III. South Carolina

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No lo había pensado demasiado, pero John sabía que la ciudad siempre lo mantenía intranquilo, mientras que conforme pasaba el tiempo, se daba cuenta de que a Alex lo mantenía ocupado. Su novio por más que no le alcanzaran todas las horas que tenía el día, encontraba la forma de cumplir la lista de cosas que seguro tenía anotada en ese sensual cerebro suyo.

Era demasiado irónico como para analizarlo —no lo del cerebro sensual—, ya que sabiendo que la ciudad no era su típico hábitat natural, de todas las ciudades a las que pudo ir a estudiar, John había decido irse a Nueva York a vivir. Nueva York, alias, la jungla de cemento.

Y ahora, gracias a sus padres, estaba en un auto a unos diez minutos de la casa de sus abuelos en Carolina del Sur. Una casa que no había pisado desde que tenía diecisiete. Y mirando a su derecha, justamente donde Alex estaba durmiendo con la mirada a la carretera, John recordó unas de las razones del por qué.

—Alex —le susurró, sacudiéndolo suavemente del codo—. Alex, oye.

—¿Mmm? ¿Qué? ¿Ya llegamos? —John no pudo evitar notar que su novio casi se atraganta con su propia saliva.

—Falta poco. Oye... —se deslizó por el asiento trasero, juntando su pierna derecha con la izquierda de Alex— ¿Recuerdas de lo que hablamos antes de venir?

—Jack... ¿por qué susurras?

John arrugó el rostro y respondió con una seña hacia los asientos del frente, en donde su padre conducía y su madre —como si pudiera leerle la mente— había encendido la radio.

—Porque quiero saber si lo recuerdas.

—¿El niño? Sabes que tus abuelos lo van a adorar, es un pequeñito extraño que se deja querer por sí solo —Alex le sonrió como si estuviera tratando de tranquilizarlo.

—No, no es eso... Es que...

Levantó la mirada de sus manos pálidas, y por el espejo retrovisor vio los ojos de su madre. No sabía si estaba alucinando o qué mismo, pero estaba seguro de que podía escucharla decir:

«No importa quien sea tu pareja mientras hable español.»

—Nada, nada —tomó una gran bocanada de aire y la soltó mientras rebotaba su pierna de arriba abajo—. Encántalos con tu personalidad.

Como te encanté a ti —le respondió en español, guiñándole un ojo.

—Perfecto —no estaba muy seguro de lo que Alex le había dicho, pero mientras lo dijera así, todo estaría más que bien.

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A la vez que su padre cargaba a su nieto sobre sus hombros, John se reclinó contra una de las puertas para escuchar lo que Alex hablaba con su madre. Tal vez debería estar ayudando a sacar el equipaje, pero, en su defensa, ya lo había intentado y de tanto que le temblaban las manos no había podido sacar ni una de la cajuela.

—¿Quiere decirme cómo son? —Alex le preguntó sacando la pañalera y cruzándosela sobre el pecho.

Eleanor negó y le quitó el bolso.

—No, te voy a dejar vivir la experiencia completa tú solo, Alexander.

—Okaaaaay.

—Pero si tanto quieres saber, ¿por qué no le preguntas a Huck? —su madre enarcó las cejas con diversión.

—No, no, no, ahí no más, suegrita. Yo puedo, tranquila.

—Por algo son mis abuelos favoritos —John pensó en voz alta.

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