36. Por ti

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Ades

Sentía que estaba en un sueño.

O mejor dicho, en mi peor pesadilla.

Los médicos decían que había tenido mucha suerte, pero si hubiese tenido tanta, un autobús no me hubiese atropellado y no estaría pasando esto.

No me podía quejar, mis padres, mi hermana, todas sus amigas y Jack habían estado esperando a que despertara, todos preocupados y deseando que estuviese bien.

Pero al abrir los ojos... Ya noté que algo iba mal, muy mal.

No sentía la parte inferior a la cintura, intentaba mover las piernas con todas mis fuerzas pero se quedaba en vano.

El doctor estaba alegre por verme despierto, como mis padres, los cuales estaban uno a cada lado mío cogiendo mis manos; pero se disculpó por tener que recibirme con tal noticia, la que menos esperaba.

Esa que ha destrozado todo al completo: Mi sueño, mi pasión.

Tenía una parálisis en las piernas y por el resto de mi vida estaría en silla de ruedas, no había ninguna cura.

Me repiten una y otra vez que tengo que estar orgulloso de haber sobrevivido, pero en lo profundo de mi corazón no me siento feliz.

Al contrario, me siento como sino lo hubiera hecho.

Sentía que me habían quitado todo lo que era para mí "vida" de un golpe.

Por la tarde, también vinieron a visitarme mis amigos del equipo.

Aunque me hacía feliz el detalle de que hubiesen venido, los niños no sabemos actuar, y sus caras serias con sus ojos observandome y sin decir ninguna palabra solo me volvía a recordar que todo se había destrozado.

La cara de pena cuando la gente te ve en silla de ruedas es insufrible, y espero que jamás lo entendáis.

Te genera impotencia, y sobretodo ganas de levantarte de un salto y sacarles una amplia sonrisa.

Pero no podía, algo tan sencillo como parecía andar se había vuelto en una acción lejana, fuera de mi alcance.

Simplemente, imposible.

Al ver tantas caras tristes, me acabé contagiando de ellas, y cuando volvimos a casa solo quise encerrarme en mi habitación y estar a solas.

Mamá y papá estaban pendientes a cada gesto que hacía, muy preocupados.

Les tengo que pedir ayuda para tumbarme en la cama, lo que hace que me sienta peor y que mi voz tiemble al pedirles el favor.

Me abrazo fuertemente a la almohada, y cuando fijo mi mirada en la pelota de Volleyball de la esquina de mi habitación, las lágrimas comienzan a salir de mis ojos por si solas.

Jamás podría volver a jugar.

A saltar, a correr de un punto a otro, a sentir el escalofrío de marcar un buen punto y que todos te aplaudan y animen.

De manera tan rápida, en un abrir y cerrar los ojos, esas sensaciones se habían quedado en el pasado.

Y ahora solo me quedaba la de no sentir... Nada, absolutamente nada por la parte inferior a la cintura.

Escucho un toc toc en mi puerta, y aunque no respondo ocupandome en secar mis lágrimas rápido, Michelle pasa hacia delante y se sienta a mi lado.

- ¿Qué tal, campeón? - Pregunta con suavidad.

- No me llames así, ya no volveré a serlo jamás - Le dejo claro, notando como mis ojos arden.

Ella traga saliva.

- Nunca dejaras de serlo, es distinto.

Al hablar de ello, las lágrimas vuelven a amenazar por salir y siento mi corazón como si estuviese parado.

- Esto es una condena, Michelle... ¿Por qué me pasa esto a mí? - sollozo.

- Igual que ahora valoras lo que era andar, algo que seguramente nunca antes te habías parado a pensar... Párate a valorar qué estás vivo joder, Ades, no todo el mundo sobrevive a que un autobús le atropelle, has tenido mucha suerte. Todavía te queda mucho por delante, y estoy segura que de alguna manera u otra volverás a ser el campeón de siempre, porque eso no se gana con acciones, sino con esto - pone su dedo en mi pecho - y serás el más reconocido, porque tienes un corazón gigante.

El brillo de seguridad en sus ojos y su tono al soltar cada palabra me hace romper a llorar al sentir en mi interior que tiene razón, que no todo está perdido.

Le abrazo fuertemente sin querer separarme de su protección y del aura tranquila que siempre formaba sobre mí el estar junto a mi hermano mayor.

- Pero... El volleyball es mi vida, y quería que todo el mundo lo sintiese al verme jugar, al escuchar nuestro apellido ganando los mundiales - Comento con dolor.

- Y lo segundo no será en vano, Ades, te prometo que yo llevaré nuestro apellido a la cima por ti.

Michelle

No sabía que el Volleyball podía ser tan duro, pero a la vez genial.

Sobretodo libre.

Así me sentía yo cuando daba el gran salto y apuntaba la pelota hacia donde mis ojos veían un círculo brillante que me señalaba una parte de la pista vacía.

Cuando conseguía marcar un punto, la adrenalina subía por todo mi cuerpo, desde los dedos de los pies hasta los de las manos.

Como si rebosase polvos de hada, o mejor dicho, de mariposa.

Así es como mis amigas y Jack me habían apodado la primera vez que me vieron jugar en un partido oficial, por lo alto que saltaba y por mi pasión por ellas.

Cuando ganamos siendo el último punto realizado por mí, miré a las gradas y vi los grandes ojos de mi hermano.

Estaban lagrimosos, seguramente porque había sido una situación similar a la del último partido que pudo jugar; pero a la vez brillantes, mostrando su orgullo por mí.

Ahora era él el que me decía después de cada partido nuestra mítica frase: Un paso menos para la cima.

Y yo era la que me esforzaba en hacer honor al apellido Tomilson, en ir a cada entrenamiento mientras a la vez me mataba a estudiar para los exámenes finales.

Mis padres y todos los de mi alrededor estaban muy orgullosos de mí por la manera en la que estaba construyendo mi futuro, y lo fuerte e independiente que estaba demostrando que soy.

Esos dos adjetivos me hacían recordar a mi abuela, la cual siempre me pedía que fuese una chica guerrera y poderosa, que ganase muchas cosas por mí misma.

Cada partido que ganaba, miraba al cielo al salir del pabellón y se lo dedicaba a ella.

Sentía que estaba viendo todos y cada uno de ellos, y que era la que me mandaba las fuerzas para seguir en pie y no cansarme al completo.

La historia que nunca quisimos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora