4. Escape

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Su cabeza giraba sobre el cuello como si se tratara de una muñeca de trapo. El agua tibia aliviaba el dolor en su cuerpo casi exquisitamente, pero no era lo suficiente como para hacerlo desaparecer. Tweek no supo en qué momento, pero su piel se encontraba completamente desnuda y alguien lo estaba manipulando con mucha suavidad. Supo que comenzaba a reaccionar porque sintió vergüenza de estar así adelante de alguien más.

—Butters, ¿qué haces? —preguntó, removiéndose con incomodidad.

—Cálmate, no voy a hacerte nada. Y solo yo estoy aquí —dijo, ya volcando una enorme cantidad de shampoo sobre Tweek—. Ya que despertaste, iré a buscar ropa a mi casillero para ti. ¿Bien?

—No, por favor... Quédate.

Butters se quedó en silencio mientras masajeaba su cabeza y luego asintió. Miró hacia la puerta, cuando Kenny se asomó le pidió que trajera la ropa y las mochilas de ambos.

—Aún tenemos clases —dijo Tweek.

—Kenny sabe como escapar de aquí. Stan y los demás nos van a cubrir.

Tweek sintió vergüenza de sí mismo. ¿Lo habrían visto en el suelo? Quería preguntarle, pero simplemente no se atrevió. Suponía que ya daba igual, nada borraría aquella miserable imagen que ahora tenían de él. No le parecería extraño que ahora difundan rumores extraños.

Qué importaba. Ya nada importaba ahora.

—Tweek, estarás bien. Vamos a ayudarte —consoló.

Butters le acarició el pelo y lo abrazó, Tweek por otro lado no podía evitar el tembleque en su cuerpo. Estaba quebrado, roto, no había forma de que lo ayudaran. Nunca lo habían hecho antes. Butters solo lo decía para calmarlo... Sin embargo, Tweek decidió creerle esta vez.

Confiaría en Butters.

Era la primera vez que escapaba de la preparatoria de esa forma. No podía dejar de pensar que algún profesor los vería y llamarían a sus padres, pero una vez que estuvo arriba del alambrado cerró los ojos y saltó hacia el otro lado, sobre la vereda donde Butters lo esperaba. Allí Kenny les arrojó las mochilas y puso un pie para escalar.

—No, tú no. Tienes que ir a clase alguna vez —ordenó Butters como si se tratara de su dueño.

—Dios, no quiero estar aquí. No tiene ningún sentido quedarme si te vas —renegó. Pero la mirada enojada de Butters no cedió en absoluto y el rubio tuvo que volver a dentro del establecimiento.

Ambos corrieron hasta la casa de los Stotch tratando de esconderse lo más posible. Tweek temió que la madre de Butters estuviera ahí y que luego le avisara a su madre que se escapó, pero la casa estaba completamente vacía. Butters estaba demasiado seguro de que ella no estaría allí, aunque no trabajara.

—¿Qué haremos aquí? —preguntó, cuando vio a Butters ir a la cocina a preparar unas bebidas. Lo cierto era que quería tirarse en su cama y no salir nunca más de allí—. Iré a casa, creo que puedo entrar por la ventana...

—¿No quieres hablar?

—Tengo sueño.

—Duerme en mi cama. No voy a molestarte hasta que sea la hora de salida. ¿Te parece bien?

En silencio, Tweek subió a las escaleras y fue directamente a la cama. Todas las casas de la ciudad tenían la misma organización, no fue nada difícil saber donde ir.

Butters a los pocos minutos apareció allí con una bandeja con tazas de té y galletas de chocolate. No había sentido hambre, pero se sintió hambriento de golpe. Tweek le echaba la culpa a esa tonta comodidad que transmitía Butters.

No te vayasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora