I. Dear Diary

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New York, 17 de junio de 2171

En la ciudad de Nueva York eran comunes los grandes eventos, esos que llegaban a las noticias y del que las personas no paraban de hablar incluso si nunca habían llegado a asistir al lugar como tal. En el mes de junio, con un clima de verano y en Lenox Hill, un barrio que a principios del siglo XXI había tenido una de las reformas suburbanas con mayor impacto del país, se daba la inauguración de un museo en honor de la vida de aquellos que habían tenido la oportunidad de regresar.

¿Regresar de dónde exactamente? Pues de la muerte. Y no, aquellas personas no eran un experimento supersecreto que el Área 51 financió para su estudio. Aunque pensándolo bien, seguro que sí tenían algo que ver. Volviendo al punto central, el museo intentaría resaltar las vidas de los renacidos, personas que no habían podido cumplir su propósito de vida cuando nacieron por primera vez, pero que luego de 200 años aproximadamente habían regresado con recuerdos de sus vidas pasadas que con el tiempo irían recuperando una vez que se relacionaran con las personas de sus pasados. En especial, con aquellos conocidos como sus almas gemelas.

Sorprendentemente, a partir del 2060 se comenzó a llevar un registro de aquellas figuras históricas que habían renacido, sin olvidar tampoco a quienes ni siquiera habían llegado a los libros de historia. Lo que se intentaba hacer con esto era mantener vivos sus recuerdos, sus victorias y sus derrotas, para así que una generación futura no se encontrara a la deriva como sus antecesores. A lo largo de esos años, se habían abierto nuevas especialidades en las universidades, las más importantes: psicología, psiquiatría, psicoanálisis y neurología orientada a los renacidos.

Por ello, la Dra. Lewis tenía asegurado un espacio especial dentro del museo. Sus técnicas fueron revolucionarias para entender el cerebro de los renacidos y así poderlos ayudar con las pesadillas, sueños o visiones de su pasado con las que debían vivir de forma permanente. Por supuesto, ella no era la única dentro del museo, cada una de las salas y exposiciones estaban divididas por las épocas originales de las que los renacidos venían. Había una para aquellos que habían venido de la Edad Antigua y otra para los de la Edad Medieval, aunque no eran muchos debido a que para ese entonces no había cómo registrar a las personas ni cómo verificar la autenticidad de su condición.

En el lado positivo de las cosas, se esperaba con el tiempo encontrar mayor evidencia de épocas posteriores en las que hubieran renacido, ya que por lo que se sabía, si uno no cumplía su propósito en el primero, se tenía la oportunidad de un segundo, tercer y cuarto renacimiento. Nadie sabía si había un límite, pero cuando se dudó sobre un tercer renacimiento, se encontraron pruebas de Epafrodito de Queronea y Katherine Howard, en épocas posteriores, esta última en 1700 y a inicios de 1900. El aumento de años entre cada renacimiento fue algo curioso, pero que no ha tenido un estudio serio, debido a que no ha implicado ningún problema para los estudiosos de los renacidos.

Otra de las salas de las que se tenían grandes expectativas era la destinada para
exposición de aquellos que vivieron durante la Revolución Norteamericana —el término "América" que se usaba solo para referirse a los Estados Unidos de América fue finalmente desechado en el 2100—. Dentro de aquella sala había un espacio destinado a George Washington, sin filtros de por medio, con cada decisión equivocada que tomó en su primera vida con relación a la esclavitud y cómo durante su segunda vida hizo lo posible para enmendar sus errores. Como si se tratara de un despliegue de sus tropas, en el resto de la sala se encontraban algunas exposiciones de los aide-de-camp, unos cuantos que no habían renacido en Estados Unidos y otros que con el paso de su segunda vida llegaron a conocerse en Nueva York, a pesar de sus diferentes orígenes.

Pero antes de explicar con mayor profundidad aquella sala, me van a permitir hacer un intervalo para hablar de una de las salas más singulares dentro del museo. Y es que dentro del registro de nobles se tenían muy pocos nombres, de cualquier época, ninguno al parecer había sido tan digno como para merecerse una segunda vida. Otros seguro cambiaron sus nombres —algo extraño del renacimiento como tal era que los primeros nombres de alguna forma siempre se volvían a formar, ya fuera por adopción o por circunstancias externas— y decidieron vivir fuera de los radares de la sociedad. No obstante, en la lista de aquellos escasos sujetos, uno de ellos resalta y ese es el rey George III de Hanover, de los pocos nobles que pudo renacer y vivir a inicios del siglo XXI junto a la reina Charlotte de Mecklenburg-Strelitz, su esposa en la vida pasada.

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