Prefacio

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Prefacio


Ella dijo que no lo haría, que no caería de nuevo en eso, que nada, ni nadie podía contra ella, pero ella mintió, se mintió a sí misma creando una falsa esperanza para su vida.

Pensó que las cosas estarían bien, volvió a creer en sus dulces palabras disfrazadas de maldad, pero volvió a pasar lo mismo de siempre. 

Él volvió hacerle daño y ella volvió hacerse daño.

¿Y si era su culpa? ¿Si todo lo qué pasaba era sólo por su culpa?

No, no lo era, pero ella pensaba que sí por más que otras personas le dijeran lo contrario. Ella volvía a creer que si lo era.

Y ahora estaba en la oscuridad de su habitación sentada en un rincón mientras escuchaba las voces de su cabeza que la aconsejaban:

Para de sufrir.

Es mejor así, ya verás, no pasa nada.

Todos estarán mejor sin ti.

Deja de dar lastima.

Nadie vendrá a salvarte, solo eres tú.

Aquel metal se encontraba en el suelo mientras que sus muñecas rosadas estaban bañadas de ese color rojo vino. Ya lo había hecho otras veces, así que ya no sentía dolor, no sentía nada, ni culpa por lastimarse a sí misma. 

Quería dar otro paso, sentir que estaba viva y dar su último suspiro en este día de lluvia. El sol no la acompañaba y solamente estaba esa tonta lluvia haciendo ruido en su habitación.

—Dicen que eres un cobarde cuando haces cosas como estas, yo digo que eres jodidamente valiente para hacerlo y quiero estar contigo —dijo a la nada, hablando sola—. ¿Me permites estar en tu club de las almas perdidas? ¿Dónde ya no hay llanto y dolor? ¿Dónde todo... es silencio?

Aquella muchacha se levantó sin muchas fuerzas, hace días no había comido, le había mentido que estaba comiendo a una de las almas que vivía con ella. Por su garganta habían pasado millones de pastillas para "calmarla" según su psiquiatra, pero ella sabía que en el fondo la veían como una loca, un caso perdido. Lo único que le recetaban eran pastillas para su depresión y ansiedad. No tenía sentido, no quería ayudarla, se notaba. Solamente le importaba el dinero.

Ese líquido rojo seguía brotando de sus muñecas, esta vez las heridas las había hecho más profundas y más grandes de lo normal. El piso se encontraba con gotas de estas, pero ella seguía sin sentir dolor.

Tal vez tenía la culpa por mentir que ya no estaba con él. 

Tal vez tenía la culpa por no tener la suficiente fuerza para salir de ahí, pero cada vez que lo intentaba pasaba algo que lo impedía. 

Tal vez tenía la culpa por hacerle la vida miserable a las otras personas. 

Tal vez tenía la culpa de todo y a la vez de nada.

—Quiero ser un pájaro que vuele tan alto y sin rumbo —miro por la ventana mientras esta se empañaba con su aliento—. Quiero encontrar mi felicidad absoluta.

Algunos frascos se encontraban en su escritorio y otros estaban regados por el suelo. Tomo unos frascos que estaban sellados.

Miro a la otra pequeña alma que se encontraba durmiendo en su cama plácidamente, las lágrimas que se habían secado volvieron hacer acto de presencia.

—Lo siento mucho, sé que te cuidaran bien.

Con paso lento salió de su habitación dirigiéndose al lugar más frío de la casa. Cerró la puerta con seguro y se posiciono al frente del espejo mirando ambos frascos que ahora estaban en sus manos abiertos.

—Dicen que lo que no te mata te hace más fuerte —miro con atención al espejo, su semblante era sin alguna expresión, vacío—. Veamos que sucede.

Y sin decir nada más las consumió de golpe. 

El dolor se iba a ir, ya no iba a sufrir más. Eso pensó.

Tan pronto que las consumió cayo golpeándose contra el suelo.

Todo acabo.


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Aquella muchacha lentamente despertó y el brillo de ese lugar causo que le dolieran los ojos. Estaba en aquel lugar que odiaba tanto. 

Sintió ruido y entonces miro hacia el frente. El corazón se le apretó con ver aquella alma llorando en su regazo desconsoladamente diciendo "Si tan solo hubiera llegado a tiempo, esto no hubiera pasado". 

Sintió culpa y se sintió una mala persona por haber causado su dolor. Ella quería acabar con su dolor, pero no pensó que eso traería consecuencias. Era la primera vez que lo había hecho.

—No es tu culpa —hablo en un hilo su voz.

Esa alma se levantó de golpe observando, creyendo que lo que veían sus ojos no era verdad, que tal vez se trataba de un fantasma o de una broma de mal gusto. 

Ella comenzó a llorar y esa alma la abrazo con fuerza dándole muchos besos en su cabeza y acariciándola. Tomo con ambas manos su rostro.

—Ya no quería molestar a nadie más, todo fue mi culpa.

—Escúchame bien, nada —relamió sus labios sintiendo sus lágrimas saladas—, nada es tu culpa pequeña. Jamás pienses eso —ella no respondió, pero las voces en su cabeza volvieron haciéndola sentir culpable otra vez—. Tampoco volverás a ese psiquiatra, pensé que era la mejor solución ya que lo dijo la directora.

Esa alma se había enterado de cosas que le habían hecho a ella y esa persona recibido su merecido. Le habían dicho que no se volviera acercar a ella, pero ella tenía que alejarse de él y eso le era difícil porque le tenía terror.

—Esa vieja no sabe nada —su voz neutra volvió por aquella señora gorda. 

Esa había sido la decisión que había tomado la directora para volverla aceptar en el establecimiento.

—Promete que no volverás a consumir esas cosas y que te alejaras de él —volvió a decir mirándola con atención. Ella no sabía qué hacer, que decir, como iba a mentirle mirando a esos ojos marrones. Aspiro con dificultad—. Prométemelo.

—Te lo prometo.

Una débil sonrisa se formó en su rostro creyendo, pero ella había mentido. Muy pocas veces sus mentiras daban resultados.

Aquella persona si había llegado a tiempo. Tuvo que romper la puerta del baño para salvarla. Su mundo se cayó cuando la vio tendida en el suelo, su rostro pálido y su cuerpo frío como el hielo. 

Le habían hecho un lavado estomacal y había quedado bastante débil, pero iba a estar bien.

En casa tampoco era lugar seguro para estar, no se podían ir, tenían que seguir juntando dinero. Había muchas cosas que impedían que se vayan.

Había dos personas a quienes les tenía pánico. A él que no vivía con ella y a otra que si vivía con ella.

La persona se levantó para avisarle a los médicos dejándola por un rato sola. Ella suspiro mirando sus muñecas, ya habían cicatrizado teniendo un color marrón oscuro.

—La sangre en mis venas está hecha de errores, olvidemos quienes somos y sumerjámonos en la oscuridad —canto acordándose de aquella canción.




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