[36] No soy buena

317 20 0
                                    

Mi pecho se agitaba como un loco

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Mi pecho se agitaba como un loco. ¿Qué mierda había hecho? Corría de madrugada como una enajenada por todo ese horrible suburbio. ¡Oh, por Dios, oh por Dios! ¿Qué acababa de suceder? ¿Acaso Dante...? Bueno, estaba hecho, aunque... No estoy del todo segura, pero ¡no puedo volver! No después de... ¡Tengo que alejarme lo más pronto posible de aquí o...!

—¡Vaya, vaya! Pero ¿qué tenemos aquí?

Me hallaba tan inmersa en lo que acababa de suceder que no estaba prestando atención a lo que me rodeaba. Realmente el lugar en el que me encontraba era horrible, ya que se trataba de lo más bajo y lleno de marginales. De los cuales, ya me había topado con varios grupos apenas salí corriendo del departamento de Dante, pero en esta ocasión, me interceptaron de frente.

—¿Qué pasa, bonita? —dijo uno, sujetándome por el hombro.

¡Qué asco! Eran tres tipos, con un aspecto desagradable. Esto se ponía cada vez peor.

—¡Suéltame! —dije, dando un paso atrás.

Los tres sonrieron de manera maliciosa y el terror se asentó en mi pecho. Mi cuerpo comenzó a temblar y en cuanto los vi acercarse, comprobé que debo tener un ángel cuidando de mi, ya que un taxi apareció a un lado de la calle y yo corrí hacia él. No sé si el taxista notó que podía estar en aprietos, pero se detuvo de inmediato y apenas estuve dentro, aceleró, dejando a eso tres idiotas lejos en la oscuridad.

—Gracias por detenerse —dije, con la respiración agitada, en cuanto perdimos a ese trío de infelices.

—¿Problemas, señorita? —preguntó él, sin dejar de mirar al frente.

Suspiré, aun sentía la acidez intensa en el centro de mi estomago. No sólo había sido el miedo provocado por un grupo de tipos a la madrugada, sino que había sido la primera vez en la que observa la expresión de una persona yéndose de este mundo.

—No tienes idea de cuantos —dije, con la respiración entre cortada

—Bien, todo tiene solución, señorita —dijo, mirándome por el retrovisor —, excepto la muerte —en eso tenía razón —. Así que, dígame, ¿a dónde la llevo?

Guardé silencio. No podía regresa a casa, no después de lo que había hecho con José Luis; no podía llamar a Laura porque ella me presionaría hasta que tendría que confesarle todo lo ocurrido esas últimas horas. Tampoco podía llamar a Adrián, aunque luego de la conversación que mantuvimos hace unas horas, él debía darse una idea de que estaría metida en algún problema, pero no sabía de qué dimensión. No sabía cómo proceder, hasta que...

—¿Señorita? ¿A dónde?

—Al centro. Al menos por el momento.

Entonces una idea vino a mi mente. Tomé mi teléfono celular y marqué, cruzando los dedos porque él respondiera.

Eva en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora