[25] Una increíble realidad

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Apenas llegamos al departamento arrojé mis cosas al suelo y comencé a desvestirme

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Apenas llegamos al departamento arrojé mis cosas al suelo y comencé a desvestirme. La lluvia era torrencial. ¡Caía estrepitosamente de un minuto a otro! Empapándonos a ambos.

—¿Quieres quitarte la ropa mojada? —pregunté, mientras me quitaba los zapatos que estaban completamente empapados.

—Si claro —dijo él.

Me quité el pantalón corto y coloqué mis cabellos a un lado, recogí todo del suelo y en cuanto giré para pedir a Leo lo suyo, él estaba viéndome fijamente. Me quedé tiesa, porque por su expresión parecía a punto de sonrojarse.

—Eres la cosa más hermosa que jamás había visto —exclamó.

Él me tomó con delicadeza por la barbilla y quitó algunos cabellos que se habían pegado en mi rostro, deslizando sus pulgares por mi mandíbula, acariciándome suavemente. Parecía hipnotizado y acercándose despacio, me besó. El momento fue casi mágico, casi como en una película de romance: El tiempo parecía ir más despacio, pero aun así yo no pude evitar decir:

—¿Tú crees que soy una cosa?

En cuanto utilizó esa palabra, a mi mente vinieron algunas ocasiones en que José Luis también lo hacía. Y eso me molestaba.

—Claro que no —respondió de inmediato, sonriendo —, es una expresión, nena.

Y me sentí una tonta por siquiera haberlo mencionado.

—Lo sé, sólo quiera molestarte —dije, intentando restarle importancia, aunque... en verdad si la tenía —. Dijiste que no te duchaste, ¿quieres hacerlo mientras preparo algo de comer?

—Claro.

—Bien, usa el baño de mi cuarto. Hay toallas en el armario.

—Okey.

Le indiqué hacia donde debía dirigirse y yo caminé en dirección al lavadero. Coloqué nuestra ropa en la secadora, tomé un vestido limpio del tendedero y luego regresé a la cocina. Llené varios bowl con palomitas de maíz, galletas, frituras y fui colocándolos en una bandeja. Luego observé todo por unos instantes y se me ocurrió preguntar a Leo si había algo de su preferencia, así que me dirigí a la habitación. La puerta estaba abierta y aún no se oía el ruido de la ducha, entonces me asomé y lo vi de pie frente a mi armario.

—¡Te atrapé! —exclamé, dando un salto para tomarlo por sorpresa.

—Sí. ¡No!... Bueno... —y al parecer así fue, ya que lucía nervioso.

—¿Qué buscas?

Él parecía confundido.

—Dijiste que buscara en el armario, ¿cierto? —lo observé con recelo, parecía repentinamente incomodo —. ¡Okey! Me atrapaste, quería robarme otra de tus bragas.

¡Qué tonto es!

—¡Eres un sucio! Las toallas están en al armario del baño —dije, tomándolo de la mano —. ¡Ven!

Eva en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora