VII. We will never be truly free

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Le habían pedido escribir unas cuantas palabras como recordatorio de la buena vida que John Laurens tuvo en la tierra. Luego de haber sumergido la pluma por quinta vez en la tinta, Alex se dio cuenta de que era obsoleto continuar en esa actividad masoquista a la que le habían sometido. A la que él mismo se había ofrecido por el simple hecho de que se trataba de honrar la memoria de uno de los mejores y más valientes e increíbles hombres que había conocido a lo largo de su vida.

Y dentro de cada pisada que daba en la habitación, estaba el recuerdo de esa última carta que le envió y de la que no estaba nada seguro si John llegó a leer alguna vez. El papel frente a él, bien le podía recordar a ese mismo que usó para escribirle la carta a su padre hace tantos años. Aquella carta que resultó ser su boleto de salida de la isla a un lugar donde de verdad podría formarse un nombre. Donde conoció a alguien que compartía sus ideales.

Donde se enamoró perdidamente hasta que eso no bastó para mantenerse a flote.

Entonces vino su caída.

Que tampoco fue inmediata, ni la cosa más obvia del mundo, pero que, de aquel joven con tantas expectativas en el mundo, poco a poco, fue quedándose sin ellas, sin sentido por el que avanzar más allá de su casa y la familia que estaba creando.

Un ser y títere del mundo que quizá iba aprendiendo a volver a amar.

Entonces, regresó su mirada al escritorio. Él mismo se había encerrado en esa habitación, obligándose a centrar su atención en nada más que cumplir el objetivo que se había propuesto, en hacer algo que generaba normalmente por inercia. Pero debido a que su corazón se encontraba en juego, y estaba siendo atravesado por dagas cada vez que recordaba la voz o la sonrisa de su Laurens.

Incluso parecía que conforme más pasaba el tiempo ahí, las paredes se acercaban cada vez más a él, cerrándole el paso, haciéndole imposible no ver la salida o el escritorio. El escritorio o la salida. La puerta o la silla. Sus pies o sus dedos manchados de la tinta que no estaba usando. El tintero en el escritorio observándolo con su mirada juzgona porque conocía sus pensamientos. Y sabía que por más que lo intentase, no iba a lograr escribir lo que de verdad quería.

Porque no lo tenía permitido. Y prefería mantener un perfil bajo.

Porque al ojo del mundo solo habían sido buenos amigos. Y los testigos que quedaban no se atrevían a decir lo contrario.

Porque no encontraba palabras para describir su pérdida. Y la verdad es que darle tantas vueltas lo habían dejado sin las pocas con las que contaba.

Porque irónicamente las palabras eran sus únicas aliadas en una situación como esta.

Y se estaba quedando sin ellas, porque tampoco podía pedir ayuda. ¿Qué diría John si lo pudiera ver así? ¿Se burlaría de la ironía en la que él se había atrapado? ¿Lo alentaría a continuar? ¿Lo ayudaría a escapar de esa pesadilla en la que se había internado por decisión propia?

¿Lo ayudaría a olvidarlo todo?

¿Lo ayudaría a despertar?

«Alex»

Había cerrado los ojos por un instante, Alex solo recordaba haberlo hecho por unos cuantos segundos, pero al parecer el sueño lo había vencido esta vez. Al igual que las veces anteriores. Por la ventana de la habitación, el resplandor de la mañana le había obligado a no abrir aún los ojos hasta acostumbrarse a la iluminación de un nuevo día.

Por el grosor de las sábanas, intuyó que aún seguían en invierno y que por ende también debían de tener la calefacción encendida. Y a pesar de los hechos que tenía marcados en su cabeza, el calor de otro cuerpo abrazándolo desde atrás lo hizo sentirse perteneciente a ese lugar.

Fonogramas || Lams Month 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora