23.- Defendiendo al Heredero

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8 de Enero de 1941

James Evans regresó a Inglaterra con un débil crack que se esparció como eco por las callejuelas de Hogsmeade. En la villa aún no amanecía, y la oscuridad permitió ocultar la transformación del muchacho en un lobo gris oscuro.

Solo fue visto por un solitario Centauro, quien se hallaba observando hacia el pueblo desde el borde del bosque prohibido. El lobo corría tan rápido que parecía flotar sobre la capa de nieve que cubría el suelo, y le llevó solo un par de minutos llegar a su destino.

Un enorme perro negro lo esperaba. Le ladró a modo de saludo y se sentó sobre la nieve, con la lengua afuera y su clara mirada de todo está bien, ¿acaso crees que dejaría que algo le ocurriera a mi muchacho?

James volvió a su forma humana, saludó afectivamente a Canuto y entró a su casa. Se dirigió directamente hacia la habitación de Tom: se asomó y lo vio dormido, junto a otras dos pequeñas cabezas. Aparentemente Katie y Michael se habían metido en la cama de su hermano mayor.

Se alivió infinitamente. Había estado en movimiento las últimas 36 horas: gracias a su uniforme del SS que había robado, pudo viajar en un bombardero alemán hasta la costa de Normandía. Allí James se escabulló de la base nazi y en su forma de lobo corrió tierra adentro por una hora hasta que estuvo lo suficientemente lejos de todo y todos. Se detuvo y de su baúl encogido mágicamente sacó dos viejos amigos suyos: la capa de invisibilidad de su padre y su escoba Firebolt.

Sin posibilidad de aparecerse debido a las barreras anti-aparición, usaría la escoba para atravesar el Canal de la Mancha y volver a Inglaterra. Las protecciones mágicas inglesas reconocerían la firma mágica del Conde y su regreso sería reportado al Ministerio. Pero las protecciones mágicas alemanas también reconocerían el suceso, aunque solo sería reportado el vuelo de una escoba rumbo a Inglaterra. Eligió alejarse todo lo que pudo de la base militar para que las fuerzas de Grindelwald no rastrearan al misterioso Teniente del SS, pero de cualquier manera el Ejército Oscuro lo detectaría. No le interesaba, estaba sumamente urgido por llegar a su casa cuanto antes; al fin y al cabo, James estaba seguro de que una gran cantidad de analistas del Ejército Oscuro debatirían estérilmente sobre qué había estado haciendo el Conde en... Francia.

El ruido de una taza en la cocina lo puso en alerta. Fue hacia allí con cautela y descubrió a su abuela sentada en la mesa, con su pequeño hijo Ron en sus brazos.

– Ven James, siéntate. Estaba segura de que vendrías pronto – Le dijo Elizabeth.

– ¿Qué haces aquí, Elizabeth? ¿Sarah está bien? – Le preguntó en voz muy baja, sentándose en su silla.

La señora Potter dejó su taza y le sirvió un humeante té a su nieto.

– ¿Has escuchado lo que le ha sucedido a Sarah y Tommy la víspera de año nuevo?–

– No – Contestó, aunque no demasiado preocupado. Mirando a su abuela podía estar seguro de que no era algo crítico.

– Sarah sufrió una concusión cuando Tom la empujó fuera del alcance de una maldición arrojada por un mago oscuro. Ahora está bien, pero ha estado nerviosa desde entonces, así que vine para ayudarla con los pequeños – Explicó Elizabeth.

James se dio cuenta de que Harry Potter había heredado el coraje y la determinación para proteger a sus seres queridos por parte de ella. Podía literalmente sentir la magia emanar de su abuela, seguramente aún enfurecida por recordar el ataque a Sarah y su hijo mayor.

Su abuela ahora tenía 85 años, aunque lucía como una mujer muggle de 40. Sabía que su padre no nacería hasta 1959 (según la línea original del tiempo), por lo que Elizabeth tendría su hijo a los 103 años, o a los 56 para una mujer muggle. En épocas de Harry Potter, sus abuelos habían muerto por edad avanzada un poco antes de su nacimiento; recordaba haber escuchado a Sirius contarle que Thomas y Elizabeth solían malcriar a su padre James (en el buen sentido) debido a su avanzada edad.

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