Segunda Parte.

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Por las calles de Los Ángeles, un Chevrolet Corvette azul conducía por las calurosas avenidas, con dos amigos bastantes particulares en busca de su siguiente misión.

—Oye, lo que dijo Markham, ¿es verdad?

Brian observó a su amigo de reojo. —¿De qué hablas?— preguntó con desinterés.

—Ya sabes, lo de que ayudaste a Toretto a escapar y por eso ya no eres policía— contestó Roman, limpiando un rastro de sangre de su brazo con un pedazo de pañuelo.

El rubio suspiró, descansando el carro en una intersección en espera de paso.

—Sí, es verdad— asintió.— Iban a encarcelar a Dominic por robo a camiones, y le di mi auto para que huyera.

—Vaya...— susurró el moreno. —¿A los dos?

—¿Cómo a los dos?— preguntó arrancando el motor, doblando en la próxima calle.

—Markham dijo que ayudaste a los Toretto.— le recordó.

Brian suspiró.—Bueno, tampoco hice nada para detener a su hermana de huir, así que sí, podría decir que los ayudé a los dos.

Roman asintió impresionado, después de todo él creía que su viejo amigo era un traidor.

—¿Por qué? ¿Qué te llevó a quitarte la gorra?— indagó con burla.

O'Conner volvió a doblar el auto, acelerando por la desolada calle. Apenas había pasado un año desde aquello y jamás habló sobre el tema.

—Creo que lo respetaba.— explicó.— Me hablaron de Dominic como si fuera un criminial sin razón y con problemas de agresividad, pero en realidad tenía un porqué. Y más valores de los que tú y yo podríamos tener.

—Ajá— respondió el moreno, observando por la ventana a una chica caminar por la acera.— ¿Y su hermana?

Recibió un largo suspiro por su parte, lo que llevó a Roman a observar a su amigo.

—Addison y yo salimos por un tiempo— confesó con un deje de nostalgia en sus palabras.

El moreno silbó con sorpresa.— ¿Es broma, verdad? No jodas, hermano. ¿Saliste con Addison Toretto?— rió con admiración.— Mi amigo, que suerte.

El rubio frunció el ceño en confusión.— ¿Tú que sabes? ¿Acaso la conoces?

—Bueno, no.— contestó con una mueca. —Pero he oído hablar de ella. Dicen que corre como nadie, que está buenísima pero es fiera e "inalcanzable"— burló.— Aunque nadie es inalcanzable para Roman Pearce.

Brian rió, recordando cada detalle de la chica que constantemente vivía en su cabeza, aún cuando él se estaba viendo con la policía en cubierto que trabajaba con ellos.

—Pues te contaron bien. Además de su hermano, jamás he visto a nadie conducir como ella, créeme. Y sí, era increíble.

Roman lo miró con detenimiento, sin pasar por alto la forma de hablar de su amigo.

—No bromees— exclamó incrédulo.

—¿Qué?— preguntó él, estacionando el auto frente a un pequeño restaurante ya conocido para ambos.

—Demonios, te enamoraste— afirmó, saliendo del auto directo tras el rubio.

—¿De que hablas, viejo?— rió Brian, pasando de sus palabras.

Ambos se pararon frente al mostrador, esperando a ser atendidos.

—Te conozco, Brian. Jamás hablas así de otras chicas, por lo general sólo hablas de si lo hacen bien o no.

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