Lo primero que note en medio de los mareos y el corazón a punto de estallar es que el auto entró a un sótano, se movilizó por un corredor en la semi oscuridad, y se detuvo en unas rejas. Mi acompañante bajo los vidrios sacando una tarjeta y pasándola por un lente.
—No estoy segura de poder pagar algo con esta seguridad —digo y lo veo sonreír —¿Es demasiado tarde para advertirlo?
—¿Te sientes mejor? —pregunta y puedo sentir la preocupación en su voz. — ¿Aun estoy viva? O eres el ángel de la muerte. —no me responde y tampoco esperaba una respuesta.
Las rejas eléctricas se esconden y el auto continua el viaje por un sendero parecido, descubro que vamos subiendo y me imagino a donde me lleva. Detiene el auto y las luces delanteras del vehículo señalan una pared blanca. Asegura el auto y retira la llave apoyando sus antebrazos en el volante.
Es la clara imagen de la derrota, tiene el comportamiento de alguien que ha librado o lo está haciendo miles de batallas con sus demonios. En ese instante sentí pena por él, porque de alguna manera supe que necesitaba de ayuda, pero era tan orgulloso que nunca la pediría.
—No hay apartamento, —habla al fin — Gonzalo llamó y me contó lo que había pasado. —continúa mirando las luces del auto sin responder.
No me extraña, nada en ese hombre me extraña, no sé si el estrés o el susto recibido, pero no tengo ganas de discutir, ni siquiera de insultarle. No quiero atormentarlo más, por lo que simplemente digo.
—Me alegra que usted y Gonzalo solucionaran sus diferencias.
Cierro los ojos con la sensación de ir en picada, todo a mi alrededor parece bailar al compás de una danza macabra. Busco a ciegas un lugar en que sostenerme, encuentro una mano que se entrelaza con la mía y luego los abrazos de Gregory, que me indica todo estará bien.
—Es solo un mareo, Linda, estarás bien —murmura en mi oído —tú y los niños estarán bien.
—Necesito respirar...
Me desvanezco en sus brazos y lo único que soy consciente es que estoy muy cansada. Lo siguiente es sentir que duermo entre nubes y el dulce olor a lavanda llega a mis fosas nasales. Abro los ojos lentamente y capto el color morado distante algo borroso, parpadeo muchas veces y el color se hace cada vez más nítido. El olor a lavanda persiste por lo que alzo la cabeza en búsqueda de su origen. Una vez lo encuentro, sonrió al ver en la terraza de donde sea que estoy, una planta de esa especie. La brisa nocturna se cuela dentro de la habitación haciendo que el olor igual.
La primera vez que vi las imágenes de este lugar, no fue el lujo que llamó mi atención, era el color de sus pisos y todo lo demás, el negro, dorado prevalecía. Pisos y muebles negros con acabados dorados. Quizás era la representación del crudo y el dinero que trajo con él o simplemente eran los colores preferidos por su dueño. Gregory me había dicho que solo un par de cosas había cambiado e imaginé una de ellas era la planta y su aroma, desentonaba en el ambiente.
La cama de sábanas y decorado blanco igual.
Apoyo mis manos en ambos lados de la cama acto seguido y me incorporo, pongo un pie y luego otro. En búsqueda de estabilidad apoyo mi mano en la pared yéndome por ella a una puerta que tengo frente a mí, la abro esperando encontrar un baño y aguanto la respiración. Ingreso observado los diversos colores de la ropa femenina, zapatos y perfumes. Quien sea la dueña de estas joyas no tiene un gusto definido, porque hay prendas de toda clase, perfume y zapato.
Tiene el tamaño de la habitación en la casa en donde crecí, tal vez más grande, del otro lado es todo lo contrario, trajes masculinos en su gran mayoría oscuros, zapatos negros y marrones en diversos tonos, solo dos perfumes y de la misma marca. Reconozco algunos trajes como de Gregory, pero los femenina me hace retroceder y cerrar tras de mí.
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Un Frederick en Apuros
RomanceLibro I Saga Frederick Él vive en la zona más exclusiva de New York y es uno de los herederos del imperio Frederick. Ella en el Bronx, en la peor casa de la zona. Él ha crecido en medio de lujos, viajes, cócteles y mujeres, pero tiene un vacío que n...