2. Húmedo

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—Tarde, Tweek. Otra vez tarde... —murmuró el profesor desde la pizarra, ni siquiera se había molestado en darse vuelta para saber quién era el que acababa de ingresar.

Agradecía que ni siquiera le importara su presencia, otro quizás lo hubiera echado del aula o lo hubiera humillado de alguna forma para que no volviera a repetirse ese mal hábito que había adquirido en los últimos meses.

—¿Qué esperas para sentarte? —habló, esta vez con un poco menos de paciencia.

Tweek titubeó en medio del aula, quería darse media vuelta y correr de nuevo hacia su casa. El único lugar disponible se encontraba justo en frente de Craig y Clyde. Sus manos comenzaron a sudar frio, pero mantuvo la mirada firme a pesar de las sonrisas sutiles y llenas de una complicidad maliciosa en los rostros de ellos. Tan pronto como Tweek tomó su lugar, sentía los ojos de Craig perforándole el cráneo. No había duda de que no saldría ileso aquel día.

Mantuvo su rostro fijo hacia la pizarra. No pasó mucho tiempo hasta que comenzó a sentir que golpeaban su cabeza con objetos pequeños como bolas de papel, goma de borrar y tapas de lapiceros. Sabía que pase lo que pase no podía voltear, aquello solo avivaría el fuego y se quemaría.

Luego de algunas horas, finalmente llegó el fin de la jornada. Guardó sus cosas de forma precavida, esperando tardar lo suficiente para que aquellos dos se fueran y se olvidaran de él. Pero un sonido fuerte proveniente de la garganta de Clyde hizo que no se resistiera a voltear, no podía creer lo que le había echo. Le escupió. Una gran bola de saliva cayó sobre su cabello y rápidamente se escurrió hacía su rostro.

El estómago de Tweek se contrajo de asco e ira.

No se resistió, no pudo apaciguar su deseo de querer golpear a Clyde; por lo que se abalanzó sobre él sin pensarlo dos veces. Sin embargo, antes de alcanzarlo si siquiera, el puñetazo de Craig impactó sobre la cara del rubio haciéndolo rodar y golpearse contra las mesas escolares.

Los huesos de su rostro y de su garganta quedaron sentidos por la torcedura que produjo el golpe. Su cabeza, por otro lado, había quedado suspendida en una niebla de completa confusión.

—Qué te dijimos de querer tocarnos, maldito marica... —Craig escupió sus palabras con veneno.

Tweek oyó otros murmullos, pero fue incapaz de comprenderlos. Para cuando se pudo levantar, solo Butters se había quedado en el salón para auxiliarlo.

Lo odiaba. No por quién era, sino porque él podía ser tan jodidamente afeminado y nadie le haría ni le diría nada. Butters era ignorado a tal grado que a nadie se le apetecía molestarlo... Bueno, quizás solo a Cartman.

—Déjame en paz, Butters.

—Pero necesitas ayuda —dijo, intentando tomarlo del brazo para brindarle apoyo. Pero Tweek se alejó al instante. Pudo oír la voz de Kenny diciéndole a Butters que ya se rindiera.

Nada realmente importante.

En lo único que Tweek pensó era en ir limpiarse el escupitajo que Clyde le dejó en el cabello. La irritación producida por recordar ese momento hacía que le dieran ganas de golpearse, incluso más fuerte de lo que lo había hecho Craig. Quería arrancarse el cabello, morderse los dedos hasta sangrar y arrancarse los labios a rasguños.

—Hey, ¿estás bien?

Tweek no había notado que se había quedado temblando frente al espejo del baño. Se había perdido a sí mismo por un instante, tenía su cabello empapado y gran parte de su ropa superior. No lo entendía.

—No sé qué mierda pasa en tu cabeza, pero hace demasiado frío afuera... —dijo el gótico, luego rebuscó en su morral y le arrojó una pequeña toalla negra. Tweek iba a rechazarla, pero Pete se fue rápidamente; como si quisiera evitarlo lo más posible.

No te vayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora