𝙀𝙋𝙄𝙇𝙊𝙂𝙊

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-¡Mamá! ¡Jesse me quitó mi juguete!

Con una corta sonrisa, Addison dejó el zumo que estaba preparando y se encaminó en dirección a la sala. Allí, se encontró con una pequeña Jesse de siete años, cruzada de brazos mientras sus aniñadas facciones se contorcionaban en una mueca de enfado.

-¡Es mi juguete! -se apresuró a explicar a su madre, escondiendo el pequeño avión bajo sus brazos.

Sebastian, uno de sus mellizos, la miró con ofensa. -¡Mentira! El auto de tío Dom es tuyo. ¡El avión es mío!

-Niños, niños, por favor. -habló Addie con calma, agachándose a su altura. -Si siguen gritando, despertarán a Agnes.

A un lado de ellos, sentada en el sofá con un libro de dinosaurios en sus brazos, Dominique -la otra melliza-, le dio la razón a su progenitora.

-Yo le dije lo mismo, mami, pero no escuchan.

Addison sonrió hacia la pequeña morena, era su pequeña copia, al igual que Sebastian. Aunque este tenía la personalidad digna de un O'Conner.

-¿Por qué mejor no guardan eso y me ayudan a cocinar? -preguntó con dulzura, esperando que así lograran calmarse. -Saben que es fin de mes, eso significa...

-¡Vendrán los tios!

La morena rió ante la emoción de su primogénita. Nadie más que ella amaba la presencia de su numerosa familia.

-Exacto. Y su padre está trabajando, así que necesitaré ayuda. -propuso con sutileza, levantándose del suelo para volver a la cocina.

Se había vuelto tradición. Cada fin de mes, la tan conocida parrillada Toretto se celebraba con fervor, y casi siempre era en la casa de Addison y Brian.

1327. Su hogar por hace ya treinta y cuatro años.

En menos de dos minutos, los tres niños dejaron el salón impecable y se acercaron hasta la cocina, tomando cada uno su lugar y siguiendo las órdenes que su madre les daba.
Brian llegaría para almorzar, junto al resto de invitados. Luego del trabajo que habían realizado con Shaw hace más de seis años, Hobbs le había propuesto ser parte de una anónima organización encargada del terrorismo. Y para qué negar, Brian aceptó de inmediato.

No podía evitarlo, la acción y adrenalina de ese trabajo lo apasionaban tanto como los autos.

Un potente llanto resonó por toda la estancia. Addie se encargó de que sus hijos no ocasionaran problemas en su ausencia, y rápidamente subió escaleras arriba, entrando a la que había sido la antigua habitación de Mia.

-Miren quién se despertó. -dijo calurosamente, acercándose hasta la cuna verde en una esquina.

Con tan solo ocho meses de vida, su última hija cesó su llanto al visualizar a su madre delante suyo, cambiando su puchero por una radiante sonrisa donde solo se avistaban sus dos paletas. Agnes, en honor a la madre de Brian, era una mezcla de ambos padres, como Jesse, pero a la inversa. Sus ojos azules como el cielo transmitían la misma calma que los de su padre, y brillaban aún más con su lacio cabello castaño y las pequeñas pecas en su rostro. Las mismas que Addison había tenido en su infancia.

Le hubiese encantado tener un niño idéntico a Brian, pero luego de Sebastian, Dominique y Agnes, se había rendido ante esa idea. La única que se parecía medianamente a su padre, era Jesse, con ese dorado cabello que heredó de este y su exacta personalidad.

-Mejor bajemos, tus hermanos están muy callados. -propuso con diversión, acunando a la niña en sus brazos mientras esta terminaba de calmarse.

Al bajar, entendió perfectamente el porqué tanto silencio. Fue inevitable contener la carcajada en sus labios, y pronto se echó a reír sin pena alguna.

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