[23] Odio

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Luego de cortarle a Laura, respondí a una llamada de Devi

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Luego de cortarle a Laura, respondí a una llamada de Devi.

—Hola, mamá.

—¡Feliz cumpleaños, hijita de mi corazón! —ella se oía muy emocionada —. ¡Ya eres mayor de edad, mi amor! Pero aun eres mi niña. Mi única nena.

—Gracias, mami —llamarla así se me hacia raro, pero no iba a arruinarle el momento —. ¿Tu cómo estás?

—Bien, hija, te llamó desde el trabajo —¿Devi trabajando? ¡qué raro! —. Estoy algo ocupada ahora, hubo un horrible accidente. Un automóvil se estrelló contra un autobús y hay varios heridos, pero la buena notica es que no hay muertes que lamentar.

—¡Oh! Genial, ¿no? —realmente no sabía que decir a eso.

—Sí, lo es. Bien, hijita, solo espero que puedas pasar un buen día y aunque sé que las celebraciones nunca te han gustado demasiado, te envié un obsequió de todas formas —¿qué? —. ¿Aún no te llega?

—No. Aun no he recibido nada.

—Entonces debe estar próximo.

—Mamá, no debiste molestarte.

—¿Molestarme? Tu jamás serias una molestia, Eva —dijo, e inmediatamente el tono de su voz cambio, parecía como si se sintiera emotiva —. Eres lo mejor que he hecho, nena, ¿lo sabías?

—Ay, mamá...

—Lo eres, mi amor, lo eres.

Las charlas de cumpleaños con Devi siempre terminaban en llanto y en esta ocasión, se sentía aun peor, porque aun no hablaba con ella sobre mi relación con José Luis, al igual que jamás habíamos tocado el tema de la internación de la tía Rachanna. En lo que a mamá respectaba, ella aun vivía aquí y como sus visitas no era habituales y de hecho, comencé a ser yo quien iba más seguido al distrito, no lo averiguaría en un corto plazo. Quizá el hecho de contar con más tiempo, podría allanarme el camino con ella.

—Mamá —dije, tragando con dificultad —, te amo.

—Te amo, hija. Nunca lo olvides.

Ella cortó la llamada y luego de limpiar las leves lagrimas que asomaban de mis ojos, me dirigí al baño. Luego de lavar mi cara y cepillar mis dientes, el timbre de la puerta sonó. Corrí a atender y al abrir hallé a René, el portero del edificio, de pie junto con un delgado muchacho vestido con ropa de reparto.

—Buen día, Eva —dijo él, yo asentí y sonreí, entonces se dirigió al chico parado junto —. Disculpa la molestia, pero este chico tiene un paquete para ti. Le expliqué que podía dejármelo y yo te lo alcanzaría más tarde, pero insistió en traértelo personalmente.

—Es comestible —señaló el chico —. Y debo entregarlo en manos del destinatario. Así es el servicio.

—¡Claro, claro! —dijo, René —. Bien, ya estás aquí, puedes entregarlo e irte.

Eva en el espejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora