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EL MUNDO ESTABA TAN JODIDO QUE LOS INOCENTES TENÍAN QUE IR A TERAPIA A CAUSA DE LOS ENFERMOS.
Había gobernado miles de años con puño de hierro todo el planeta, llamado a su reinado época de oro. Si en verdad era tan buen gobernante ¿Por qué lo traicionaron?
La confianza lo mató. Había sido tan estúpido al creer que comerse a sus hijos iba a solucionar todos sus problemas, eso y sumado a las miles de disputas en el mundo humano trayeron consigo su propia desgracia.
Por eso, planificó durante años (incluso milenios) su resurgimiento. Había escuchado la profecía por parte de Hecate, una fiel seguidora suya, sólo una persona podría arruinar sus planes de su resurgimiento, aquella persona sería un hijo o hija de los tres grandes.
—¿El cuerpo ya está listo?
El rubio negó y Cronos maldijo, a pesar de que casi todas sus extremidades estaban dispersas por el Tártaro había logrado reunir la fuerza suficiente para poder comunicarse con un exiliado del cariño de los dioses.
Cometieron el mismo error que yo.
Esperó por años a que aquel semidiós creciera, guiándolo por el camino para llegar al campamento mestizo, enseñándole atajos y dándole consejos como si el fuera su padre. Cuando por fin lo tuvo entre sus manos fue cuando la hija de Zeus murió por unos perros del Infierno.
Todo de acuerdo al plan.
Observó la furia de su discípulo a lo lejos, siempre susurrandole al oído lo tan jodido que el mundo estaba, por lo que no fue difícil convencerlo de unirse a sus planes.
—El hechizo de Hecate y su magia sirvieron de mucho, señor—susurró por lo bajo observando con una gran sonrisa a la bebé entre sus brazos.
Beso su frente con cariño, apartando unos mechones de su cara y observando sus hermosos ojos azules cual zafiro.
Dejándola en aquel orfanato, Luke Castellan pudo marcharse por fin, sabiendo que su parte estaba completada.
Con sus pocos años de vida y renacido, Cora Castellan (alias Cronos) pudo convivir entre humanos, conviviendo entre ellos y aprendiendo cada una de sus acciones. No fue casualidad cuando entró a la misma escuela que el hijo de Poseidon, todo estaba perfectamente calculado para que ningún error interfiera en sus planes.
Sin embargo, no contaba con la traición del hijo de Hermes.
Acarició la superficie de la mesa, paseándose en aquella gran habitación ante la atenta mirada de los monstruos que esperaban impacientes una orden suya.
Su largo vestido se arrastró por toda la superficie, sus zapatos resonaron con cada paso que daba dándole un aire empoderado y finalmente se detuvo, mirando de soslayo a las criaturas en aquella estancia.
