Con las mangas de una camisa blanca recogidas hasta los codos, John se quedó viendo el lienzo del mismo color frente a él. Lo había colocado en el caballete hace unos quince minutos y mientras lo había empezado a preparar para el óleo, no había podido despegar su mirada de la pintura de Van Gogh que estaba colgada al otro lado de la casa, pasando la puerta del estudio que había dejado abierta con la excusa de dejar circular el aire.
Aun así, nada podía diluir la ansiedad de que alguien pudiera irrumpir en el estudio y lo observara con los dedos manchados de pintura, a pesar de que él mismo se había asegurado de estar solo en la casa. Eso porque Martha, su prometida, había salido con sus futuros suegros, Eleanor y Henry, a establecer algunos detalles de la boda.
John, de verdad, admiraba la técnica con la que Van Gogh había pintado su noche estrellada y en un ataque artístico se preguntó a sí mismo si en algún momento de su vida podría pintar algo semejante a eso. La respuesta corta era que no. Había algo detrás de la pintura original que miles de copias no podrían obtener jamás a pesar del uso de la misma técnica y materiales. Aquella era una especie de vibra o aura que una obra poseía de manera intangible.
Eso era lo que le daba valor a la pintura de Van Gogh, y simplemente copiarla, lo hacía sentir como un fraude.
Y fue por ese mismo motivo que salió del estudio, descolgó la pintura de Van Gogh y la colocó detrás del caballete como su modelo. La iba a copiar.
—Veamos qué tanto sigues vivo, Vincent —John buscó sus tubos de óleo y colocó la pintura en su paleta, y en lugar de guardar los tubos de vuelta a su caja, deslizó uno de estos en su bolsillo del pantalón.
Entonces sintió un papel que no recordaba haber colocado ahí.
Extrañado, dejó el tubo de óleo sobre el escritorio detrás del caballete y sacó el papel de su bolsillo. Escrito con su propia letra, leyó la primera frase:
—Antes de que ningún mortal supiera, —pero no pudo detenerse ahí, así que continuó escudriñando unos pensamientos que no eran suyos—: un amor como el mío tan tierno, real. Completamente miserable, lejos de ti y... pero medio bendecido mientras te quedes.
Ahí fue que lo recordó. Aquel había sido el poema que le habían presentado para ser el mecenas de aquel escritor misterioso. Apenas leyó esas palabras había corrido a transcribirlas con el miedo de que si no lo hacía estas se perderían con la memoria. Por eso tenía su propia versión, una nueva copia, y la ironía fue incluso más grande cuando se dio cuenta de que estaba a punto de hacer lo mismo con el trabajo de otro pintor.
Aquello solo le probaba lo poco original que John Laurens podía ser.
Con el resto del poema sin leer, colocó la primera capa sobre el lienzo fresco, preparó el fondo con el empaste blanco que casi no se notaba que estaba ahí, pero que le daba toda la forma y profundidad a la pintura. Dio un paso hacia atrás y suspiró, las palabras del poeta se habían transformado en una melodía constante que se estaba reproduciendo en su cabeza una y otra vez.
Era como si se pudiera imaginar la voz del poeta declamando su pieza en su oído, como un susurro hecho solo para él que le permitía una entrada a la imaginación de estos dos grandes artistas que habían sido menospreciados por el resto. Se relamió los labios y continuó, era el turno de la luna y las estrellas, la primera pincelada real que haría sobre el lienzo estaba reservada a aquello que le había otorgado su nombre.
El amarillo sobre más amarillo que le hacía recordar las flores de la temporada, los anillos que se formaban alrededor de la luna y las estrellas, el mar de amarillo que hacía vibrar al pequeño pueblo en las faldas de la colina, la estela que recorría sobre las casa y alrededor del árbol que luego sería cubierta por el azul del cielo.
Ese azul empático a todos aquellos que preferían ver la noche de una forma brillante en lugar del momento en el que el sol abandonaba a la Tierra, las pinceladas de celeste e índigo que se extendían por largas porciones del lienzo, como si fueran parte del mismo pincel por las ondas naturales. Un océano que a la vez era cielo y que formaba parte de los oscuros pensamientos de cualquier hombre observando al horizonte a través de su ventana.
Si el amor presentase rostro
Ojalá lo tuviera, era lo que John pensaba, porque para alguien como él, comprometido y con un futuro predeterminado por delante, el amor ni siquiera tenía encanto. Era como una idea lejana, unos ojos brillantes de colores indescriptibles, una voz que le sonaba al viento del ocaso, que siempre regresaba al amanecer a saludarlo. Y ninguna de esas cosas había sentido con Martha, y le dolía el pecho caer en tal fraudulenta acción.
se niega a mi cariñoso abrazo
Entrecerró los ojos y reprimió las lágrimas, estaba pintando como un desquiciado, quizá con el mismo atisbo de locura que llenaban los ojos de Van Gogh al pintar su cuadro. John, quien más deseaba ser amado. John, quien más deseaba amar. John, quien se quedaba sin nombre cada vez que recordaba que Martha tendría su apellido. John, quien no podía creer que le haría eso a su mejor amiga. John, quien quería libertad.
no hay alegría pura que entibie mi pecho,
Soltó una risita seca. El poeta tenía razón, él deseaba esa alegría, le escribiría a esa alegría si pudiera, lloraría por esa alegría todas las noches solo con la certeza de que eventualmente subiría a su cama y lo acompañaría por el resto del día, ansiaba que esa alegría habitara en su pecho.
excepto cuando mi ángel está en mis brazos.
John suspiró.
Se despegó de la pintura.
Dejó el pincel a un lado, dio dos pasos hacia atrás y suspiró de vuelta.
—Qué respuesta.
Muchos días después, estaría observando cómo el barco en el que se había subido estaba encontrando su destino en el fondo del mar. Recitó una vez más el poema que había adoptado como un mantra durante esos dos días en los que pudo conocer a Alexander. Y entendió la respuesta al poema.
—Es la respuesta a la razón por la que suspiré.
Solo necesitaba reencontrarse con Alexander una vez que la tragedia llegara a su fin, encontrarse en esos ojos brillantes y aguardar en ese bote salvavidas que se alejaba del Titanic. Su pintura tenía tanta aura como la de Van Gogh, solo que eran auras completamente diferentes por el motivo en que fueron pintadas. Y ahí con el frío del Atlántico erizándole la piel, se dejó llevar por la corriente, porque tenía la plena confianza que Alexander también encontraría su solución.
_________________________
N/A ¿Se acuerdan que en "La Noche Estrellada" John dice que él fue el que pintó la réplica de la pintura de Van Gogh? Bueno con esto quise darles un vistazo a ese proceso y cómo es que Alex siempre fue la musa de John, a pesar de ninguno saber que pintaba para el otro o que John se basó. La última parte del shot es cuando John ya anda en su bote salvavidas, que es donde nos quedamos al final del capítulo del libro. Y sí, debo seguir escribiendo, ya tengo la mitad del capítulo pero la universidad me consume. Aun así, espero que no hayan olvidado el poema de Alex, el cual corregí un poco desde su última aparición.
ESTÁS LEYENDO
Fonogramas || Lams Month 2021
FanfictionSi los fotogramas pueden capturarse en imágenes, los fonogramas son para ser escuchados. Nueva entrega de pequeñas historias entre Alexander Hamilton y John Laurens, durante un mes completo dedicado para ellos y sus versiones tanto históricas como...