47 | Si tú me aceptas.

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Ya había pasado toda una semana.

Ya le habían contado a Marco de la situación, sobre que los doctores no creían poder ayudarlo.

Ya Sirius había ignorado por completo el tema, solo para centrarse en el menor y hacerlo feliz todo lo que pudiera. Quería llegar hasta donde fuera posible, todo esto haciendo lo mejor para el moreno.

Hasta que un día, al llegar, se llevó una sorpresa.

Estaba contento, lo habían transferido al hospital de Celeste, su distrito.

Sus padres lo habían ido a ver, pese a que nunca habían sido muy presentes y no esperaba que quisieran estar incluidos en la salud de su hijo. Jacobo tomaba turnos junto con el pelirrosa para vigilarlo mientras dormía en las noches, quedándose en el hospital, pero nunca había sucedido nada importante durante sus siestas.

El mayor tenía un día entero planeado: llevaría las partituras de Marco, su guitarra, y jugarían un rato hasta que se terminara el horario de visita en el día. Comerían una gelatina de esas que les daban en la enfermería, quizás, incluso, se darían alguno que otro beso, rogando porque no fuera el último.

Oh, pensar en eso le hacía mal al ojiverde. Solo quería quitarse la idea de la cabeza, pero no podía. Estaba día y noche sintiendo que todo era una despedida, y eso lo traía loco.

Todavía esperaba que todo fuera un simple sueño, despertar a sus ocho años, ver a su madre viva y luego ir a jugar con Marco. Pero luego recordaba que si todo fuera así, no habría vuelto a ver a James. Sentía que todo era una decisión constante y todas las dudas estaban sobre él y solo él. Su cabeza se carcomía por completo.

Inhaló tranquilo, se retocó con el dedo índice el brillito en su lagrimal, tal y como a Marco le gustaba, y entró por la puerta de marco de metal.

──Hola ──saludó el menor, con una sonrisa, levantando las cejas y sacando la mirada de sus hojas un segundo. Se encontraba sentado, escribiendo en un cuaderno.

──Hola, lamento la tardanza hoy, es que el tráfico... ──se quitó el abrigo y se quedó viendo el cuaderno un segundo. Su sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco, y todavía observando las hojas, preguntó:── ¿Qué escribes?

Cuando el moreno elevó la mirada sólo pudo encontrarse con una expresión triste, de labios entreabiertos y párpados caídos. Oh, Sirius claro que estaba esperando lo peor.

──Yo... Escribo cartas. ──respondió algo apenado.

──¿Por qué haces eso? No hagas eso. No vas a morir. ──molesto, quiso quitarle el cuaderno, para, al fallar, bajar la cabeza un poco de su altura y ver a Marco a los ojos── No vas a morir. ──repitió, negando lo que se venía.

Marco solo sonrió con tristeza y ternura.

──Queenie ──pronunció con dulzor──. Déjame escribirlas.

Un puchero se mostró en su rostro, sus párpados bajaron aún más y sus ojitos se aguaron. En momentos así, Marco se daba cuenta de cuánto amaba al pelirrosa, ya que solo podía pensar: «Diablos. Qué bello es.

Y sus ojos son tan hermosos.

Y se ve tan jodidamente lindo con brillos en el lagrimal.»

──Lamento eso. ──pedía con la vista baja, secando sus lágrimas con los abruptos de sus dedos── Puedes hacerlo. No soy quien para...

──Entiendo por qué no quieres. ──volvió a sonreír── Yo... Si tú... Estuvieras en mi lugar... Si los roles fueran inversos... ──tomó y acarició su mano con el pulgar de la propia, mirándola, admirándola; notando lo bruto que era Sirius al tocar, y lo delicado que era Marco al acariciarlo. Admirando a Sirius── Creo que reaccionaría mucho peor. ──admitió. El mayor asentía con pesadumbre y dolor. Esto era muy difícil de sobrellevar.

──¿A quién... A quién las escribes? ──cambió el ojiverde el tema, sentándose en el sillón a su lado. El menor, calmo, se sentó de piernas cruzadas, mirándolo de frente.

──Una a James. Dos a mis padres. Tres a Jacobo. Y el resto... Son todas tuyas, Sirius. ──mordiéndose el labio, decidió no voltear: sabía que su amigo estaría llorando o al borde de tal acto. Sólo prefirió seguir hablando── Son un total de veinte cartas. Algunas son más pequeñas que otras, y no debes leerlas todas a la vez.

──¿Por qué veinte? ──preguntó con la voz rota, jugando con sus dedos en el sillón, sonriendo entre las gotas de agua salada que caían por su rostro pintorezcamente colorado.

──Sentía que eran importantes. ──afirmó── Son para varios momentos.

──¿Momentos? ──curioseó.

Hizo una ligera pausa, sabía que su amigo estaba llorando demasiado y no quería seguir añadiéndole razones. Todavía así, volvió a hablar.

──Momentos. ──reiteró── Tu cumpleaños, cuando te sientas solo, cuando estés feliz, cuando te sientas perdido, cuando te quieras sentir amado. ──sonrió con cariño al tomar las cartas. Todas de distintos colores, todas con distintos títulos── Cuando yo ya no esté aquí para tomar tu mano y decirte que todo va a estar bien. ──cerró con fuerza sus ojos para empujar dos lágrimas que querían caer, dándoles impulso── Y...

──¿Y qué más? ──pidió saber.

Marco tomó su mano, y lo hizo mirarle.

Y ya con los ojos hechos lágrimas los dos, pronunció:

──Y cuando no puedas verme en el cielo. ──sorbió el agua de su nariz── Siempre quise ser una estrella, Sirius. Por fin voy a cumplirlo ──asintió──. Sólo quería que me dieran más tiempo para aprender a ser una buena estrella.

──¿Cómo aprenderías eso? ──rió entre llanto.

──Viéndote brillar ──Sirius volvió a llorar, se sentía tan impotente──. Sirius, eres la estrella más bonita que pude conocer. ──admitía── Me alegra haber tenido el honor de verte crecer así.

──Basta. Por favor. ──suplicó── No puedo más, Marco, basta.

──Sé que aún soy joven para esto, pero puedo prometerte un «para siempre» porque mi vida va a terminarse pronto. ──con rapidez y secando algunas de sus lágrimas, tomó una cajita que tenía bajo su almohada.

Sirius se cubrió el rostro, lleno de alegría y a la vez odio. ¿Cómo podía sacar eso en un momento así? Era tan insensato, y parecía que solo quería hacerlo sentir peor, y parecía que lo amaba tanto como él lo hacía.

──Sirius.

──Marco, por favor. ──apretó su mano, haciéndolo sonreír.

──Sirius, quiero amarte en esta vida y en las siguientes, porque esta no fue suficiente ──más serio, abrió la caja, y levantó en su mano un anillo plateado, con una joya pequeña y verde en la punta──. Prometo buscarte en lo que venga después, y tener así más tiempo. ──acercando el anillo, soltó una lágrima más, antes de mirar al mayor a los ojos.

A esos brillantes ojos verdes que le recordaban al pasto.

──Si tú... ──suspiró── Si tú me aceptas, claro.

Y ahí, Sirius solo tomó el anillo.

──Acepto. ──poniéndoselo en su dedo anular, sonrió── Solo si prometes que me buscarás en la siguiente vida.

Marco, lleno de alegría, lo besó, y al separase, dijo:

──Prometo que al llegar al cielo presumiré que ya he bailado con una estrella. Aún si solo ha sido con el alma rota.

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Bailando con una estrella (BL) | ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora