Capítulo 22 - II

3.2K 271 128
                                    

22. De una u otra manera vuelvo a ti y con eso mi miedo también - II 


Odiaba el frío y siempre iba ser así. No comprendía como en pleno verano había llovido la noche anterior para despertar al día siguiente con un frío del demonio.

Las personas que les gustaba el invierno estaban completamente locas y bueno él estaba loco.

Me había traído a su casa del lago, más específicamente a donde se encontraba el lindo roble y en esta ocasión las áreas verdes que me gustaba ver tanto, estaban blancas por la nieve. Me había obligado a venir cuando le dije que no quería, no podía mover mi cuerpo bien con todas las ropas que tenía puesta. Mis manos no las sentía, estaban heladas, duras y rojas, ni con los guantes que le había quitado me ayudaban para poder abrigarlas ¿Cómo su mano estaba caliente? ¿eso era posible en una persona? Él con cuidado las movía como un columpio, quería soltar mi mano de la suya, pero mi mente no mandaba aquella acción en mi brazo. Caminábamos a paso lento sin decir nada, pero no era un silencio incómodo.

Casi lo mato por haberme asustado con su vida, no sabía qué hacer si se moría en mis narices ¿quería que le demuestre que en realidad me importaba? Claramente sí, lo supe desde la primera vez que me lo pregunto en el hospital.

Mi vista se dirigió a la laguna, esta se encontraba congelada ¿era segura? ¿una persona podría caminar por ahí sin caerse?

—¿Quieres intentarlo?

¿Había leído mis pensamientos?

Lo miré—¿Intentar qué?

—Patinar.

—No creo que sea seguro —meneé la cabeza—, mejor vamos a casa.

Pero en vez de escucharme corrió hacia ella entonces lo solté. Con un pie, y después con el otro entro al piso de hielo resbalándose un poco, hacía movimientos graciosos para mantenerse de pie. Era un tonto, se podía caer y golpearse. Esta vez no lo salvaría. Sabemos que no sabía nadar.

Cuando pudo estabilizarse bien comenzó a resbalar como si fuera un profesional. El piso no se rompía, pero ni loca yo me metía ¡Oh! Salió rima sin esfuerzo. Estaba a punto de sentarme cuando me acordé que solo había nieve dejado de mis pies. Mire mis pantuflas de lobito mientras jugaba moviendo mis pies.

—Ven Pulguita —hizo una seña con la mano.

—Ni loca, pueden pasar muchos accidentes y no quiero moretones ¡ashi! —me rasque mi nariz.

—Anda Gatubela —se burló.

—¡Te prohíbo que me llames así! ¡Sabes que no me gustan los gatos! ¡Los detesto! —golpeé la nieve con mi pie—. Para eso prefiero mil veces que me llames Pulguita —farfullé de mal humor cruzándome de brazos mirando a otro lado.

Me di cuenta al instante de lo que había dicho al último, abrí un poco los ojos mirándolo, esperando que no se haya dado cuenta, pero al parecer no me escucho porque no dijo nada, que bueno, no iba a soportar sus burlas otro segundo más.

Con toda seguridad salió de la laguna y con un movimiento rápido se agachó tomando mis piernas. Empecé a patalear otra vez diciéndole cosas sin ningún éxito ¿por qué no se inmutaba con nada? Me dejo en el suelo y cuando me percaté de donde estaba traté de subir a su cuerpo como koala torpemente porque la ropa no ayudaba en nada ¡Quién me manda a no poner la ropa a lavar!

—¿De nuevo buscando protección en mí? —hablo con una sonrisa pícara.

—¡Déjame allá! —señale fuera de la laguna.

Estrella de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora