Capítulo 23

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23. Fui valiente a pesar de todo 


—Yo puedo solita —quise quitarle las cosas, pero él empezó a correr.

—¡Hey! ¡No! —comencé a correr tras de él.

No logré alcanzarlo, mis piernas no eran tan largas como las suyas. Ambos reíamos en nuestra carrera sin final. El sol empezó a salir iluminando la ciudad, la época de verano a veces era extraña.

Llegamos a una esquina demasiado cansados, nuestras respiraciones subían y bajaban; y mi rostro lo sentía arder.

—¿Quieres qué te acompañe a casa? —preguntó acomodándose mi mochila en su hombro.

Asentí empezando caminar con lentitud, mis manos estaban detrás de mi espalda mientras trataba de no mirarlo. Ninguno hablo, pero no se sintió raro.

Él empezó a silbar una canción.

—Gracias por haberme ayudado —dije de repente sacándome mi gorro de conejito mirándolo.

—No hay de que —sonrió—, siempre estaré para tu rescate...

—¡¡Amelia despierta!!

—¡¡Si estoy prestando atención maestra!! —grité.

Desperté de golpe sosteniéndome de la mesa, había babeado todo mi cuaderno, asco total. Tonto sueño otra vez.

Con un poco de papel higiénico limpie para luego tomar agua. Cuando ya todo estuvo en orden mis ojos se volvieron a cerrar de a poco.

—¡¡Amelia!!

—¡¡Si mamá!! —volví a gritar y esas palabras las sentí como cuchillos.

Por más que lo intentaba su recuerdo seguía doliendo. Sentí como una mano acariciaba mi espalda, era Agustina con una sonrisa, tan tierna ella ¿Cómo podía ser mi amiga?

—Lo siento por levantarte así, pero desde mucho rato te estaba hablando y no reaccionabas —me quito mi botella de agua para beber—. ¿No dormiste bien?

Tomé los lentes que había dejado a un lado de la mesa colocándomelos, luego tendí todo mi cuerpo sobre la mesa.

—Me desvelé —bostecé.

—¿Por qué? 

¿Le podía decir? Él no me había dicho que era un lugar secreto, sólo dijo que era su lugar favorito.

—Jones me mostró su sala de pinturas —conteste sin darle importancia mientras bostezaba otra vez.

Me tope con sus ojos y estos estaban más abiertos de lo normal mostrando sus ojos cafés, su cabello rojizo lo tenía atado a una cola alta. Sabía que iba a gritar... y así lo hizo. Lleve las manos a mis orejas haciendo presión para no escuchar, aunque fue imposible, sus gritos fueron más fuertes que cualquier otra cosa.

—¿¡Te pintó!? —preguntó desesperada moviendo mi brazo.

—¿¡Qué!? ¡No! —dije obvia.

—¡Ay que pesada! —me empujó para luego pararse—. Vamos, te compraré un moka.

—¿Y qué hay de la clase? —pase ambas manos por mi cara tratando de despertar.

Ella frunció sus labios divertida para luego hablar: —Si te fijas —señalo la sala, seguí cada movimiento que hizo—. Ya termino la clase, dormiste toda la hora, pero no te preocupes anote todo para que después te pongas al día —sonrió dando palmadas a su cuaderno.

Estrella de cristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora