Perfidia || FW || +18

1: Una pesadilla

¿Saben cuál es la sensación cuando escuchas o lees algo que te daña? ¿Ese dolor en el pecho, cómo si estuvieran intentando arrebatar tu alma?

Así se sentía ella.

Aún cuatro meses desde lo sucedido, se sentía igual de mal. Cada vez que recordaba la última vez que habló con él, sentía esa horrible sensación en el pecho. Y lo odiaba, lo odiaba tanto porque no podía dejar de amarlo que llegó a odiarse a sí misma por ello.

Fred la había engañado, la había traicionado, la había engatusado y la había usado, al menos, así lo sentía ella. Sin embargo, no podía dejar de pensar en él, ni el más mínimo segundo. Todos los días se preguntaba, ¿Qué es lo que hice tan mal para que me hiciera esto? ¿Cuándo dejó de amarme? ¿Por qué tuvo que traicionarme de esa manera?, cada día.

—Cielo.

La preocupada voz de Remus sonó en la habitación.

Cuando la escuela terminó antes de tiempo por la muerte de Albus Dumbledore, Ylenia se graduó, haciendo como si no pasara nada, pero, cuando llegó el verano, su falsa normalidad cambió. Se mudó a casa de su abuelo Ted, y lo único que hacía allí era dormir, se tomaba cinco pastillas al día para poder dormir, ese era su único escape para no pensar en el dolor que le causaba Fred.

Remus y Tonks al principio no entendían por qué ella quería irse de casa así como así, pero después de que Fred la fuese a buscar cada día, ellos entendieron que su relación había acabado, pero ninguno sabía la razón.

Ylenia no le contó a nadie lo que había pasado, ni a Ginny, ni a Hermione, ni a su madre, a nadie, excepto a una persona.

Newt Scamander. El que seguía sin responder a las cartas que ella enviaba cada día.

La cosa era que, ella aún tenía la esperanza de que todo lo que estaba sucediendo solo fuese un mal sueño, de que se despertaría en los brazos de su pelirrojo y le contaría la pesadilla que había tenido para que la tranquilizase con un beso, pero... empezó a darse cuenta de que lo que pensaba que era una pesadilla, era la cruda realidad.

—Te traje una hamburguesa de ese bar muggle que tanto te gusta— dijo Remus, sentándose en la orilla de la cama. Era verano, pero ella estaba tapada hasta el cuello con un edredón de tercio pelo —, ¿no vas a comer?

—No tengo hambre— su voz era frágil y baja.

—Tienes que comer, cielo. Te vas a enfermar— dejó la bolsa de comida sobre la mesita de noche —Por favor, come— pero ella no contestaba, sólo miraba la pared que tenía enfrente —. Hija, por favor— la voz de Remus pasó de preocupación a llanto en un solo segundo. Le dolía verla así, Merlín, era su hija —... sólo un mordisco, cielo.

—Ya te dije que no tengo hambre, papá.

—Si sigues sin comer te vas a enfermar.

—Ojalá— murmuró, sin darle la oportunidad de que la escuchase —. Déjame sola, por favor.