.

Estrella de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora