O6 | Queenie, ¡deja de ser tan romántico!

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Sirius los veía a la distancia. Allí, fumando en círculo, como si fuera algún tipo de reunión.

El sol destellaba, las nubes casi no lo tapaban. Aún en pleno invierno, el cielo sabía sonreír.

Debajo del árbol, el rubio prendía cigarro tras cigarro. Su grupo de amigos hacían lo mismo. Gian, Miguel, Luna y Rafael. Todos fumando, intoxicándose con el humo, disfrutando de aquel veneno.

Y Sirius solo los veía. Ya estaba sintiéndose molesto. Se había decidido. No lo detendría nunca más...

Si...

Si él quería morir...

¡Pues que lo hiciera!

──¡Pues que lo haga! ──dijo algo desganado y ciertamente frustrado. Se volteó, y estuvo allí unos minutos.

James, su gemelo, estaba en la otra esquina hablando con una chica. Cassandra. Era tan bella. Tímida, sonriente, algo malhumorada, ¿pero quién no? Sirius la aprobaba al cien. Además, James era un gran partido. Gracioso, autoritario, inteligente y protector. Sin mencionar su físico, el cual era hasta envidiable. ¡Claro que ella querría estar con él!

En cambio...

¿Quién querría estar con Sirius?

Él no tenía los músculos de James, ni la voluntad para tenerlos. Su cuerpo era delgado, y aunque lo cubriera con mil prendas, continuaba sin tener forma.
No era gracioso, ni imponente, ni protector, ni inspiraba algún tipo de confianza a primera vista.
Era inteligente, claro que sí, pero eso solo podía darle admiración ajena, no amor, ni cariño, ni aprecio.

Entonces, ¿qué era?

No era nadie. No era nada.

«Si fuera autoritario...», pensó: «¿Dejarías de fumar?»

«Si yo tuviera alguna autoridad sobre ti y tu inútil cerebro que solo sirve para preocuparme, ¿me escucharías?»

«Mierda. Solo escúchame.»

Quejaba y quejaba con molestia.

──¡Queenie! ──llamó el recién bañado en humo, trotando hacia el pelinegro, quien estaba de espaldas a él── Mi amor ──suspiró casi aliviado. Sirius intentaba no caer en la tentación de sus dulces palabras. No, en esa ocasión no. ¡Sería autoritario! ──, ¿qué andas haciendo? ¿Ya comiste? ──curioseaba con una sonrisa de cachorro que el ojiverde no pudo evitar notar al voltearse.

Casi, pero casi, sonríe.

──Sí. Ya comí. ¿Y tú? ¿Ya te drogaste? ──regañaba enojado y tajante.

Esto el menor lo sintió como una especie de barrera, por lo cual frunció el ceño con pesadumbre.

──Oye, ¿qué sucede? ──preguntó acercándose a abrazarlo. Sirius se alejó── ¿Qué pasa? ¿Por qué no quieres abrazarme? ──cuestionó con unos ojitos de perrito afligido.

Aquello era difícil.

──Te acabo de ver fumando ──dijo, a lo que el moreno se heló.

──Oh, sí, eso... ──rió nervioso── Solo era para desestresarme ──excusó──. ¿No me vas a querer abrazar hasta que se me vaya el olor, o...? ──hablaba como si fuera una broma.

El ojiverde se enfureció aún más al oír aquella oración, ¡peor con aquel tono! Tan bromista, tan «tú exageras, es solo un juego.»

Definitivamente odiaba ese tono que creía ser inocente.

──No me tocarás de ninguna forma hasta que dejes de fumar ──impuso, viendo como el menor ponía los ojos en blanco con indignación.

──¡Pero eso...!

──No abrazos. No caricias. No besitos, ¡y mucho menos olfateos! ──ordenó.

──¡Pero yo...!

──Sin peros ──negó con toda la autoridad del mundo. El moreno hizo un gran puchero. Se acercó a Sirius, sin tocarlo──. No te acerques mucho tampoco ──pidió.

Medidas desesperadas, para ocasiones desesperadas.

──No... No te tocaré, lo prometo, solo... ──puso su rostro en el cuello del pelinegro con calma y lentitud, oliendo este con admiración.

──Dijimos... Dijimos que nada de olfateos.

──Una última vez ──solicitó. Inhaló fuerte, y luego exhaló.

──No tiene que ser la última. Puedes dejar de fumar ──intentaba motivar con desesperación y esperanza. Le levantó la cabeza al de ojos marrones con la mano, poniendo la otra en su hombro, y lo miró a esos profundos y oscuros ojos──. Marco, deja de fumar, por favor ──pidió, suplicó──. Hazlo por mí ──sorbía aire por la nariz, casi aguada por el frío que aún con el sol vigente, continuaba.

El rubio lo miró con detenimiento unos segundos. No podía creer a veces que aquel niño que un día conoció al perderse en un centro comercial ahora era su mejor y más amado amigo. Su Queenie, completamente increíble. Listo, apuesto, agradable y reservado con todos menos con él. Era su mayor adoración.

Entonces sonrió.

──Queenie... ──llamó. A esto, Sirius lo miró esperanzado──... ¿Quieres...?

──¿Sí? ──esperaba el mayor una proposición bastante complicada de dar.

──¿Quieres... Dejar de ser tan romántico? Tengo una erección ──seguido a esta frase, el menor puso su mejor cara de fuckboy, mordiéndose el labio inferior, subiendo una ceja y entrecerrando un ojo.

Horas después, aún seguía sintiendo el golpe en los testículos.

──¿No que no me ibas a tocar más? ──burlaba todavía adolorido, riendo ante la ironía.

──Deja de fumar ──quejaba el mayor.

──¿Me estás sermoneándo? Qué atrevido de tu parte ──rió.

«Admitir que me tocó es un avance.», no pudo evitar pensar Marco, y volvió a sonreír.

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Bailando con una estrella (BL) | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora