XVIII. Leather and lace

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Las pantorrillas de John habían chocado contra el sofá entre la sala y el dormitorio, tenía dos opciones: arruinar el ambiente que habían construido luego de haber intercambiado unos cuantos besos contra la barra de la cocina o solo dejarse caer y continuar con el vaivén de caricias que recién había empezado.

Así que se fue por la segunda.

—Me... me estás haciendo cosquillas, Alex —John arrugó la nariz al ver que Alex separaba sus labios de su cuello y le sonreía tan encantadoramente como solo él lo sabía hacer.

—Todo es parte del proceso, ¿no? —se acomodó sobre sus rodillas y le acarició la mejilla con su pulgar— Además verte reír es la mejor vista que podría tener.

—Eso dijiste la otra vez... —puso una sonrisa de inocencia, a pesar de que ambos bien sabían de qué John hablaba.

—Bueno, no me puedes culpar, esa vista también era magnífica —le guiñó un ojo y se acercó a robarle un beso.

Sin embargo, Alex fue interrumpido por el timbre de la casa. De inmediato, John le dio unas palmaditas en el pecho, apartándolo unos centímetros para que lo dejara levantarse.

—Llegaron. ¡Alex llegaron! —se acomodó la camiseta, aplanándola para que no se viera demasiado arrugada— ¡Llegaron!

—Jaaaack no me puedes dejar así. No es justo —sentado en el sofá y con las piernas abiertas, Alex hizo un puchero—. Yo nunca te dejo así.

—Eso es porque yo no lo hago en lugares indebidos, en momentos inadecuados —se encogió de hombros y del perchero agarró uno de los abrigos que habían dejado colgados para lanzárselo a Alex—. Esto te va a ayudar a disimular.

—¿Sabes que lo de lugares indebidos es una tontería? —Alex señaló mientras John se agachaba a buscar sus zapatos, el timbre sonaba por tercera vez e incluso habían empezado a tocar el claxon— Tú fuiste el que sugirió hacerlo en el armario de George, te recuerdo.

—Un resbalón lo comete cualquiera, Alex.

—Y cuando me dijiste que debía hacer algo mejor que callarme.

—Eso fue en nuestra habitación. La de la antigua casa.

—¿Y quieres que te recuerde lo que hemos hecho en esta? —le enarcó una ceja al ver que John se acuclillaba a su altura.

—Quiero que imagines lo que aún no hemos hecho —a esa distancia, John prefirió lanzarle un beso antes que besarlo, y solo por la reacción de Alex cubriéndose el regazo con el abrigo que antes le había pasado, había valido la pena.

—Jack. Con eso no se juega —le advirtió—. Además, los de afuera no se van a ir. Lo peor sería que se robaran nuestro feo buzón.

Volvieron a sonar el claxon.

—¡Un momento! ¡Ya abro! —gritó y antes de levantarse, le dio un toquecito en la nariz a Alex— Lo dices como si fuera lo peor del mundo.

A la vez que John iba a abrir la puerta, Alex se terminó de amarrar el abrigo a la cintura y lo siguió de cerca. En el carro de mudanza aparcado fuera estaban las cosas que Henry y Eleanor habían mandado de Carolina del Sur y las últimas cajas que habían dejado en la casa de Lennox Hill. Finalmente se estaba sintiendo como un hogar.

—¡Alex ven a ayudarme a bajar el sillón de papá!

—¿Ese sillón no estaba en la otra casa?

—Por eso mismo, era el último mueble que quedaba allá.

—Genial —Alex rodó los ojos—. Ahora tendré la fuerza sobrenatural en cuero de Henry Laurens también en esta casa. No puedo ni tirarme a mi esposo en paz.

Fonogramas || Lams Month 2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora