XXI. Hundred-degree heat

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Si pudiera decir cuantos días había estado caminando a lo largo del desierto, aquello sería un verdadero milagro. Las zapatillas que llevaba estaban tan gastadas que parecían haber sido masticadas por un camello -aunque en caso de toparse con uno agradecería al mismo universo- y los callos en sus talones y dedos estaban pasándole factura. Además, al no tener a nadie a quién rendirle cuenta, John se creía capaz de dejarse llevar con las tormentas de arena y simplemente respirar por última vez el poco oxígeno que llegaba a sus pulmones.

Hace mucho tiempo que estaba solo.

Lo sentía, si hubiera algún humano más en el planeta, lo habría notado hace tiempo.

Acomodándose el trapo que usaba en las mañanas para que los rayos del sol no le quemaran la frente y en la noche para evitar que se le metiera la arena en los ojos, negó repetidas veces y siguió avanzando. El camino detrás suyo se iba evaporando conforme el sol se ocultaba por el oeste, las gotas de sudor bailaban sobre sus ceja y se deslizaban por su nariz, para finalmente caer en la arena y evaporarse como si nada.

Por suerte hace algunas lunas había encontrado un estancamiento de madera, quizá de comerciantes que habían perdido su mercancía, y de esa había obtenido la madera para medio tallarse un bastón que lo ayudase a movilizarse mientras pudiera. Tampoco estaba muy seguro hacia dónde estaba dirigiéndose, según la brújula adherida a su chaleco se suponía que era hacia el norte, ya que tenía la esperanza de que el clima fuera mejor en esa zona.

Aun así, por más que avanzaba en línea recta, tenía el leve temor de estar caminando en círculos, y a pesar de eso, más miedo le daba regresar la mirada para observar sus pisadas y saciar su curiosidad.

Porque la última vez que había volteado, esa cosa se había llevado a Alex.

Aunque pensándolo mejor, quizá y al no tener un punto fijo hacia el que recurrir como objetivo, lo mejor sería voltear. Darse la vuelta como Orfeo lo había hecho con Eurídice, solo que en lugar de desconfiar en ella y ver hacia atrás, John confiaría en que al girar volvería a ver a Alex al otro lado.

-Mphm... -se silenció a sí mismo y cerró sus ojos que habían empezado a cristalizarse por su anterior pensamiento, los rizos secos le rozaron los hombros y las mejillas, sus ojos avellanas se estaban oscureciendo conforme las ganas de querer voltear y retroceder se encendían más en su pecho.

¿Lo hacía?

¿No lo hacía?

¿Valía la pena?

¿De verdad era el último de su especie y esa cosa se había encargado de devorarlo todo a su paso?

¿Y si ese desierto había sido creado artificialmente y ya no quedaban áreas verdes a las que acudir por ayuda?

De repente, sus piernas empezaron a temblar, el bastón en su mano también y le castañearon los dientes. La visión se le distorsionó y la arena se elevó bloqueándole la vista y la respiración. Pensó que le estaba dando alguna falla cardiaca o era un efecto del cansancio prolongado, entonces escuchó el gruñido y todas sus dudas fueron despejadas.

El golpeteo de su corazón contra su pecho era como el mismo batir de las alas de un colibrí, frenético y esporádico, manteniéndose firme y constante porque si se atrevía a detenerse, el ave dejaría de volar, y si John no corría, aquel sería su último día en ese desierto.

Sin embargo, sus piernas se negaban a detenerse, las fuerzas que no tenía regresaron a él y corrió literalmente por su vida, mientras sorteaba los hilos de sus pantalones desgastados para no pisarlos con lo poco que quedaban de sus zapatillas. En el proceso se le habían tapado los oídos por los altos bramidos de la cosa, el chal que lo cubría volaba por los aires como si estuviera hecho de papel cometa y se envolvía en su torso como jalándolo hacia adelante.

Y al subir la colina, a unos cuantos metros de distancia, logró ver un pequeño puente colgante de madera que unía dos riscos. Sin pensarlo dos veces, continuó avanzando, cerrando los ojos por la tormenta de arena que se acercaba cada vez más y más, y cuando llegó al puente, el viento que se encargaba de moverlo en un vaivén lo ayudó a despejar su vista.

Parado en medio de la nada, sintió paz en su respiración, sus piernas ahora temblaban por el esfuerzo y solo quedaba unos cuantos pasos más para llegar al otro lado. Los gruñidos de la cosa seguían acercándose a él, parecía que notaba la presencia humana y eso lo atraía hacia el puente, podía saltar, retroceder o avanzar, si mal no había visto al otro lado parecía estar la entrada de una caverna.

En dos segundos evaluó sus opciones, y usó los otros tres para correr cuando la figura espantosa y tétrica de la cosa se medio dejó ver entre las dunas de arena. Y al llegar al final de puente, golpeó las cuerdas resquebrajadas y secas con su bastón, despegando el puente del risco y soltándolo al vacío que lo había llamado hace poco. El eco de la nada aulló en sus tímpanos una vez más cuando entró a la cueva y detrás suyo, al escuchar un nuevo bramido, una pila de escombros y rocas se encargaron de bloquear la entrada, dejándolo a oscuras.

Y entonces no se escuchó nada más.

Excepto el chasquido de cuando encendió un fósforo con la pequeña cajetilla que quedaba de sus suministros.

El frío de la cueva se sentía extraño en sus huesos al compararse con extremo calor del desierto que había venido soportando. Aunque lo normal hubiera sido acostumbrarse rápido por las noches sombrías que también le pertenecían al desierto, su cuerpo se negó a ceder y se atrevió a investigar.

De repente, un pequeño escalofríos le recorrió la espalda y los brazos, creyó escuchar otra respiración en la misma cueva, aunque tal vez solo era su cabeza jugando con él y su misma respiración agitada por la carrera a muerte de la que aún se estaba recuperando.

El fósforo en sus dedos estaba a punto de consumirse, su llama amarilla casi tocaba las yemas de sus dedos, bien podía extinguirse por el sudor que rodaba por las palmas de sus manos o por algún soplo fantasmal de aquella respiración que seguía martilleándole la coronilla.

Entonces, frente a él, la visión de unos ojos oscuros que solo se le aparecían en sueños, le dio la razón para aliviar su preocupación. Tuvo un segundo para registrar su rostro antes de que se quedara sin el amarillento chisporroteo, pero aquel fue suficiente para soltar esas lágrimas que había estado conteniendo desde la última vez que lo vio.

—Jack.

Y en medio de la oscuridad, dos voces se reencontraron como si nunca se hubieran dejado de amar.

—Alex.

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N/A Luego de un día de vacaciones, les traigo el shot del que estoy más orgullosa hasta ahora. Sí, creé un nuevo AU y es Lams Post-Apocalíptico y no me voy a disculpar por eso. La descripción general me quedó increíble y recordé cuando narraba batallas y eso simplemente me pone en un buen lugar mental. Idk soy yo y mis divagaciones, pero es que me inventé esto desde cero con John muriendo en el desierto y ugh, está mis dieces y me encantaría que dejaran su opinión y si quisieran una continuación 7u7

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